Roma, Capital de Italia.
1 de mayo
El aeropuerto de Roma era un caos organizado: maletas rodando, turistas confundidos, anuncios en italiano que sonaban como poesía… y Freya Sullivan, arrastrando su maleta amarillo chillón con una rueda chueca que chillaba como si pidiera misericordia.
—Esto es increíble —murmuró, con los ojos brillando— ¡Mira esos carteles, Enzo! ¡Mira esa cúpula allá al fondo! ¡Mira a esa señora con un helado gigante!
—Es un aeropuerto, Freya. Todos los aeropuertos tienen gente con helados. —Enzo empujaba su maleta con calma estoica, como si estuviera paseando por el rancho.
—No, no lo entiendes. ¡Es helado italiano! ¡El mejor helado del mundo!
Un grupo de italianos pasó a su lado, hablando rápido y gesticulando con las manos. Freya los siguió con la mirada, fascinada.
—Oh, Dios… hasta discuten con glamour.
Enzo la miró con esa expresión mitad paciencia, mitad resignación.
—Recuerda que esto no son unas vacaciones.
—Perdona, ¿cómo qué no? —Freya se plantó frente a él con una sonrisa descarada—. Tu madre dijo claramente: “Italia los espera”. Yo escuché: “¡Dios los bendiga, jóvenes, vayan a comer pasta y reconciliarse con la vida!”.
Él negó con la cabeza, pero el rabillo de sus labios traicionó una sonrisa.
Cuando llegaron al hotel, Freya se quedó boquiabierta.
—Esto parece sacado de una película. ¿Viste esas columnas? ¿Ese mármol? ¡Ese botones que parece modelo de Gucci!
El botones, efectivamente guapo y uniformado, tomó las maletas con una sonrisa.
—Benvenuti, signori.
Freya intentó responder con entusiasmo.
—Grazie… ciao… amore… spaghetti.
El botones parpadeó, confundido, y Enzo resopló tan fuerte que el propio botones sonrió incómodo.
—¿En serio? ¿Eso fue todo tu italiano?
—¡Hey! —ella lo señaló con el dedo—Al menos no dije “pizza”.
Enzo caminó hacia la recepción, donde una amable recepcionista los saludó.
—Tenemos una reservación.
—Oh, sí. Bienvenidos, señor y señora Callaghan. Su habitación está lista.
La sonrisa de Freya se congeló y la tez de Enzo perdió color.
—Espere un momento…
—¿Puede decirme qué habitación es? —intervino Freya, veloz, antes de que él la corrigiera.
—La suite principal. Además, les incluimos un paquete de beneficios gratis por escoger nuestro hotel para su luna de miel.
Enzo frunció el ceño.
—Creo que hay una equivoca…
Freya le pellizcó el muslo con disimulo.
—¿Beneficios? —repitió con voz cantarina.
—Así es. Son nuestra pareja número cien en pasar su luna de miel aquí este año, así que recibirán beneficios adicionales: masajes en pareja, champán en la habitación y cenas románticas totalmente gratis.
De repente, ser la señora Callaghan no le parecía tan mala idea a Freya.
—Es maravilloso.
—Por favor, disfruten su estancia. E benvenuti in Italia.
Freya se despidió, tomó la llave y agarró de la mano a un pasmado Enzo rumbo al ascensor.
—¿Por qué no me dejaste corregirla? —preguntó él.
—¿Y perder los beneficios gratis? De ninguna manera. Todo lo que se pueda conseguir sin pagar, nos lo quedamos.
—Es una mala idea.
—Relájate. ¿Qué es lo peor que podría pasar? —ella sonrió, aunque él no respondió.
Al llegar a la habitación, Freya abrió las cortinas y casi gritó.
—¡Enzo, mira! ¡Se ve el Coliseo desde aquí! ¡podemos recrear la escena de la película Gladiador! —chilló— O en mi caso, encontrar inspiración ¡Ya puedo ver la pintura: sombras de Roma sobre un cielo color vino!
Enzo dejó caer las maletas y se sentó en la cama, exhausto.
—Fantástico. En mi cabeza solo veo imágenes de lo mal que me va a pegar el jet lag.
Freya giró hacia él, con las mejillas encendidas por la emoción y los ojos brillantes.
—Esto va a ser increíble.
Él la observó en silencio. Durante un instante, olvidó lo cansado que estaba y lo reciente que había sido todo. Esa sonrisa de Freya era peligrosa: podía hacerle olvidar hasta quién era.
—Solo recuerda —dijo al fin, en voz baja— Esto no es nuestra luna de miel.
Freya ladeó la cabeza con media sonrisa.
—Claro que no… —se encogió de hombros— Pero nadie tiene por qué enterarse.
Y mientras él se pasaba una mano por el rostro, intentando contener una sonrisa que se le escapaba, Freya se abalanzaba sobre la ventana para fotografiar cada rincón de Roma.
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Editado: 20.11.2025