Lucia, luz y poder

Capítulo II

Lucia.

Lavo mi cara, retoco mi maquillaje y salgo del baño en busca del elevador para llegar hasta mi auto.

Mientras camino abro WhatsApp y les envío un audio a mis amigos donde los convoco a una reunión urgente en la segunda hora de la tarde en las instalaciones de la casa de moda.

Oigo que el elevador se abre y apresuro mi paso, me subo con la vista en mi celular cuando de pronto choco con alguien y siento cómo algo quema mis pechos.

—¡Aaah! Me quema, arde —chillo con desesperación.

—Disculpe, al momento de salir del elevador no pude evitar el impacto, cuando la vi ya no pude reaccionar y sin poder evitarlo todo el café que traía en la mano se me ha soltado sobre usted. —Intenta explicarme la persona con la cual me estrellé.

—Lo siento, ufff, arde. No ha sido mi día —me quejo y él intenta quitar mi saco, pero me separo con agilidad para que no lo logre.

—Debes quitártelo, es necesario revisarte. —Indica y levanto la mirada hacia el dueño de esa voz, encontrándome con unos ojos azules que logran estremecerme.

—Disculpa, fue mi culpa, ya va pasando. —Ni loca me retiro la prenda mojada, solo traigo una sexi ropa interior con la que intentaba sorprender al idiota de Marcos.

—No puedo permitirme, no ayudarte, debo revisarte. —Para completar mi suplicio, mi saco solo está sujeto por unos broches, los cuales que se abren sin dificultad cuando tira de la parte superior y quedo totalmente expuesta ante él. Con rapidez me cubro, salgo corriendo y tomo las escaleras.

—Lo siento, no sabía. —Escucho que intenta disculparse. Siento tanta vergüenza que ni loca sigo parada frente a él. Sigo bajando las escaleras y espero el elevador en el otro piso para subirme.

Llego a casa de mis abuelos y me encamino hacia mi habitación, no sin antes pedirle a la muchacha que me ha permitido ingresar, que le diga a mi abuela Aya que suba.

No vivo con ellos, pero si tengo mi habitación aquí con todo lo que puedo necesitar. Mi abuelo dice siempre que esta es mi casa y ese mi espacio, lo cual le agradezco y más en situaciones como estas.

Entro, me quito la ropa y me meto a la ducha dejando que la lluvia artificial moje mi cuerpo poniendo mayor atención en el área de la lesión para limpiarla bien, me coloco jabón, quito la espuma y salgo de la ducha en el momento que escucho a mi abuela.

Salgo del cuarto de baño, envuelta en la toalla y al verla acomodada sobre mi cama me siento a su lado.

—¿Y esa carita?, saliste de aquí radiante y has vuelto con tus hermosos ojitos entristecidos —dice mi abuela.

—Aya, si supieras todo lo que me ha sucedido, pero te contaré lo último y más urgente —le comento.

—A ver que urge tanto. —Quito la toalla y le enseño mi pecho enrojecido.

—Abreviando, por mi grandísima culpa, me impacté con alguien a quien sin querer se le derramó el dulce néctar de los dioses blancos sobre mí —explico.

—Estoy segura de que el dios también era griego, porque hasta tu mirada ha cambiado. —Agrega con picardía mientras se ríe de mí—. Aguarda, no digas más nada que ya regreso, voy por una crema milagrosa para curarte y luego me cuentas más de ese tu dios.

—Ayaaa —protesto. Ella regresa rápido con la crema, me la aplica y de inmediato siento alivio.

—A ver mi Luz —así me llama de cariño—, considero que la tristeza que veo en tus ojos no es por chocar con un dios griego —comenta con suspicacia mi viejita.

—No sigas por ahí… —la detengo—, si me ponen diez hombres delante no sabría decirte quién es.

—Anjaaaaa, yo nací ayer.

—Solo te puedo decir que tiene los ojos más lindos que he visto y una voz grave, atracti…

 —Menos mal que no lo reconocerías —sisea—. Al fin alguien más que llama tu atención, además del dominguillo de Marcos.

—Como qué dominguillo, tú y tus palabritas.

—Un dominguillo es alguien de poca personalidad —explica blanqueando sus ojos—. Pero no me cambies el tema que quiero saber qué ocurrió con tu dominguillo. No me vas a negar que es con él el problema.

—Sí, fue con Marcos, aunque es algo que prefiero hablar junto a mi Abu —digo refiriéndome a mi abuelo Rodrigo, ya que así lo llamo cariñosamente—. Es tan incómodo que solo quiero contarlo una vez.

—Bueno, entonces bajemos al despacho que ya me estoy preocupando con tanto suspenso. —me pide, a lo que con prontitud me visto y bajamos.

Juntas, entramos y mis abuelos se saludan y se miran como si llevaran tiempo sin verse, con añoranza. ¡Qué bonito amor se tienen!

Me acerco, los abrazo y me quedo ahí, en mi refugio seguro.

Mi abuela no puede más con la curiosidad y me pide que les explique qué ha sucedido. Les relato todo sin omitir detalle, hasta que mi abuelo Rodrigo estalla con ira.

—Desgraciado, ahora mismo los pongo de patitas en la calle —ruge enardecido.

—Usted se queda quieto o le va a dar algo, ese malandrín no puedes zafarse tan fácil, tiene que llevarse la lección de su vida —dice mi abuela con una voz tan calmada que asusta.




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