STELLA
A la mañana siguiente, despierto con miles de peonias endulzando mi habitación. Están por todas partes, por el tocador, en la mesita de noche, en el escritorio, en los muebles en el espacio de la librería y sus sillones conjuntos para sentarse mientras disfrutas de un buen libro. En el suelo, ahí hay miles de ramos, tengo miedo de salir de la cama y aplastar alguno.
¿Qué pasó aquí? ¿Se metió un florista y vomitó?
Me encuentro sentada mientras deslizo las yemas de mis dedos por el papel aterciopelado de una carta que había al lado de mi almohada. Estoy decidiendo si abrirla o no, no sé qué puede haber en su interior y eso me desconcierta.
Mis ojos están irritados por todo lo que he llorado, las ondas de mi cabello se han desecho y solo se me la maraña sin peinar.
Estoy echa un desastre, con un sentimiento de culpa agonizador.
Respiro hondo mientras abro los pliegues de la carta, es totalmente blanca y tiene un sello real con la silueta de un lobo.
Un mensaje con una letra masculina llama mi atención, así empiezo a leerlo con lentitud. El corazón late en mi pecho queriendo huir, pero resisto.
«No quiero verte, pero eso no significa que no te llene de regalos.
Un pequeño presente para mi princesa.
No te marches.
Killian Wolf. »
Mi mirada va directa a la pequeña maleta con algunas prendas que él me ha regalado, cuando llegué aquí no pedí nada, y me llenó el vestidor de vestidos bonitos, ropa interior, accesorios costosos... La lista es larga. Killian siempre estuvo detrás del personal, para que me dieran todo lo que yo pedía. Todas los elementos básicos que había perdido en mi aldea.
Y ahora me ha llenado la habitación de peonias.
De mis flores favoritas.
No es cómo los demás hombres.
Mi lobito tiene algo distinto que me enamora.
La sonrisa que tengo dibujada en los labios, pierde la fuerza y termino con lágrimas bajando por mis mejillas.
Guardo la carta en un cajón de la mesita de noche. Me hundo nuevamente en la cama, las sábanas me protegen del exterior y me arropo con el edredón hasta la cabeza mientras mis lloros son suaves.
¿Por qué no me salen las palabras cuando me gritan? ¿O cuando estás enfadados conmigo?
Solo me quedo paralizada, no puedo expresar lo que siento, necesito tiempo y a veces el tiempo no es suficiente.
Me gustaría que Killian entendiera que lo quiero, pero que por ahora, no puedo meterme en su cama, ni aceptar el compromiso porque no estoy preparada para nada de eso. No se como ser una esposa, ni siquiera sé cómo voy a ser la madre de este bebé que cargo en mi vientre.
—¡Stella, bonita! ¿Dónde estas? —la puerta se abre y una voz femenina se introduce en mi dormitorio —. Opa, cuantas peonias. Te va a dar alergia.
Sigo encerrada en mi guarida calentita.
—Soy Lavinia, la bruja que se estrelló anoche en tu balcón y te delató —suelta una risita tímida —. Me agarró el remordimiento y quiero ser tu amiga.
—No quiero amigas.
—¡Genial, entonces seremos amigas!
Asomo mi cabeza para buscarla, está tocando una peonia y oliéndola. Cuando nota que he salido de mi espacio seguro, me observa con el ceño fruncido.
—Pero primero te voy a enseñar a hacer un hechizo de mejorar tu peinado. Es horrible —acusa divertida.
—Es que no me peiné. No tengo ánimos para nada, quiero estar sola.
Se acerca hasta los pies de mi cama, tirando del edredón para destaparme. Lucho porque no quiero salir, me siento mal, no tengo ánimos. Solo quiero llorar y pensar en cómo solucionar mis palabras.
—¿Te vas a deprimir por amor? Mejor sal de esta habitación y vete a seducirlo. Con un movimiento de pestañas, cae a tus pies de vuelta —hace un movimiento sensual con sus cejas, las mueve de arriba abajo.
—¿Cuál amor?, arruiné todo —me tumbo en la cama y sollozo.
Lavinia tira del edredón conmigo debajo, me desplaza por la cama hasta que me alcanza y me incorpora por los hombros ayudándome a que me siente en la cama.
—No arruinaste nada, aún hay esperanza. El amor es indestructible.
Me encojo de hombros.
—Nos hicimos daño, quiero irme de aquí. No voy a estar a gusto porque se que metí la pata. Por Dios, tengo diecinueve años, debería ser un poco más madura y poder expresarme —hago un puchero.
—Una pelea siempre la tienen todas las parejas y luego lo arreglan. Péinate esas ondas —se aleja en dirección a mi vestidor —. Voy a ver que tienes, la depresión fuera, bienvenidos los vestidos sensualones.
Me quedo sentada parpadeando mientras rebusca en mi vestidor.
—Que asco de vestidos, ninguno me gusta para ti. Deberíamos ir de compras al pueblo.
—Me tengo que ir.
—¿A dónde? AAAA UN COLLAR DE DIAMANTES.
—Lejos de aquí. Oye, ¡suelta ese collar!, ni siquiera sabía que había uno guardado.
Me levanto de la cama, aplasto una peonia con la planta de mi pie porque están por todos lados. Ni siquiera sé cómo esa bruja puede desplazarse con tanta agilidad, a mi me cuesta llegar al vestidor.
—Tu no te irás de aquí, ni tampoco el Alfa lo va a permitir. Solo está molesto y parte de culpa la tienes tú —acusa de vuelta.
Me escuece el corazón.
Me encuentro a Lavinia con el collar de diamantes en su cuello, está observándose en un espejo.
—¿Y qué tal? ¿Cómo me veo? ¿Luzco como una mujer de la realeza?
—Devuélveme mi collar, Lavinia.
—¡Pero si tienes más! Déjame algunos. No lo vas a lucir escondida en la cama, yo sí. Después de ayudarle al Alfa con su ejército, mi Aquelarre y yo nos vamos hacía Parys. Seguro encuentro a un vampiro guapetón, los vampiros son los mejores.
—Ajá. Dame mi collar.
—Ay, que mala amiga —devuelve el collar en el cajón del vestidor donde se encuentra toda la joyería fina —Pobres diamantes.
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Editado: 24.11.2024