Luna de Miel Prestada

"Esposa"

Freya apoyó el mentón en la mano, observando cómo las luces del bar se reflejaban en el borde de su copa. Habían pasado ya dos margaritas… o tres, si contaban que Enzo había “probado por seguridad”.

—Estás sonriendo mucho —comentó él, ladeando la cabeza.

—¿Y eso es un problema?

—Solo me preocupa que te estés enamorando.

Freya arqueó una ceja y las comisuras de sus labios se elevaron con picardía.

—¿De ti?

—De las margaritas —respondió, aunque la sonrisa traviesa que la acompañó decía otra cosa.

Ella soltó una risa suave y alzó la copa.

—Brindemos entonces.

—¿Por qué?

—Por los milagros.

—¿Por el cuadro o porque me hiciste bajar al bar?

—Por ambas cosas —dijo Freya, mirándolo por encima del borde de la copa.

Él sostuvo su mirada un segundo más de lo necesario. Había algo distinto en su sonrisa: menos bromista, más… sincera. El tipo de sonrisa que decía “sí, me la estoy pasando increíble contigo… ¿me das tu número?”.

Freya carraspeó y bajó la vista hacia su cóctel, moviendo distraídamente los trozos de hielo. Necesitaba poner los pies sobre la tierra.

—¿Sabes de qué me he dado cuenta últimamente? —preguntó, con un tono que intentaba sonar casual.

—¿De qué?

—De que desde que llegamos a Italia, te he arrastrado a los lugares que solo yo he querido.

—¿Y? —replicó él, sin inmutarse.

Freya puso los ojos en blanco.

—¿Cómo que “y”? Se supone que técnicamente estamos en tu luna de miel. Deberías ser tú quien pone las reglas.

Eso fue un golpe bajo, incluso para ella. Pero Freya había bebido demasiadas margaritas y, si Enzo seguía mirándola de esa manera, iba a empezar a decir sandeces.

Sandeces que luego lamentaría.

Enzo se quedó callado, y durante unos segundos Freya temió haberse pasado de la raya.

Sin embargo, Enzo habló de nuevo, con esa calma que la desarmaba.

—¿Sabes? —dijo, girando la copa entre sus dedos— A veces pienso que lo de la boda fue lo mejor que pudo pasarme.

Freya alzó la vista, sorprendida.

—¿Lo dices en serio?

Él asintió.

—Al principio dolía… mucho. Pero ahora, no sé, empiezo a creer que, si alguien puede dejarte en el altar, es porque no era el lugar donde debías quedarte.

Hizo una pausa, mirándola.

—Y porque quizás había otro lugar, otra persona… donde sí.

Freya sintió un nudo en la garganta. El aire entre ellos cambió. No pesado, sino cálido, denso, como si algo invisible los envolviera.

Entonces Enzo sonrió, rompiendo la tensión justo antes de que se volviera insoportable.

—Si te sientes mal por arrastrarme a todos esos lugares, deberías compensarlo entonces —dijo.

Ella arrugó el entrecejo.

—¿Cuántas más concesiones quieres esta noche?

—Las que estés dispuesta a darme.

Oh, dulce niño Jesús.

—Pues no te voy a dar más que una esta noche, y ya la usaste —señaló, dándole un sorbo a su copa.

—¿Y qué tal mañana? Manuel dice que cerca de aquí hay un buen viñedo.

—¿Quieres emborracharme de nuevo?

—Me gusta la Freya borracha… —dijo él, encogiéndose de hombros— Es sincera.

Freya lo miró con fingido fastidio, pero la sonrisa se le escapó igual.

Se levantó un momento al tocador y luego de utilizar el sanitario y comprobar en el espejo que aún aguantaba unas margaritas más si las combinaba con agua, se dirigió de nuevo a la barra. Fue entonces cuando un hombre alto, de sonrisa ensayada y camisa abierta hasta el tercer botón, se acercó con aire confiado.

—Disculpa —dijo, interceptándola— Sé que suena atrevido, pero tenía que venir a decirte que tienes la sonrisa más bonita de todo el bar.

Freya parpadeó, sorprendida por el descaro.

—Gracias —dijo con cortesía— Qué amable.

—¿Puedo invitarte a otra ronda? —preguntó él, acercándose un poco más, lo suficiente para invadir su espacio personal.

Antes de que ella pudiera responder, una voz baja, serena y peligrosamente posesiva rompió el aire:

—No puede —dijo Enzo, dejando su vaso sobre la barra— Mi esposa ya tiene compañía.

El hombre se giró, desconcertado.

—¿Esposa?

—Así es —repitió Enzo, acercándose a Freya hasta rozarle la espalda con su mano— Y no comparte margaritas con extraños.

El extraño se alejó y Freya lo miró de reojo, con una sonrisa que era mitad burla, mitad fascinación.

——¿“Esposa”? —susurró, con una sonrisa divertida sentándose de nuevo a su lado.




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