No sabía cuándo tiempo había estado frente al caballete. El sol parecía estar más tenue y el ruido del mar más calmado. Ambos dedos le dolían, pero por primera vez desde hace dos años, Freya estaba inspirada.
Por fin, apartó el pincel y lo dejó junto a los tubos de óleo, observando el lienzo impregnado de colores que aún no terminaban de secarse. Se permitió una sonrisa ligera, sintiendo la calidez de una satisfacción genuina revoloteando en su pecho. Cuando el mar volvió a retumbar contra las piedras y la luz se filtró entre las cortinas de la terraza, Freya supo que estaba lista para enfrentar lo que viniera: La conversación pendiente con Enzo, los recuerdos agridulces y la incertidumbre de saber si había escogido la pintura como una verdadera forma de vida. Salió de la terraza con el eco de la nota aún presente, sintiendo por primera vez que, pase lo que pase, su arte la protegería.
Mientras descendía por las escaleras, Freya trató de contener la emoción que aún vibraba en su pecho. Se sentía distinta, como si la pintura le hubiera devuelto una parte de sí misma que pensaba olvidada. Al cruzar el vestíbulo, se encontró con un silencio acogedor que la invitaba a reflexionar. "Tal vez, después de todo, sí puedo reinventarme", se dijo, recordando la textura de los colores y el mensaje reconfortante de Enzo.
Llegó al vestíbulo e iba a preguntar por él en la recepción del hotel, cuando su celular timbró de nuevo en el fondo de su bolso, pensando que era quizás Enzo, Freya se apuró a contestar. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que era su madre.
—¿Carol? ¿Cómo va todo por el rancho?
La madre de Enzo soltó un bufido —algo nada propio de una dama sureña— antes de contestar:
—Puedes decirle a mi hijo que el rancho todavía sigue en el mismo sitio donde lo dejó.
Freya sonrió.
—¿Y qué tal el viaje? —insistió Carol.
Bueno, pensó Freya— quitando la parte de que todos piensa que en verdad estamos en una luna de miel— hasta ahora había estado bien.
—Oh, Italia es justo como lo imaginé —respondió en voz alta.
—¿El mejor gelato y la mejor pizza?
—Sin duda.
—¿Y Enzo? —la voz de Carol bajó un tono—No he tenido el valor de llamarlo.
Freya se quedó un instante en silencio, sintiéndose de pronto avergonzada.
Había olvidado el motivo real de aquel viaje. Enzo. Su mejor amigo le había roto el corazón, pero aun así había tenido tiempo para escuchar a Freya, para alentarla de nuevo a creer en ella misma. ¿Y ella que había hecho por él? Nada.
Un nudo se formó en la garganta de Freya, pero se obligó a responder con calma:
—Está… de hecho bien, y quizás eso es lo que más me preocupa ¿Sabes? A veces me gustaría que se permitiera estar triste, que dejara de cargar todo solo. Pero supongo que nadie puede forzar eso.
Carol no respondió enseguida, lo que preocupó a Freya. Tal vez no debió ser tan sincera.
—Temía que estuviera haciendo eso. —susurró—¿Recuerdas cuando murió su padre?
Por supuesto que ella lo recordaba. Tres semanas actuando como si no pasara nada, comportándose de manera habitual. Hasta que, al encontrar el reloj olvidado en la guantera de la camioneta de su padre, se desplomó. Fue un dolor brutal, devastador. Y ella estuvo allí, viendo cómo se le rompía el corazón.
¿Pasaría lo mismo con Lucy? ¿Se mantendría entero hasta que algo mínimo lo derrumbara? ¿Podría ella soportar volver a verlo así?
—No dejaré que eso pase de nuevo, Carol—Prometió
—Por favor cuídalo.
Freya asintió despacio, con una determinación silenciosa que Carol notó al otro lado de la línea. Por primera vez, sentía que podía hacer algo real por Enzo, más allá de palabras de ánimo o presencia en momentos difíciles. Defendía la idea de estar a su lado, sin exigirle explicaciones, simplemente acompañándolo en sus silencios y, si era necesario, ayudándolo a reconstruirse pieza por pieza.
Regresó de nuevo a la terraza, y miró el cuadro que había hecho. Lo detallo con los ojos, y sin miedo a pecar de vanidosa, Freya pensó que era el mejor trabajo que había hecho y de pronto quiso que Enzo lo viera.
Regresó sobre sus pasos y subió a la habitación que compartían, lo llamó, pero al no obtener respuesta, revisó la terraza. Se detuvo abruptamente cuando escuchó que hablaba por teléfono.
—No entiendo que quieres que te diga, Lucy.
El timbre suave de la voz de Enzo se filtró a través de la puerta entornada, y Freya se debatió entre quedarse o marcharse. Sabía que no debía escuchar, que ese momento le pertenecía a él, pero algo en su silencio la mantenía anclada en el umbral.
—No, no estoy enojado, pero tampoco puedes pretender que desee hablar contigo como si nada hubiera pasado.
Debía irse. Regresar, pero por alguna razón no podía.
—Ambos sabemos porque lo hiciste Lucy. —La voz de Enzo sonó cansada, como si ya se hubiera reconciliado con la idea.
—¿Freya? ¿Qué tiene que ver Freya en todo esto?
Freya se quedó quieta, inclinó más cabeza para escuchar sobre el murmullo de la briza ¿Había dicho Lucy su nombre?
La voz de Enzo se tornó más baja, casi como si quisiera proteger a Freya de cualquier palabra dañina. Apretó los puños, sintiendo una mezcla de ansiedad al escuchar su nombre en labios de Lucy, preguntándose si ese vínculo que había construido con Enzo era lo suficientemente fuerte para resistir las dudas que ahora flotaban en el aire.
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Editado: 20.11.2025