Luna de Miel Prestada

Demasiado Cerca

Freya se giró por décima vez, intentando encontrar una postura cómoda. La cama era enorme, pero el “territorio” que había delimitado con la manta la obligaba a permanecer rígida como una estatua.

—Deberías patentar tu sistema de fronteras. Es peor que la muralla china. —La voz de Enzo llegó grave desde el otro lado.

—Es para mantener la paz. —Freya apretó los ojos, fingiendo estar al borde del sueño— No quiero que mañana amanezca con tu codo en mis costillas.

—Prometí no invadir tu zona.

—Ajá. —Bostezó—Igual lo vigilo.

El silencio llenó la habitación, apenas interrumpido por el murmullo lejano de Roma. Al cabo de un rato, el sueño la venció.

Cuando abrió los ojos horas después, algo cálido y pesado la envolvía. Su primera reacción fue pensar que el hotel ofrecía mantas eléctricas de cortesía. Su segunda reacción fue descubrir que la “manta eléctrica” tenía brazos.

—¡Ay, no! —susurró, petrificada.

Enzo dormía profundamente, medio torso cruzando la “frontera”. Una de sus manos descansaba sobre la cintura de Freya y la otra bajo su almohada. Su respiración tranquila le hacía cosquillas en la nuca.

Ella intentó apartarse milimétricamente, como un ladrón desactivando una alarma. El colchón crujió y Enzo gruñó en sueños, apretándola más fuerte.

—¡Genial! —murmuró Freya, con el corazón desbocado— El vaquero abrazador no entiende de tratados internacionales.

Cuando al fin logró girar apenas el rostro, se encontró a escasos centímetros de su perfil: pestañas largas, mandíbula relajada, un mechón rebelde cayéndole sobre la frente. Por un instante, se olvidó de protestar.

—Solo… no mires demasiado, Freya. —se susurró a sí misma—Esto no significa nada.

Enzo murmuró algo ininteligible en sueños y ella contuvo la respiración. No sabía si reír, gritar o rendirse a la comodidad de esos brazos. Se debatía entre eso último cuando su teléfono timbro en alguna parte de la habitación. Enzo abrió los ojos enseguida y al percatarse de la posición en la que estaba se levantó de inmediato, su cabello desordenado hizo que Freya por alguna razón sonriera.

—Aun duermes increíblemente mal.

Enzo se rascó la nuca.

—Yo…

—Y como violaste el tratado de frontera, vas a tener que compensarme.

Su teléfono volvió a sonar y esta vez Freya se levantó a contestar. Siguió el sonido de Crazy, de Gnarls Barkley, hasta encontrar el celular enterrado en su bolso de mano. Hizo una mueca al encandilarse con la pantalla y deslizó para contestar.

—¿Ya se acostaron?

La espalda de Freya se tensó. Apartó el celular de la oreja como si quemara, miró la pantalla y entrecerró los ojos.

Oh, no. Esa niña.

—¿Qué rayos, April? —replicó, echando una rápida mirada sobre su hombro para asegurarse de que Enzo no hubiese escuchado.

—¿Qué? ¿No me digas que todavía no lo han hecho?

Freya se refugió en el baño y cerró la puerta de golpe. El espejo no fue compasivo: le devolvió la imagen de su cabello revuelto, el rímel corrido en ojeras de panda y una camiseta vieja de los Yankees que había conocido días mejores, combinada con unos shorts deslavados de patitos.

Perfecto. Súper seductora.

Definitivamente debió robarle un par de pijamas decentes a su hermana antes del viaje.

El celular vibró de nuevo en su mano y la rabia regresó a borbotones.

—¡Por supuesto que todavía no nos hemos acostado! —masculló, llevándose el teléfono otra vez al oído—Enzo y yo solo somos amigos. ¿¡Cuántas veces te lo tengo que repetir!?

April resopló con dramatismo.

—Ay, por favor. Están en Italia, el lugar más romántico del planeta, en lo que básicamente es una luna de miel. Es solo cuestión de tiempo.

Freya apretó los dientes.

—No puedo creer que pienses que algo así pueda suceder, es decir…

—Oh, no soy la única que lo piensa —la interrumpió su hermana, casi canturreando.

—¿Qué quieres decir?

Silencio.

—No me digas que… —susurró Freya, helándose.

—Ujum —confirmó April, satisfecha.

—¿Me estás diciendo que todo Sedona cree que Enzo y yo…?

—Exacto.

—¡¿Cómo rayos pueden creer eso?! —vociferó—. ¡El pobre fue dejado en el altar como un cachorro apaleado, tiene el corazón hecho trizas, y lo último en lo que pensaría es…!

Se detuvo. Porque ahí estaba Enzo, apoyado en el marco de la puerta del baño, observándola con calma.

—Continúa —dijo él, divertido.

¿Cómo demonio no lo había escuchado acercarse?

Freya colgó de inmediato y le dedicó una sonrisa tirante a su compañero de cuarto.

—Ya terminé.

—Así que “cachorro apaleado”, ¿eh?




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