Lucia, luz y poder

Capítulo XVIII

Lucia.

Ya puesto al tanto, el comandante Jonás de la situación existente nos asegura que hicimos lo correcto, que solo resta esperar que Marcos llame e intentar alargar la conversación todo lo que sea posible para poder rastrearla. Nos orientó que en la medida de lo posible y con precaución mantengamos la rutina para no alertar.

Al retirarse el comandante y el técnico que lo acompañaba, nos dispusimos a retomar las actividades relacionadas con la empresa. El próximo en salir de la oficina hacia su lugar de trabajo es nuestro amigo Víctor, seguido de Gorge. 

—No vas a las oficinas —dice Gorge al llegar a la puerta dirigiéndose a su nieto.

—Adelántese abuelo, en unos minutos lo alcanzo, déjeme terminar algo que dejé pendiente con Lucia cuando llegó Víctor. —Le responde a modo de justificante—. Ya casi concluimos, voy de inmediato.

—No demores, hay muchos pendientes allá y no me gusta tener el trabajo atrasado —advierte Gorge.

—Te prometo no demorar, solo me resta explicar la última parte del contrato —responde seguro mientras me guiña un ojo. Se acerca a la puerta, palmea la espalda del anciano y lo acompaña. —Por unos minutos que no nos molesten —le pide a Ana y cierra la puerta. Esboza una hermosa y pícara sonrisa, se acerca a mí y me toma la cintura. —A ver jefa, revisemos el contrato.

—Qué haces, cualquiera puede entrar —alerto mientras me estoy rindiendo ante su tierna mirada y el roce de su mano en mi rostro.

—No te preocupes, Ana no va a permitir que haya interrupciones —dice pícaro e intuyo que ella sabe.

—Cuánto sabe tu prima —cuestiono preocupada, siento que ya es un secreto a voces.

—No mucho, me vio con las flores y aunque le dije que era un regalo para animarte por los acontecimientos recientes, no me creyó. Me he visto obligado a admitirle que…

—Le dijiste.  —Lo interrumpo, creo mis ojos están abiertos como plato por lo que escucho.

—No, solo le dije que me interesabas mucho y que la necesitaría para conquistarte, ella aceptó feliz ser mi cómplice. —Me comenta y recuerdo cuando éramos pequeños y Ana era su cómplice en las travesuras, hemos crecido, pero hay cosas que no cambian.

—Te secunda como cuando éramos niños —digo y la picardía en sus ojos me hace reír, tapo mi boca con mis manos para silenciar la carcajada. Él de inmediato toma mi mano, la retira de mi boca y atrapa mis labios con los suyos en un beso exquisito, calmado que poco a poco se va intensificando. Nuestras lenguas danzan al compás, se acoplan perfecto. El beso pasa de ser deliciosamente lento a una locura exigente de la cual no queremos prescindir. Nuestra respiración se entrecorta y nos vemos obligados a tomar aire.

—Primer aspecto del contrato, tus besos siempre serán míos y para mí —enuncia—. Son el paraíso en la tierra y siempre los tendré —justifica.

—Estás loco, tu abuelo te espera. —Le recuerdo.

—Estoy haciendo mi trabajo, redacto un contrato, quizás el más importante de mi carrera. —Se justifica, intento replicar cuando su teléfono suena y se separa para contestar. 

Escucho cuando le dice a alguien que qué hace aquí y su tono es de sorpresa. Le pide que lo espere en su oficina, que ya casi termina y va para allá. 

—Sucede algo —cuestiono al ver como se ha enseriado una vez cuelga la llamada.

—Tranquila, no sucede nada, es solo un asunto pendiente, ahora me urge terminar nuestro contrato. —Me dice mientras sonríe.

—Creo que sería bueno arregles tus asuntos pendientes, creo que te están esperando. —Sé que recién estamos iniciando algo, pero la voz de mujer que logré escuchar, más su forma de reaccionar, me dice que es más que un asunto pendiente. 

Esta sensación que tengo no logro justificarla, estoy molesta por lo que escuché y no escuché.  Es mejor que él se aclare y luego ya veremos. 

 

Darek.

Luego de la llamada que recibí frente a Lucía, esta cambió su actitud hacia mí. 

Ahora voy camino a mi oficina donde me espera Elisa, una compañera de estudios. Me resulta extraño que haya viajado hasta acá, siempre me dejó claro que su vida estaba en Francia. 

Al llegar a mi oficina y me la encuentro instalada allí como si fuera suya, me saluda efusivamente lo que me resulta extraño porque no terminamos en muy buenos términos.

—Hola, al fin llegas, llevo esperando una eternidad —dice en ese tono quejumbroso que no soporto.

—Ni tanto, acabas de llamar y yo estoy trabajando —digo serio tratando de mantener la distancia. 

—Fui contratada por la universidad de acá a impartir una maestría, vine a invitarte para hacer equipo como en los viejos tiempos. —Me comenta eufórica—. Por qué no me invitas a un café y nos ponemos al corriente —sugiere.

—Lo siento, llegaste en un mal momento, estoy complicado y no me es posible. Lo de hacer equipo, no me es posible, en este momento no puedo asumir esa responsabilidad y sobre ponernos al corrientes, no es necesario, todo sigue igual, tú con tu vida y yo con la mía.  —Le aclaro en tono hosco y manteniendo la distancia. 

—Aún continuas molesto conmigo, yo sé cómo hacerte olvidar —dice de forma sugerente—. Nos vemos esta noche.




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