Sangre en la nieve
Clak.
El sonido del hueso quebrándose resonó en el silencio del bosque, un chorro de sangre caliente salpicó el rostro pálido del hombre, tiñendo su piel blanca como la luna, con un gesto rápido y brutal, arrancó el corazón del vampiro y lo dejó caer al suelo con un golpe sordo.
El amanecer comenzaba a asomarse entre las hojas, proyectando haces de luz dorada sobre la masacre, el joven licántropo suspiró con fastidio y limpió la sangre de su mejilla con el dorso de la mano, odiaba este tipo de interrupciones.
Ajustó su lanza y siguió caminando sin voltear atrás, los cuerpos desmembrados quedaban esparcidos entre la hierba húmeda, los restos de lo que alguna vez fueron depredadores nocturnos, dieciocho en total, una emboscada que, en teoría, debía ser letal, para él, solo había sido una molestia.
Sus padres le habían advertido sobre el mundo. "No es un lugar amable para los que con como tu", le dijeron y tenían razón, los omegas eran raros, casi extintos, pero lo que más los hacía vulnerables no era su escasez, sino el valor que tenían para quienes los codiciaban, su existencia era un secreto bien guardado… hasta que dejó de serlo.
Los rumores viajaban rápido, un omega viviendo en el bosque del este, el refugio de los desterrados, era cuestión de tiempo antes de que lo buscaran, antes de que intentaran cazarlo, lo que no esperaban, lo que nunca comprendían hasta que era demasiado tarde, era que él no era una presa.
Desde que aprendió a caminar, sus padres lo entrenaron para matar Vampiros, bestias, humanos si era necesario, la supervivencia no era una opción; era su única manera de vivir.
Pero hoy, hoy solo quería dar un paseo.
Y esos malditos lo arruinaron.
Aceleró el paso por el sendero boscoso, con la lanza descansando en su hombro y la sangre pegajosa enfriándose en su piel, estaba molesto, pero no por la pelea, lo que realmente le fastidiaba era que ahora tendría que explicarles a sus padres por qué llegaba cubierto de sangre en su aniversario.
Su papa seguramente suspiraría con exasperación y comenzaría a refunfuñar sobre la dificultad de lavar su ropa blanca, su padre, en cambio, apretaría los labios y lo examinaría con la mirada de siempre, esa mezcla de orgullo y preocupación que nunca decía en voz alta.
Cuando la cabaña apareció entre los árboles, oculta en la profundidad del bosque, el joven tomó aire y contó hasta tres antes de tocar la puerta.
Unos segundos después, la madera crujió y el rostro de Liam apareció en el umbral, con una sonrisa amplia que se desvaneció en cuanto vio el estado de su hijo.
El joven levantó una ceja y esbozó una sonrisa inocente.
—¡Sorpresa! —anunció, como si no estuviera empapado en sangre de pies a cabeza.
Liam parpadeó, entre el shock y la resignación, y luego dejó escapar un profundo suspiro.
Definitivamente, hoy no iba a ser un día tranquilo.
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Klen se encogió en el sillón, sintiéndose diminuto bajo la mirada de sus padres, ambos hombres estaban de pie frente a él, brazos cruzados y miradas severas, con ese aire de autoridad que jamás perderían, sin importar cuántos años pasaran.
Sus manos descansaban entre sus piernas, y aunque su postura era relajada, su expresión delataba cierta incomodidad, no importaba lo fuerte que fuera, frente a sus padres siempre era un niño que necesitaba supervisión.
—Les juro que no era mi intención, —dijo con los labios apretados en una mueca infantil—. Solo venía a visitarlos, pero esos chupasangre aparecieron de la nada.
Las palabras salieron con una mezcla de queja y disculpa, como si fuera un niño atrapado con las manos en la masa.
Sabía que su excusa no los convencería, no después de haberlos visto luchar, de haber sido entrenado por ellos desde que tenía memoria. Sus padres no eran idiotas. Sabían que podía haber evitado la pelea.
Habían sido un shock cuando, décadas atrás, les anunció que se marcharía a vivir a la Tierra Húmeda, un territorio neutral donde todo tipo de criaturas coexistían, para él, era una oportunidad de independencia. para sus padres, una pesadilla, dos lobos sobreprotectores nunca dejarían ir fácilmente a su única cría, y aunque al final aceptaron su decisión, el miedo nunca desapareció del todo.
—Lo sabemos, hijo, —dijo Noah, su voz firme, pero sin dureza—. Pero también sabemos que lo hiciste a propósito.
Klen abrió la boca para replicar, pero su padre levantó una ceja, deteniéndolo en seco.
—Sabías que te estaban siguiendo, pudiste evitarlos. ¿Qué hubiera pasado si salías herido?
Klen suspiró, no podía mentirles, jamás había podido, Noah y Liam no solo eran dos de los guerreros más experimentados que conocía, sino que lo habían criado, sabían exactamente cómo funcionaba su mente.
Se hundió un poco más en el sillón y murmuró:
—Es que tuve días muy estresantes y quería desahogarme un poco.
Fue casi un susurro, pero no importaba qué tan bajo hablara, sus padres también eran licántropos, sus oídos captarían hasta el más leve de sus latidos.
Liam, el más tranquilo de los dos, negó con la cabeza y cruzó los brazos con resignación.
—Klen, hijo mío, debes controlar esa personalidad perversa tuya, sabes que debes mantener un perfil bajo en la Tierra Húmeda.
Klen asintió de inmediato.
—Lo sé, papá... —dijo con fingida inocencia—. Por eso no los maté en la Tierra Húmeda, lo hice en el bosque.
Sonrió con suficiencia.
Noah y Liam se miraron entre sí y luego suspiraron al unísono, así era su hijo, ya no podían hacer nada al respecto.
Y entonces, como si se rindieran ante la inevitabilidad de su naturaleza, se acercaron y lo envolvieron en un abrazo cálido.
Klen se quedó quieto por un instante, sorprendido, pero pronto dejó escapar un suspiro y cerró los ojos, apoyando la frente en el pecho de su padre.
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Editado: 05.06.2025