Lucia, luz y poder

Capítulo IV

Lucia.

Subo a mi auto y tomo la avenida rumbo a mi apartamento, debía llegar allí antes de dirigirme a la casa de diseño de moda para recoger una documentación que sería necesaria para la junta con mis amigos.

Mi cuerpo tiembla mientras mis lágrimas caen por mis mejillas, estoy haciendo un gran esfuerzo para controlarme, pero ya no puedo más, todo mi mundo se ha puesto de cabeza en muy poco tiempo.

Las imágenes de la mañana se repiten una y otra vez y sus voces martillan mi interior.

Por suerte, solo vivo a unas cuadras de mis abuelos y aunque me ha costado llegar por el estado en el que me encuentro, lo logro. Me estaciono en el lugar de siempre, desciendo del vehículo como puedo, subiendo al elevador privado que me transporta a mi sitio seguro y me desplomo en el suelo metálico al perder la poca fuerza que tengo.

Ya no tengo que mentirle más a nadie de que supuestamente todo esto no me afecta. La campana me anuncia que he llegado a mi hogar, pero no puedo incorporarme, me arrastro en el piso para salir de la caja metálica y al lograrlo, tomo mi teléfono para marcarle a Aiza.

Un tono, dos y cuando responde, le ruego entre susurros que venga a mi casa lo más rápido posible, antes de desmayarme y perder el conocimiento.

Poco a poco abro los ojos, percatándome de que estoy tirada en el sofá de mi sala tapada con una manta.

—Luci, qué bueno que hayas abierto los ojos. ¿Qué te sucedió?, ya íbamos a llamar al doctor —escucho que me dice Verónica.

—Vero, no sé, solo sentí que me quedaba sin fuerzas y le marqué a Aiza, fue el primer número que encontré —explico—. Supongo que de tanto controlarme toda la mañana, conteniendo mis deseos de llorar y aparentando estar bien, hizo estragos en mí.

—¿Qué sucedió para que estés así? —cuestiona Aiza.

—Chicas, he tenido el peor de los días… —De ese modo comienzo mi relato dejando que mis lágrimas mermen mi desasosiego. Cuando termino, mis amigas me abrazan y lloran conmigo.

—Ya es suficiente de llorar por ese dominguillo, como le dice tu abuela —apunta Verónica—. Toca levantarse, subir el mentón y darle pelea porque de que las paga, las paga.

—Siempre le dije a Vero que esos dos no me daban confianza —expone Aiza—. Él quería siempre aislarte, alejarte de todo y ella nunca mira a los ojos cuando habla. Yo siempre dije que el aura de esos dos es muy oscura. A ti no te he dicho nada, pues no quería que me vieras como entrometida.

—Chicas no es tan fácil, todo se viene abajo ahora —siseo con la voz temblorosa—. Todos los planes que teníamos tienen que cambiar.

—A cómo yo lo veo te libraste de tremendo peso muerto, y es mejor que fuese ahora a que lograra sus objetivos —proclama Vero con decisión—. Ahora le toca pagar.

—Amiga, siempre he dicho que tu luz te protege, siempre que puede pasar algo malo a tu alrededor, el universo se las ingenia para alertarte —comenta Aiza—. La sombra de Marcos nunca han podido apagar tu brillo. 

—Ahora lo que toca es saber cómo le hacemos para que pague —dice Vero muy molesta—. Y yo no me quedo fuera, lo que sea que vayas a hacer, yo me incluyo.

—Vamos para la casa de diseño de modas y allá con los chicos les explico —expongo.

—Mejor que ellos vengan —pide Vero y toma el teléfono y les marca—. Tú ve a darte un baño en lo que llegan, que hoy renace Lucia, ya te engañó, ya te derrumbaste y ahora debes darle a la lucha.

—Seca esas lágrimas y adorna tu rostro con esa hermosa sonrisa que te caracteriza —sugiere Aiza.

Mis amigas casi me llevan a rastra al baño, aunque se los agradezco al sumergirme en mi tina calentita. Me pongo a pensar en todo lo que vi y escuché. Una lágrima traicionera recorre mi mejilla y la dejo sin hacer resistencia con la promesa de que será la última que derrame por ese idiota. 

Vagando por los acontecimientos recientes, recordé el catastrófico choque de esta mañana, recuerdo sus ojos azules sobre mi cuerpo y me avergüenzo. Cómo pude ser tan torpe.

No puedo escapar de mis pensamientos reconociendo lo afortunada que soy después de todo. Haber podido llegar en el momento oportuno para descubrir su trampa, el apoyo de mis abuelos, el cariño de mis amigas. 

Ahora toca contarles a los chicos y sobre todo contenerlos. Sé que querrán destriparlo, pero como dice Aya eso sería muy fácil, hay que darle un poco de su propia medicina.

A las chicas las conozco desde el instituto, siempre quisimos ser diseñadoras y juntas matriculamos la carrera y estuvimos unidas hasta graduarnos; compartimos hasta la residencia, un hermoso apartamento que mi abuelo rentó y como único pago les exigió a ellas que me acompañaran.

Siempre nos llevamos muy bien, pero esa convivencia tan estrecha nos hizo hermanas. 

A los chicos los conocimos porque Vero y Víctor son primos y este siempre iba a visitarla junto a su amigo Carlos. Con el tiempo nos unimos tanto que Vero terminó de novia de Carlos y Aiza de Víctor.

Verónica sueña con diseñar hermosos zapatos, según ella diseñará el calzado perfecto que toda mujer necesita. Aiza dice que ella será tendencia en la moda infantil, está cansada de ver a las pequeñas vestidas como adultas, que todo tiene su momento y que esta etapa merece ser vivida con fantasía.




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