Luna de Miel Prestada

Chismes y carneros muertos.

Freya estaba segura de que Liam Stevens había ido de lengua suelta por el pueblo. No habían pasado ni dos horas desde su visita y su teléfono ya parecía una bomba a punto de estallar.

Primero, un mensaje anónimo con emojis de cuchillos y corazones rotos. Luego, dos llamadas perdidas de números privados. Y después, la joya de la corona: un audio de voz de Tara Jones con su tono chillón e inconfundible:

—Escúchame bien, ladrona de novios. No me importa que Enzo y yo nunca hayamos salido, porque íbamos a hacerlo, solo necesitaba un mes y él iba a caer, pero tenías que estropearlo todo. Y si te atreves a subirte a ese avión con él, te juro que…

Freya apagó el celular antes de escuchar el resto. Estaba bastante segura de que la mayoría de las otras “amenazas” provenían de Tara y sus amigas del club de yoga, pero igual no dejaba de ser agotador.

Para rematar, esa misma tarde Enzo la llamó, agitado:

—Freya, por Dios, necesito ayuda.

—¿Qué pasó? —preguntó, enderezándose en la cama.

—Once. —Respiró hondo, como si la palabra fuera un insulto.

—¿Once qué?

—Once mujeres en mi rancho. Todas con cazuelas, pasteles, guisos… hasta me dejaron un pavo. ¡Un pavo!

Freya se tapó la boca para contener la risa.

—Es obvio que escucharon que estoy por secuestrarte y llevarte lejos de sus garras. Están desesperadas, quizás mañana maten un carnero.

—No es gracioso. —Gruñó—Están poniendo a prueba los modales de mi madre. Betty Lee hasta se atrevió a insinuar que por fin comería un puré de papa decente.

—¿Cómo es que esa mujer sigue viva?

— Se acabó. No lo soporto más. Nos vamos a Italia mañana.

Freya enderezó la espalda.

—¿Estás seguro? No tienes que precipitarte, es decir puedo protegerte y si me das una pala…

—Freya nos vamos a Italia. Última palabra.

Freya colgó con el corazón latiendo más rápido de lo que quería admitir. Italia ya no era un sueño lejano. Era real. Y empezaba en menos de veinticuatro horas.

***

El aeropuerto de Phoenix estaba abarrotado. Freya se ajustó la bufanda al cuello y miró alrededor con una mezcla de ansiedad y entusiasmo. El zumbido de maletas rodando, altavoces anunciando vuelos y niños corriendo por los pasillos le recordaban que aquello ya no era un plan improvisado: era real.

—Mantén la cabeza baja —murmuró Enzo, empujando el carrito de equipaje con un gesto adusto—Tal vez pasemos desapercibidos.

Freya arqueó una ceja.

—¿Tú en Sedona? Desapercibido. Claro.

Enzo se detuvo y la observó

—Tienes razón, yo no soy el que tengo una video viral en TikTok dándole una paliza a alguien

Freya enrojeció

—¿Cómo diablos lo viste si no tienes TikTok?

—Alguien lo montó en Instagram

Freya se puso verde.

—Oh no…Mi círculo social.

Una mujer en uniforme del aeropuerto, al leer los pasajes, alzó la vista con una sonrisa radiante.

—Ah, recién casados en su luna de miel. ¡Qué romántico!

Enzo parpadeó, helado.

—No, no somos…

—Sí, lo somos —lo interrumpió Freya con una sonrisa tan falsa que le dolieron las mejillas—Ya sabe, luna de miel en Italia… cliché, pero irresistible.

El brillo en los ojos de la empleada se intensificó.

—¡Maravilloso! —aplastó un sello contra los pasaportes— Les he conseguido asientos juntos en ventana. Y… esperen aquí un momento.

Enzo la miró como si Freya acabara de firmar su sentencia de muerte.

—¿Por qué dijiste que sí?

—Porque así es más fácil que nos dejen tranquilos.

—¿Tranquilos? —repitió, exasperado— ¡Nos acaban de poner asientos de “viaje romántico”!

Antes de que pudiera protestar más, la empleada regresó con dos pulseras rojas brillantes.

—Obsequio de cortesía para nuestros recién casados: acceso al lounge VIP. ¡Felicidades!

Freya se quedó mirando la pulsera como si fuera dinamita.

—Bueno… al menos tendremos champagne y cena gratis

Enzo cerró los ojos, respiró hondo y masculló algo que Freya prefirió no escuchar.

—Ay, vamos —dijo ella, dándole un golpecito en el brazo—,no puedes ponerte de mal humor por cena y champagne gratis. Estoy seguro de que los asientos también serán los mejores.

***

Los asientos eran una porquería.

Freya acomodó su bolso de mano en el compartimiento superior y trató de mantener la calma. El pasillo estaba abarrotado de pasajeros arrastrando maletas, niños con auriculares gigantes y azafatas que sonreían con paciencia sobrehumana.

Enzo ya estaba sentado, encajado en el asiento de la ventana. Sus piernas largas apenas cabían y el reposabrazos parecía estar peleando con sus hombros.




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