El bar empezaba a vaciarse, y la música se volvió un susurro detrás del tintinear de los vasos. Enzo se inclinó un poco más cerca de ella, lo suficiente para que Freya sintiera el calor de su cuerpo, el olor de su perfume y el leve roce de su brazo al moverse.
—Deberíamos irnos—dijo ella, bajando la voz.
—¿Por qué?
—Porque si nos quedamos un minuto más, me vas a tener que cargar hasta el hotel.
—Oh, entonces definitivamente deberíamos quedarnos.
Freya lo miró con fingida molestia, pero la sonrisa le traicionó. Se levantó… y un segundo después se tambaleó. Enzo la sostuvo enseguida, con un reflejo que parecía demasiado natural.
—Wow. ¿Estás bien?
Freya asintió, divertida.
—Creo que las margaritas me están pasando factura.
—Te lo advertí —respondió él, ya sin tono burlón. Le rodeó la cintura y la atrajo contra su cuerpo con cuidado, mientras hacía una seña al barman para pedir una botella de agua.
—Bebe —ordenó, ofreciéndosela.
Freya lo miró con una sonrisa torcida.
—Oh, oh. Volvió el Enzo mandón.
Él no sonrió.
—Estoy bien. —murmuró llevándose la botella de agua a los labios—Solo fue un leve mareo por levantarme muy rápido.
—¿Segura?
Ella asintió.
—¿Mis zapatos no terminarán vomitados esta noche? —preguntó él, arqueando una ceja.
Freya enrojeció.
—Te vomité los zapatos una vez. Una vez —le recordó.
—Tuve que tirarlos.
El sonrojo de Freya se intensificó.
—Y trabajé todo un verano para comprarte unos nuevos.
Enzo sonrió. Sus manos todavía descansaban en su cintura.
—Lo sé.
Por un instante, ninguno de los dos se movió. El silencio se coló entre ellos, tan suave como la música que aún flotaba en el aire.
—¿Sabes? —dijo Freya al fin, con una sonrisa nerviosa— Si me vas a seguir salvando cada vez que me tambaleo, al menos podrías ponerlo en tu currículum.
—¿"Rescatador oficial de artistas imprudentes"? —bromeó él.
—Exacto. —Ella lo miró de reojo, divertida— Aunque creo que ese puesto viene sin salario.
—Está bien —dijo Enzo, sin soltarla—Las propinas valen la pena.
Freya soltó una risita suave, y antes de darse cuenta, seguía apoyada en su pecho, más cómoda de lo que debería.
El bar seguía apagando luces, pero para ella, todo parecía encenderse.
*****
Dejaron el bar y salieron al pasillo del hotel, donde el aire era más fresco y silencioso. Las luces del corredor eran tenues, casi doradas, y sus pasos resonaban con un eco que se sentía más íntimo que incómodo.
Cuando llegaron a la puerta de la habitación, Freya se detuvo con la llave en la mano.
—Gracias —dijo, girándose hacia él.
—¿Por qué?
—Por… acompañarme. Y por lo de la galería. —Lo miró, un poco torpe—Significó más de lo que crees.
Él la observó en silencio.
—Freya…
Su nombre en su voz sonó distinto. Más bajo. Más peligroso.
Por un instante, ella pensó que iba a besarla.
Y si lo hacía, no estaba del todo segura de que se apartaría.
Y entonces ese pensamiento la asustó.
Porque no se suponía que debía tener ese tipo de pensamientos hacia su mejor amigo.
Su mejor amigo desde los seis años.
Su mejor amigo, el que mordisqueaba sus lápices de colores.
Su mejor amigo, al que —oh, pequeño detalle— había abandonado en el altar.
La llave se le resbaló de las manos y cayó al suelo con un tintineo que pareció romper el silencio.
El corazón le latía entre las costillas de una forma dolorosa.
Enzo se agachó enseguida y tomó la llave.
Freya recordó, demasiado tarde, que no podía arrebatársela y encerrarse a salvo en la habitación.
Compartían habitación.
Y cama.
¿Por qué había permitido que eso siguiera pasando?
Ah, sí. Porque las reservaciones seguían a nombre del señor y la señora Callaghan.
—Freya —repitió Enzo. Esta vez, su voz sonó distinta: más calmada, más terrenal.
Y ella pensó que tal vez lo había imaginado todo. Sin embargo, sintió cómo su propio corazón palpitaba tan fuerte que temió que Enzo pudiera escucharlo. Un temblor le recorrió las manos, y por un instante, todo lo no dicho entre ellos amenazó con desbordarse. Pero en vez de dejarse llevar, respiró hondo y bajó la mirada, aferrándose a la promesa silenciosa que se había hecho a sí misma en este viaje: sería su refugio, su confidente, su mejor amiga, no una razón más que su corazón se hundiera. Así que debía actuar en consecuencia.
#268 en Novela contemporánea
#796 en Novela romántica
comedia romantica, amigos de infancia, comedia cliches enredos parodia
Editado: 20.11.2025