Lucifer viste de traje

Capítulo 1

Reprimo las ganas de rodar los ojos. Reprimo las ganas de ponerme de pie y dejar a estas personas hablando solas. Reprimo las ganas de mandarlo todo al demonio. Y reprimo todo lo que realmente quiero hacer en estos, y otros, momentos. 

¿Porque cuántas consecuencias habrían por mostrar mi verdadero yo? Esa que realmente soy y oculto para no decepcionar a papá; una chica que anhela romper las reglas, ser yo misma, y decir lo que en verdad pienso. Quizá muchas. A veces lo pienso, imagino qué pasaría si yo rompo mi reputación de chica buena y perfecta. La empresa de papá cayendo en banca rota. Mamá llorando desconsolada por ver su vida de alta clase caer. Mi hermana mayor culpándome por no haberme sacrificado. Varias y malas consecuencias, y eso que no cuento las demás que caerían sobre los empleados de papá, que serían realmente mi culpa. Pero también habría paso a mi felicidad, pobre y con el rechazo de mi familia, pero al final feliz. Que es lo que cuenta ¿No? Quizás si fuera egoísta estos pensamientos no me causarían culpa. 

Suelto un pequeño suspiro que espero nadie note. Y vuelvo a reprimir una emoción, ahora la rabia que me da estar en esta estúpida cena; la cena de mi compromiso. 

«Que felicidad» pienso sarcástica, porque de feliz tengo lo mismo que una candidata a la corona cuando esta le es robada por la otra finalista. 

El novio, incluso decirle novio en mi mente me indigna, está sentado a mi lado derecho, con esa sonrisa de; mírame, mírame que quieres mirarme. Cuando realmente no lo quiero mirar. 

«Idiota y mil veces idiota» reprimo las ganas de llevar un dedo a mi boca y hacer un gesto de asco. No lo soporto. No soporto al hombre con el que se supone debo casarme para salvar a todos. 

No es que sea poco agraciado. No, al contrario, es jodidamente atractivo (Quizá por eso siempre reprimo las arcadas de asco, porque da todo menos eso), pero el hecho de que sepa que me casaré con él solo para salvar la empresa de papá y esté feliz por eso me da rabia. 

¿Qué hice en otra vida para no merecer en esta un bonito romance de novela? Quizá y empujé a alguna anciana en el cruce peatonal en vez de ayudarla. 

«Perdóname anciana, te juro que te habría dado mi brazo si hubiese sabido que pagaría por ello en otra vida» pienso ensimismada en mis pensamiento. Que es lo mejor que puedo hacer mientras mi familia habla con mi jodido prometido sobre donde podría ser la boda. 

«¡Cerca de un acantilado!» Reprimo las ganas de exclamar esto con júbilo «Así puedo lanzarte por ahí después de dar el sí» agregaría mientras le sonreiría a mi prometido. 

Él me da una rápida ojeada, como si supiera qué estoy pensando. Le sonrío inocente. Él me la corresponde y sigue hablando, mueve una mano al dar su propuesta y la razón por la que deberíamos casarnos en el mar. 

«Oye sí, así te arrojo por la borda» Oh, no, se refiere a la orilla del mar. 

—No me gusta la arena del mar —digo cuando ya todos están de acuerdo, llevo la copa de vino a mis labios. 

La mirada de mis padres, la de los suyos, la de mi hermana, y la de él se dirige a mí con fuerza. 

«Oigan, que no he asesinado a ningún gatito». 

—¿Por qué no lo dijiste antes, cariño? —pregunta mi prometido con una sonrisa falsa, apretando la mandíbula. 

—Cariño —respondo con una sonrisa igual de falsa—, eres mi prometido, ¿no sabes qué me molesta todo lo qué tenga qué ver con polvo? Es arena, arena, se siente —hago una mueca como si un escalofrío me recorriera el cuerpo. 

“No” se lee en su mirada. Obvio que no sabe, conoce mi nombre y apellido si acaso. Lo que me lleva a preguntarme de nuevo porqué quiere casarse conmigo si sabe que no lo amo, y que no me importaría se lo comiera un tigre; uno que tenga tiempo sin alimentarse. 

—Lo sé, cariño, lo olvidé —ladea las comisuras de los labios en una sonrisa de; no me dejarás como el malo. Pero obviamente lo es. No solo por el compromiso, sino por todo lo que representa en sí. 

Desde el primer momento que mi padre nos presentó, eso hace unos meses, él se mostró como un santo, a lo que respeta actitud de caballero porque todos saben que es un demonio. Es de esos empresarios que creen que los demás son cucarachas y puede aplastar cuando les dé la gana, con mi padre no quiso aplastarlo si no quedarse con la mayoría de las acciones de nuestra constructora. Prácticamente será suya, pero papá dice que no importa porque seré su esposa así que será mía de nuevo. Já. Como si él no fuese a preparar un contrato pre-matrimonial. Se los dije, y mamá aportó que no le importaba la empresa sino no quedar como la esposa de un hombre en banca rota. ¡Qué amor se profesan mamá y papá!. Mi hermana por su parte dijo que le daba igual, que lo importante era que tendría el apellido de él y así ella podría aspirar a un buen esposo como el mío, a lo que se refiere posición económica porque le aterroriza tener al propio demonio como esposo; razón por la que yo soy la que debe sacrificarse y no ella que es la mayor. 

La verdad es que mis padres y hermana son unos egoísta. Estar sentados aquí, en una mesa del restaurante más lujoso de la ciudad, con sus ropas caras y bien acicalados, sonrientes, felices por un compromiso que yo no quiero, no los haces unos seres caritativas ni bondadosos. Al contrario, están de los más felices por mi sacrifico. Egoístas. 

Siento que soy un animal que están preparando para el matadero. Los comensales allí, sonrientes, con copas en las manos, hablando sobre mi boda. Mi boda y no he abierto la boca más que una vez para opinar sobre el acontecimiento. Mamá es de la que más habla, allí, al lado de papá, desbordante de alegría porque su hija se casará, incluso saca un pañuelo para secarse las lágrimas que no brotan. Da un discurso que ignoro porque ya lo escuché mientras lo practicaba en casa frente al espejo. Papá asiente, como si estuviese de acuerdo, cosa que es cierto ya que su empresa depende de eso, pero las palabras de mamá se centra en lo sentimental no lo económico. Mi hermana finge que escucha, pero le hace ojitos al camarero que llena de nuevo su copa, un chico atractivo que no pasa desapercibido el coqueteo y se lo corresponde con un guiño y unas sonrisitas. 

¡Hasta el camarero está feliz en mi cena de compromiso! Seguro que en otra vida fue dueño de una floristería y hacía descuentos en los días de San Valentín. Por lo menos ellos dos disfrutan la noche, aunque no son los únicos. Los padres de mi prometido al parecer no saben que esta cena es fingida o son excelente actores, si es lo segundo deberían estar en Hollywood. Su padre suelta una carcajada cuando mamá les cuenta que yo estaba muy nerviosa e hice una show después de darle el sí a él. Cosa que no pasó así. Mamá debería tener un premio Nobel de literatura, con una obra famosísima de como dos personas se enamoran, ya que ella ha sido la encargada de inventar la supuesta historia de amor de mi prometido y mía. Cosa que debería contarla él o yo, pero mamá le encanta lucírsela, incluso debería irse también a Hollywood. ¡Todos deberíamos ser actores! Sería genial, de ser así yo no tendría que casarme para salvar una estúpida constructora que se cae a pedazos, literal; sus instalaciones están en perfecto estado. 

Y lo de actuar no está mal, podría optar por un papel de villana, mostraría mi yo verdadero, o por uno de la protagonista buena e inocente, esa parte que aún vive en mí. Aunque difiero en lo de protagonista, en cuyo caso sería un personaje secundario, porque si en mi propia historia no soy digna de un protagónico tampoco lo sería en la pantalla grande. ¡Es qué si mi vida fuera película o libro no la vería ni lo leería! ¿Para qué? Toda la duración de estos carecerían de romanticismo. 

¡Mi vida carece de romanticismo! Mira que me casaré por un contrato, así de nula es mi vida amorosa que mi padre me entrega al primer empresario que le ofrece salvarlo de la ruina. Incluso mi viejo sabe que no habrá otra forma de casarme, soy más dura que una piedra. Si no me creen preguntárselo a mis ex que mandé al demonio, de forma amable, por supuesto, una chica buena no puede tratar mal a nadie así se trate de idiotas. Y ellos eran idiotas. Como el que tengo a mi lado sonriendo como un ángel cuando es el mismísimo demonio. 

No sé como haré para llevar la fiesta en paz con él, siento que lo odio, y es un odio absurdo porque él no hizo la propuesta, sino papá, y también se me dio la opción de elegir. 

—¿Te parece, querida? —oigo que me pregunta mi prometido, él, al igual que los demás integrantes de la mesa, me observa expectante. 

—Por supuesto —asiento sonriente. 

Bien podrían estar hablando de cuantos hijos vamos a tener, mi prometido respondiendo que unos cuatros chiquillos, y al preguntarme a mí digo que sí como una completa loca. ¿¡Cuatro hijos!? ¡Uno y es mucho! Y solamente porque es una cuestión de nuestro matrimonio pactado. 

—Si es así, no se diga más, yo me encargo de todo —dice el padre de mi prometido, mi suegro; tiene la cabeza llena de canas, líneas de expresiones en la mayor parte del rostro, una mirada amigable, y una sonrisa fácil. 

¿Qué más puedo decir? A penas hace una semana que lo conozco, pero no parece mala persona, ni su esposa, ¿entonces a quien salió su único hijo? 

Quizá pasaban frente a un cementerio y encontraron una canasta con un bebé adentro, sí, debe ser, seguro satanás mandó a uno de sus hijos a arruinarnos la vida. ¿Pero no lo pudo enviar a otro continente? No, tenía que ser al mío, y precisamente a mi país, y a mi ciudad, y con inclinación hacia la construcción. ¿No pudo elegir ser carpintero, matemático, científico, abogado, o conserje? No, de ser así no sería cosa del diablo. 

¡Porqué sí! ¡Mi prometido es cosa del diablo! Con esa sonrisa perfecta, tanto los dientes, como los labios, la mira que calienta el hielo de la Antártida, ese cabello lacio y brilloso, ese cuerpo escultural. Todo en sí lo define como pecado, el más grande pecado. Y si yo lo pruebo sería una pecadora, Dios me libre de caer en magnífico, exquisito, y deslumbrante pecado. Lo digo en serio, su físico no anima nadita en mí alguna intención de casarme. Sigue siendo el empresario destructor, el odiado, el rompe corazones, ¡sigue siendo él así ahora sea mi prometido! 

—Disculpen, voy a retocar mi maquillaje —dice mi hermana, interrumpiendo la conversación a la que se han sumido nuevamente, para constatar sus palabras toca sus labios; como si le asustara que no estuviesen en su rojo intenso. 

Los demás asienten y siguen con la conversación, ella se pone de pie y se retira, la sigo en todo el camino que da, y no se dirige al baño sino a una puerta que entran y salen empleados del restaurante. Já, ahora retocar el maquillaje significa que alguien te retoque allá abajo. 

Siento una mano en mi pierna derecha, y eso me extraña. ¡Sé que una sostiene una copa y la otra descansa en mi regazo, así que no es mía, o tengo tres y no me había dado cuenta. 

Bajo la mirada y encuentro una mano, la tez blanca pálida opuesta a la mía más dorada, así que no, no es mi mano, y mucho menos si esta se ve masculina. Aprieto los dientes y elevo la mirada para posarla en la de mi prometido, que no me mira, sino que está concentrado en lo que dice papá sobre una constructora nueva (¡Qué dicha qué ya no hablan de la boda!) 

El luce interesado en lo que oye, observo su perfil a la espera que note mi atención, y asiente, para luego tomar la copa de la mesa y llevarla a sus labios. Cuando la inclina me mira, los ojos azules pálidos estrechados y una ceja alzada, como preguntando; ¿Qué miras? 

A lo que yo echo un rápido vistazo a mi regazo y le alzo una ceja, como diciendo; ¿disculpa? ¿Qué hace tu mano ahí, descarado? 

Él se encoge de hombros, da un sorbo y devuelve la copa a su sitio. Y no aparta la mano. ¡No la aparta!. Doy un rápido vistazo a los demás, ninguno me observa, así que dejo la copa en la mesa y quito, nada sutil, su mano de mí. Él en respuesta rueda los ojos y regresa de nuevo la mano a mi pierna. Internamente agradezco no haberme puesto aquel vestido que tenía la abertura allí, sino estaría tocando mi piel. Vuelvo a quitarla, mientras finjo que presto atención a lo que dicen los señores. Mi prometido también lo hace, asiente una vez más y coloca de nuevo su mano en mi pierna, pero esta vez da un apretón, como si dijera; quieta yegua, yo soy tu domador. ¡Y yo no soy animal y el no es mi domador! 

—Oh, yo también debo ir a retocar mi maquillaje —digo fuerte, ellos asienten pero mi prometido evita que me ponga de pie. 

Aún con la mano en mi pierna se inclina hacia mí para susurrar: 

—Ni se te ocurra retocarlo como hace tu hermana, ¿entendido? —hay un tono amenazante allí, pero que une con uno irónico y divertido. 

Reprimo las ganas de rodar los ojos, y me pongo de pie. A diferencia de mi hermana yo si me dirijo al sanitario. Antes de perder de vista la mesa echo un vistazo, encontrado la mirada inquisitoria de mi prometido, que al ver que no hago algo indebido regresa la atención a lo que habla su padre. Como si yo fuera mi hermana que va por ahí sentándose sobre cualquier palo mal parado que encuentra. 

Al entrar al sanitario me meto en un cubículo, al salir me lavo las manos mientras observo mi reflejo en el espejo. Luzco como una persona que acaban de invitar al funeral de alguien, pálida preguntaría; ¿quién se murió? Así, así luzco. ¡Al parecer no puedo fingir felicidad! Si alguien pregunta diré que fue el vino, eso, echémosle la culpa a la pobre uva que fue bien tratada y yo digo lo contrario. 

Saco el maquillaje de la pequeña cartera, paso una capa de labial sobre los labios aunque no se haya corrido, y polvo compacto por toda la piel de mi rostro para ocultar la palidez y darle mi color habitual. Procedo a colocarme rubor rosa cuando la puerta se abre y a través del espejo veo que es mi hermana la que entra. Se acomoda el escote del vestido, al verme suelta un suspiro que no sé definir. 

—¿Te has vuelto loca? 
—pregunta. 

Sostengo el pequeño recipiente en mi mano y le doy mi mejor expresión de confusión. ¿Ahora qué hice? 

—Eh, creo que no sé. 

—Es obvio que no lo sabes —rueda los ojos y se mete en un cubículo, la puerta la azota—. Eres la mujer más extraña del mundo, ¿lo sabes? 

—Me acabo de enterar. 

—Sí, es que nunca te das cuenta de nada, parece que no vives en este mundo sino en otro. 

—¿En aquél tendré familia? Podría irme con ella —suelto en un bufido y proceso a pasar la pequeña brocha por mis pómulos. 

—Me gustaría, pero no, eso no me beneficiaría en nada. Aunque seas un estorbo me conviene que estés aquí —sus palabras destilan el odio que siente por mí, ella no lo ha admitido en voz alta, pero sé que es su mente tiene una imagen de mi pegada a la pared y ella con muchos dardos lanzándomelos. 

Para nadie es un secreto que no soy de su agrado, desde niña ella era como esas hermanas mayor que cuando los padres no están presentes te pellizcan y muerden. Me decía malas palabras, desde que no me quería, a que no me le acercara, y cuando no la obedecía me hacía una de las maldades que ya he nombrado. Yo lloraba, y cuando papá o mamá llegaban, mentía, no la delataba, quizá por eso a pesar de pasar los años ella sigue siendo una cuando están nuestro padres, y otra cuando estamos a solas. 

La observo como sale del cubículo. Guardo mis cosas, mientras ella saca las suyas de la pequeña cartera que colgaba de su codo. 

—¿Por qué lo has hecho? —pregunta sin mirarme. 

«Ya sospechaba yo que había hecho algo, ¿pero qué?». 

—¿Qué cosa? 

—Aceptar que la boda sea en seis meses. 

—¿¡Qué!? —grito, llevo la cartera a mi pecho, asustada. 

«Corazón, no te salgas, te lo suplico. Ya suficiente tenemos con que no nos amen para que tú dejes de latir o me abandones». 

Mi hermana muestra una sonrisa burlona. 

—Tu “por supuesto” —imita mi voz, con ese don de doblaje que le queda perfecto—, parecía muy convincente, diría que feliz, ¿pero has escuchado siquiera la pregunta? 

«No. ¡Prefiero los cuatro chiquillos!» Mierda. La he cagado. Se supone que sería en un año, el doble de tiempo, ¡seis es muy poco! 

Mi hermana al no obtener respuesta sonríe como el Gato de Cheshire, me gusta ese gato, pero en estos momento siento que podría jalarlo por la cola, como no hizo Alicia. 

¡Eso me pasa por no escuchar nada! ¡Así dicen la boda será mañana y yo como una boba digo qué sí! 

Tengo que hacer algo, seis meses de libertad no me es suficiente. Me siento como un acusado que se le notifica que su juicio será en seis meses, y que será declarado culpable, a demás de no tener pruebas para comprobar su inocencia. Yo tengo la opción de negarme a la boda, pero habrían muchas consecuencias, así que sí o sí debo casarme. Pero quería esos doces meses para hacerme a la idea que sería su mujer, ahora no. 

Abandono el sanitario, de prisa, para llegar a la mesa y encontrar a todos poniéndose de pie. Mi prometido me observa con el entrecejo fruncido, pero no dice nada, mi madre es la que me pregunta: 

—¿Estás bien, hija? 

Asiento, en lo que llega mi hermana y suelta con una risita: 

—Quizá fue el vino que le hizo daño, madre, ya sabes que no lo resiste. 

En otro momento le lanzaría una mirada agria mientras nuestros padres no nos vieran, pero en este agradezco internamente porque todos parecen creerle. 

Ya han pagado la cuenta porque mi prometido me ofrece su brazo para dirigirnos a la salida, lo acepto porque se supone que nos amamos y por eso nos vamos a casar. 

No voy a negar que me gusta como huele, desconozco que perfume utiliza pero agradezco que no sea uno dulce; odio ese tipo de olores empalagosos. Ya sería la cereza en el pastel que ese sea su gusto, soportarlo a él es suficiente. 

Ninguno de los dos habla, los otros si parecen unos loros, y caminamos sin mirarnos. Al llegar a donde están nuestros abrigos nos separamos, el toma el mío e intenta ayudar a ponérmelo pero lo miro mal. Se detiene con la tela en medio de los dos, sostenida por sus dos manos, y me mira fijamente sin parpadear. 

—¿Por qué me odias? —cuestiona ronco e inexpresivo. 

—No te odio. 

—Si eso no es odiar, no sé entonces que lo será —murmura—. No sé porqué, si no te he hecho nada. 

—Eres El destructor —alego, allí radica mi desprecio hacia él. 

Todos lo conocen como El destructor, todos lo odian, todos hablan de él, todos lo quieren lejos. ¿Y yo tendré qué amarlo y estar cerca suyo? ¿Por qué yo? 

—Eso dicen. 

—¿Por qué yo? —dejo salir la pregunta que he formulado muchas veces. 

—Porque eres tú —hace el ademán de ponerme el abrigo, pero niego con la cabeza. No me permite hablar—. Si no me odias, como dices, permíteme este gesto de un hombre a su dama. 

Lo miro en silencio, su mirada cristaliza traspasando la mía. Asiento porque de verdad no lo odio, dicho sentimiento no lo siento ni por Voldermont, y eso que soy TeamJames. 

Mi prometido pasa la tela por mis brazos, y yo me dejo como si fuera una niña que aún no sabe vestirse por sí misma. 

Al terminar nos quedamos mirando firmemente, no sé qué pensará él, pero yo solo puedo formular: 

«¿Eres Lucifer o solo un ángel qué la gente se ha encargado de difamar?». 

—¿Están listo? —la voz de mamá se cuela entre nosotros, rompiendo el contacto visual. Él se aparta para tomar su abrigo. 

«Mamá siempre tan oportuna» pienso sarcástica. 

Giro sobre mis talones para quedar de frente a la entrada, donde sus padres y los míos nos esperan, mi hermana ni idea de adónde se haya ido. 

Luego siento una presencia a mi lado, le doy un rápido vistazo a mi prometido, que ahora luce un abrigo negro sobre el traje completo de igual color. Nos tomamos, de nuevo, del brazo, y caminamos lo poco que queda para estar a la intemperie de la fría noche. Nuestras familias se despiden mientras nosotros nos separarnos, de forma sutil. Llega primero el auto de sus padres, quienes se acercan a mí. Su madre me estrecha en sus brazos. 

—Me alegro que mi hijo haya encontrado una mujer como tú, querida —dice mi suegra, una mujer alta, un poco más joven que su esposo, rubia, y de expresiones agradables y divertida. 

«¿Cómo yo? ¿Qué no habla y pareciera qué estuviera en otro planeta?» Pienso irónica «Pues, vaya, gracias, suegrita, por el aprecio». 

Sin saber qué responder opto por sonreír. ¡Complaceré a mi suegra qué dice qué soy una buena mujer y a penas me ha escuchado hablar un par de veces! 

Viene el turno de mi suegro. 

—No me cabe duda que el matrimonio será el primer paso para consumar el amor —dice con ingenuidad—. ¡Luego vienen los niños! —agrega con una sonrisa, sus ojos achicándose, las líneas de expresiones en sus labios, frente, y nariz. 

«¡Claro, el amor! ¡Y los chiquillos!» pienso irónica. 

—Sí, lo niños —suelto una risita. 

Prefería los niños que el matrimonio en seis meses. Una de las condiciones de nuestro matrimonio es esa; debo darle un heredero. Su familia es de las tradicionales, con niños bajo el seno del matrimonio, pero en pleno siglo veintiuno no le veo la razón a buscarse una chica que está al borde de la quiebra para ser la madre de su primogénito. Con el físico que se gasta y la fortuna, podría optar por una mujer diferente a mí, no mejor, porque no me creo inferior a nadie, mi autoestima está bien; gracias. Él no me ha dado ninguna explicación de porqué me eligió a mí, y porqué debo darle un hijo, quizá trata sobre alguna cláusula de la empresa que fundó su padre. No es de sorprender. A los viejos empresarios les gusta amarrar a sus descendientes con matrimonios, hijos, para poder adquirir dinero o la dirección del negocio. 

Así que ya me hice a la idea de que si me caso debo darle un hijo, pero quedamos en que será uno solo, y no indagamos en la forma en la que lo haremos. Mira que sé como se hacen los bebés, pero lo común es que sea entre dos personas que se aman, un condón roto, una píldora no tomada, o un lo acabo a fuera, no un; ¡procreemos un hijo para cumplir el contrato! 

Quizá para darle veracidad al negocio deberíamos hacerlo por inseminación, lo que cuenta es que sea suyo y esté en mi vientre, ¿no? 

Tampoco es que sea un sacrifico hacerlo con este hombre, pero si no hay amor no pienso darle mi cuerpo a nadie, y a este punto ya debería quedar claro que no siento ni atracción por él. 

¿Cómo podría amar al mismísimo Lucifer? No podría, obviamente. No cuando este no habla y no puedo indagar si queda una parte de ángel en él. Tampoco es que me lo esté planteando de ser así, eh. 

Mis suegros se despide de mi prometido con un beso en la mejilla y le susurra algo en voz baja. Su padre solo le extiende la mano que estrechan como dos machos, no como padre e hijo. Me he dado cuenta que mi suegro no es un hombre que le guste mostrarse cariñoso, ni afectuoso, sino distante, pero con una mirada agradable y aura divertida que supongo compensa esto, ya que su esposa luce muy enamorada a pesar de que no se tocan. 

Ellos se dirigen al auto, él entra al lado del conductor, luego que su esposa sube. Vemos como parten. 

Mi madre llega a nuestro lado, con el entrecejo fruncido, echa un vistazo al interior del restaurante. 

—¿Y tú hermana? —me pregunta, preocupada. 

Me encojo de hombros. Ella menea la cabeza y entra al restaurante en su búsqueda, como siempre hace que no está a su vista. A veces mamá se pasa de la raya creyendo que mi hermana es una niña. ¡Tiene veintitrés años! ¡Qué la deje en paz! Por su culpa es como es, una mujer inmadura, descontrolada, y superficial, y ante ella una ángel cuando en realidad es una diabla. Madre Santa, estoy rodeada de puro pecado. Y no me refiero solo a los que están en mi entorno, sino al brazo que ha rodeado mi cintura. 

Poso la mirada en la de mi prometido, viendo su perfil porque mantiene el rostro fijo en el frente. 

—¿Qué se supone qué haces? —pregunto en un susurro, molesta, para que mi padre que está a unos metros de distancia, conversando por el celular, no me oiga. 

—¿Qué crees qué hago? —clava su mirada en la mía, alzando una ceja. 

Intento separarme pero el vuelve firme su agarre. 

—Creo que se te olvida que lo nuestro solo es un contrato. 

—No se me olvida, créeme que jamás se me olvidará, pero eso no significa que debamos mantener distancia—me interrumpe, su voz se torna ronca cuando agrega—: ¿Por qué no lo hacemos real, querida prometida? 

—¿Qué quieres decir? —pregunto confundida, pero intuyendo a qué se refiere, así que intento una vez más, de forma disimulada, apartarme, pero nada. No lo logro. 

Él se posiciona frente a mí, corriendo su brazo. Ahora quedo con uno de ellos posado en un lateral, y el otro apretado a la altura de mi espalda baja hacia sí. 

—Que deberíamos hacer real lo que sucederá después de la boda, ¿no te parece? —sonríe, de forma ladeada. 

—No, no me parece —coloco  ambas mano en su pecho, para apartarlo, pero obviamente no funciona porque no tengo suficiente fuerza, y porque su pecho parece acero en vez de carne. 

¿Será Lucifer o será Iroman? No le veo los cuernos, ni la cola, ni el tridente. Quizás oculta el traje de superhéroe bajo el esmoquin negro. 

—Sería lo adecuado, querida, no quiero sentirme mal porque mi esposa me odie —quita la mano de mi cintura para llevarla a mi mejilla, me mantengo quieta, su mirada azul penetrante en la mía—. Quizá deberíamos iniciar por la contestación del porqué tu desprecio hacia mí, ¿te he hecho algo malo? 

No tardo en responder un escueto: 

—No. 

—¿A tu familia? 

—No —al contrario, aunque sea por medio de un contrato la salvará. 

—¿Entonces porqué no soy de tu agrado? —acaricia mi mejilla, con sus dedos, acercándolos a mis labios—. ¿Porqué? 

Reprimo un suspiro. No debería gustarme esto. Estar así con él. Sentirme bien en sus brazos. Sentirme bien con que me toque. No debería. Pero no me siento incómoda ni me disgusta. Después de todo su olor es exquisito, su piel es suave; se nota que nunca ha hecho trabajo que requiera de estas, más que mover papeles, teclear en el computador, tocar su móvil, y plasmar con un bolígrafo en una hoja. Pero no puedo dejarme seducir por los atributos de Lucifer, no, su físico no me atraerá hacia su infierno. 

—Porque eres El destructor —admito en un susurro. 

¿A qué clase de persona le agradaría el demonio? ¿Qué sería yo si aceptara todo lo qué ha hecho? ¿Cómo quedaría yo si ignorara todo aquello qué ha destruido? ¿Qué si esa espinita qué me dice qué quizá queda una parte de ángel en él se equivoca? ¿Qué si si es lo qué todos dicen y llego a un punto en el qué no lo creo? ¿Qué si me enamoro...? 

—¿Me odias por ser El destructor? —cuestiona en voz baja, acerca un poco el rostro al mío. 

—No he dicho que te odie —murmuro—. Mi corazón nunca albergará ese tipo de sentimiento hacia nadie. 

Veo como las comisuras de sus labios se inclinan a un lado, subo la mirada de prisa hacia sus ojos, abandonando esa boca perfilada y perfecta. 

Me encuentro con ambas de sus cejas alzadas y una mirada entre divertida y curiosa. 

—Dime. 

—¿Qué? —pregunto confundida. 

—Antes te he preguntado que si no puedes albergar dicho sentimiento porqué si puedes creer lo que todos dicen. 

—¿En qué momento has preguntado eso? 

Tendré que agendar una cita con un otorrino, mi audición está haciendo mella. 

—En el que bajaste la mirada hacia mis labios, en ese momento. 

Abro los ojos de par en par. 

—Mentira. 

—Cariño, podré ser de todo, menos un mentiroso. 

Lo miro mal. 

—¿Sería esa tu única virtud, la sinceridad? 

—No —sonríe, siento mis piernas temblar. «¡Cálmate, loca, es tu prometido por obligación!»—. Tengo otras virtudes, pero que solo mostraría a mi esposa. 

Ruedo los ojos. 

—No soy una chica buena a la que puedas engatusar. 

—Sé perfectamente que no eres una chica buena —me dice. Abro y cierro la boca—. La diferencia es que entre tú y yo, tú te ocultas, yo me muestro. Eres perfecta para mí, ante la sociedad eres un cordero, en lo privado un lobo feroz —ladea la cabeza—. ¿Estás segura qué no quieres arder conmigo en el infierno? Puedo cancelar el compromiso e igual salvar la empresa de tus padres. ¿Pero porqué no intentarlo conmigo? Tal vez nos enamoremos, mientras hagamos al mundo arder. 

Observaré a El destructor. ¿Conocerá él mis secretos? 

» Tendrás mi mismo poder para hacer y deshacer —añade. 

Poder. Control. Libertad. Posesión. 

¿Es él mi boleto para mostrar mi verdadera yo? 

—Si no pierdo mi libertad, acepto. 

—No perderás tu libertad, te liberaré —sus labios se unen a los míos y cedo. 

Hago un pacto con el diablo, en el que espero arder y perpetuar. 

Fin.




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