Luna Maldita

Capítulo 5

 

STELLA

 

Una cosa es ver un cuerpo desnudo cubierto de mugre, nadie va a pararse a mirar las curvas de mi cuerpo. ¿Verdad?

Otra cosa es estar ya limpia, revelando mi piel sin esa capa que me da algo de privacidad.

Cuando quiero darme cuenta, he pasado por unos pasillos con bóvedas altas y de color negro, en las paredes hay una plaga de enormes ventanales con cortinas oscuras que impiden el paso de los rayos de sol.

Me ha metido en una habitación que grita que es de él, por la cama king-size que encaja en el centro de la estancia. Tiene que ser suya, una cama así le pega demasiado. La decoración se parece a una que poseería la realeza, todo aquí lo es. Real. Enigmático. Elegante. Costoso. Ahora estoy dentro de un aseo propio de un rey, no que si debo huir o quedarme a ver la escena que está por venir.

Parpadeo observando la bañera de oro, que mide cómo dos yo.

—No me quiero bañar —dictamino.

En realidad si quiero, estoy mugrosa, tanto que puedo oler el asqueroso aroma que desprendo.  Tomar un baño tranquilo, debería ayudarme a deshacerme de toda la mala vibra que hay pegada en cuerpo, y todas esas manos malvadas marcadas en mis extremidades...

De repente siento un miedo aterrador.

—Que cochina, Stella —gira la cabeza para bromear conmigo y sacar la lengua en muestra de asco —. Si sigues con la mierda en la cara, no podré comprobar si tu belleza aumenta.

—Que te importa —le espeto.

—Mucho, además estás arruinando el buen aroma de mi palacio.

—¡Oye! —grito molesta —. Usualmente no huelo así.

—¿Ah, sí? ¿Y como hueles?

—Mmm Huelo a... Mmm. No sé. ¡Pero por que te importa!

Doy pasos hacia atrás para apoyarme en la pared, está fría pero me ayuda a tranquilizar mis nervios. Mis mejillas están rojas por la vergüenza. No debería sentir atracción física por un hombre, cuando muchos de ellos abusaron de mí cruelmente y robaron mi virginidad. No debería ver a ningún hombre con ojos apasionados.

Y es algo que quiero repetirme varias veces, porque no quiero volver a sentir nada por alguien de mi sexo diferente.

Él no tiene la culpa de lo que me hicieron.

¿Pero y si termina siendo igual a todos ellos?

Cuando observo a Killian prender el grifo de agua caliente de la bañera, rebuscar en los cajones de los baños para encontrar sales aromáticas y jabones con olor rico, no puedo evitar que mis ojos se tornen hacia sus músculos, su rostro perfilado y sus labios carnosos.

Tengo que detener esos pensamientos.

—Quiero bañarme, pero no delante de ti.

Arropo mi cuerpo con su chaqueta.

Termina de echarle sales aromáticas al agua que está aumentando en la bañera, y se gira para observarme.

—Comprendo, la princesa es un poco pudorosa.

Me encojo de hombros.

Si de verdad supiera la razón por la que no quiero que un hombre me veas jamás desnuda, creo que lo comprendería de verdad.

—No es solo eso, es que...—desvió mi mirada hacia el ventanal, da hacia el exterior a un espeso jardín, pero la ventana está ubicada lejos de la bañera —. Da igual.

—No da igual. No creas que quiero abusar de tu confianza. No voy a hacerte daño, Stella. Jamás haría daño a mi mujer...a una mujer —carraspea por la confusión —. Solo quiero hacer que todo sea más fácil, esas manchas que tienes son difíciles de quitar y vas a necesitar ayuda. Por eso me ofrecí a bañarte.

Frunzo el ceño.

Estoy un poco nerviosa, pero es que este hombre hace que mis nervios se multipliquen y colapsen por mi cordura.

—Podré bañarme sola, gracias por preocuparte.

Una sonrisa de lado aparece en su rostro, mientras se levanta y avanza hacia la puerta.

—Te daré el espacio que necesites, y después vendré a molestarte un rato. Tenemos cosas importantes que conversar, y otras que debes saber antes de vivir aquí.

Asiento en silencio.

Abre la puerta y da un paso para abandonar el aseo, el sentimiento de temor vuelve a azotarme la conciencia. Tengo miedo de que me deje sola, y que empiecen a pasarme más desgracias que me hieran más. No estoy en condiciones de tener más problemas, porque tengo que superar unos que son horribles y no tienen solución.

Me siento confundida porque no quiero que se vaya, ni tampoco que me vea desnuda. ¿Pero que puedo hacer? El terror se filtra por mi cuerpo como si fuera veneno.

—Espera, ¡no te vayas! —le susurro histérica—. Puedes quedarte pero no mires, si necesito tu ayuda te la pediré.

Vuelve a cerrar la puerta.

—Cómo lo desees, princesa.

Él sabe que ese apodo me molesta, pero me sigue llamando así solo para molestarme. Creo que es hora de seguir su mismo juego y molestarlo un poco también.

—No hagas ruido, ogro, que necesito tranquilidad.

—¿Qué mierda acabas de llamarme? —suena y me mira incrédulo.

—Silencio, ogro. Y date la vuelta que me voy a desnudar.

La sonrisa traviesa de su rostro me llama la atención, se aparta un mechón corto de color negro de su frente y se da media vuelta para observar la bonita pared de mármol blanco. No objeta ni dice nada. Aprovecho que no está mirando para quitarme su chaqueta, meterme en el agua tibia. Suspiro cuando la humedad caliente abraza los músculos tensos de mi cuerpo.

Creo que voy a disfrutar demasiado de este baño.

 

 

KILLIAN

 

Maldita humana.

¿De verdad que me está dando órdenes? ¿A mí? Qué he liderado los grupos más sanguinarios de guerreros licántropos en las guerras más importantes del país, que nadie se atreve a mirarme por encima del hombro, alterar mi humor o ni siquiera, objetar nada de lo que le digo. Todos me temen, por el pasado que cargo a mis espaldas y por mi maldito humor aterrador.




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