Luna de Miel Prestada

¿Italia?

La cocina de los Callaghan olía a café recién hecho y a pastel de manzana. Carol Callaghan, impecable como siempre a pesar de la tormenta de chismes que azotaba Sedona, servía dos tazas con el mismo aire de general de batalla que organizaba un ejército.

—¿Cómo dormiste, dulzura?

Freya trató de responder, pero era demasiado temprano y ella nunca había sido muy madrugadora.

—Deja que tome el primer sorbo de café, mamá—gruñó Enzo a su lado despeinado.

Se habían quedado dormidos en el embarcadero luego de ver el álbum de fotos de la secundaria y tomar todo el vino blanco que no fue utilizado para la boda.

—Los boletos entran en vigor mañana —dijo sin rodeos, dejando caer los papeles sobre la mesa.

Freya, aún despeinada y con la camiseta de futbol de Enzo, miró los boletos como si fueran dinamita.
—¿Qué boletos?

—Los de la luna de miel.

—¿Su luna de miel? —Freya señaló a Enzo.

—Eran una sorpresa. —confesó— Una gira por Roma, Florencia, Capri, Nápoles… no se pueden cancelar ni pedir reembolso porque fueron una promoción especial. Una oferta, ya sabes. —Carol levantó una ceja, como si la palabra “oferta” fuera una ofensa personal.

Enzo se pasó una mano por el cabello, claramente incómodo.

—Mamá, sé que eran un regalo tuyo, pero sabes que no me casé ¿Verdad?

Carol jugueteó con su collar de perlas. Freya pensó que ni en mil años admitiría que a su hijo lo dejaron plantado en pleno altar.

—Además, —añadió Enzo untando un pedazo de pan con mantequilla— es un viaje en pareja. No pienso ir solo.

—Por supuesto que no. —Carol bebió un sorbo de café con calma estudiada—. Vas a ir con Freya.

Freya se atragantó con el café, tosió y tuvo que dejar la taza sobre la mesa.

—¿Perdón?

—No lo digas como si fuera un castigo —replicó Carol, con esa dulzura venenosa que usaba para lograr lo que quería—. Siempre quisiste ir a Italia, Freya. Me acuerdo de que a los diecisiete hasta aprendiste a decir “gelato” con acento.

—Eso fue porque soñaba con comerme uno diario —murmuró Freya.

—Exacto. Y ahora es tu oportunidad. —Carol se volvió hacia su hijo con una mirada que no admitía réplica—. Además, si no vas, Enzo, la gente de este pueblo no te dejará en paz y lo sabes. Cuando menos lo pienses, las mujeres solteras de Sedona van a inventar cualquier excusa para pasearse por aquí con sus madres. ¿Has visto mi porche? ¡Está lleno de cazuelas y pasteles!

—Mamá, solo son vecinas preocupadas.

—Ay, por favor. —Carol rodó los ojos— La última vez que Betty Lee cocinó fue para el funeral del reverendo Chad, y ya sabes cómo acabó eso.

Freya miró a Enzo, buscando en él algún signo de cordura, alguna chispa de indignación que probara que aquello era una locura. Pero lo que encontró en sus ojos cansados fue otra cosa: resignación… y, tal vez, un destello de curiosidad.

—Mamá… —empezó él.

—No mamá ni nada. Los boletos están pagados, la promoción es intransferible y ustedes dos siempre han hecho un buen equipo. —Carol sonrió con la satisfacción de quien acaba de ganar una partida de ajedrez— Así que hagan las maletas. Italia los espera.

El silencio que siguió estuvo cargado de incredulidad.

—Mamá, Freya debe volver a Nueva York. Ella trabaja allá.

Freya bajó la mirada de inmediato. La verdad era que estaba desempleada, con veinticinco dólares en la billetera y un aviso de desalojo esperándola en cuanto cruzara la puerta de su edificio.

—Freya me dijo que se iba a quedar unos días. —Carol arqueó una ceja— Y el viaje solo dura una semana. Después puede regresar a Nueva York.

Enzo negó con la cabeza.

—Lo tienes todo planeado, ¿no?

Carol se encogió de hombros.

—¿Acaso alguna vez no?

—Esto es una pésima idea —murmuró él.

—Probablemente. —Freya arqueó una ceja— Pero al menos en Italia las mujeres desesperadas no saben tu dirección.

Y aunque ninguno lo admitió en voz alta, ambos sabían que Carol tenía razón. El problema era quién de los dos sería el primero en rendirse… o si preferían culparla a ella para siempre.

***

Freya regresó a la casa de su hermana cerca del mediodía. Se negó a que Enzo la llevara en la camioneta y volvió en bicicleta. Necesitaba aire. Pedaleó con fuerza, como si pudiera despejar la locura que Carol había lanzado sobre la mesa.

La idea de ir a Italia le parecía absurda. Quería ir, claro que sí. Pero hacerlo con Enzo, en lo que se suponía era su viaje de bodas, se sentía violento, casi de mala suerte.

Aunque…Era Italia.

La pasta…

Las Iglesias…

Los museos

La Fontana di Trevi.…

Todo lo que alguna vez quiso pintar estaba en Italia.




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