¡Feliz año, mis bellas! Quiero agradecerles por este año tan bonito que me dieron, plagado de comentarios bonitos. Fue un año horrible para mí, venir a escribir este libro me ha ayudado bastante con mi ánimo. Es dulce y misterioso. Algo que jamás creí que iba a escribir porque me encanta el Dark Romance. Luna Maldita solo tiene un año publicada y está teniendo un apoyo que jamás soñé. Gracias por acompañarme en el proceso.
Vienen grandes historias para 2025. ✨
STELLA
La etapa de tristeza se cuela por mi mente, no me deja pensar, ni vivir. Me paso horas recordando los sucesos que me llevaron hacia Tierras Bravas. La muerte de mis padres. De mis hermanos. Jamás he hablado de ellos porque no tenía fuerzas para rememorar todos esos recuerdos bonitos, pero que son peligrosos, porque afectan a mi estabilidad mental.
Aspiro el aire fresco que se entra por la pequeña abertura de la ventana de la limusina. El oxígeno que parece ahogarme, me aproximo al cristal inhalando el aroma de los pinos naturales. Siento como el cinturón me constriñe.
—¿Es necesario que venga con nosotros? No la necesitamos para nada —habla Killian, le dirige una mala mirada a Angelica, que está roncando como una cerda en el asiento de enfrente.
No es muy elegante soltar baba mientras roncas. Tendrá muchos modales, pero será cuando está despierta.
—Ella quiso acompañarnos, shh. La vas a despertar, y ya sabemos que humor que gasta la princesa.
Killian chasquea la lengua, arrima su boca que tiene una sonrisa torcida hacia mi oído susurrándome:
—Aquí la única princesa eres tú.
Se me escapa una sonrisa bobalicona.
—No empieces —le proyecto un golpe suave en el endurecido hombro.
Este hombre tiene unos músculos de acero, podría tenerme soñando con ellos todo el día, si no fuera porque tengo problemas graves que resolver. El anuncio que corre por todo mi reino, el que relata que soy una de las posibles asesinas. No puedo creer que me estén culpando por la masacre, cuando fui una víctima más.
—Te voy a dar tregua porque estás triste.
—Qué considerado —ruedo los ojos sonriendo.
La limusina es más cómoda de lo que pensaba, los asientos son de un material de cuero que no se te pega al cuerpo, a pesar de que llevo puesto un fino vestido azul con ribetes blancos en las mangas, y que la calefacción del vehículo esté por lo alto, no siento que eleve mi calor corporal. Odio cuando los vestidos se me pegan al cuerpo.
No puedo parar de pensar en mi aldea.
En mi pueblo.
En mi familia.
El dolor persiste en mi corazón tan fuerte, que no existe la manera de apaciguarlo. No se calma. Sigue torturándome. Yo estoy viva, con un hombre que me está mirando como si fuera la cosa más adorable del mundo, mientras sonríe pícaro. Y yo no puedo dejar de observar su belleza varonil, su olor que se ha quedado pegado al mío. Estoy harta de fingir que me siento mal, cuando una parte de mí está eufórica por vivir a su lado.
Dejo de mirar a Killian, suspiro hondo, la respiración vuelve a fallar en mis pulmones. Dirijo mi vista a la ventana de nuevo, la limusina se mueve con velocidad por la carretera principal que lleva a el reino de Humanity. Llevamos una hora de trayecto, así que calculo que pronto entraremos en el territorio humano.
El paisaje es hermoso en Tierras Bravas, los pinos altos verdes, las montañas boscosas y puntiagudas, el cielo azul con nubes grises sobrevolando en aire, numerosas plantas de todos los colores y formas, las edificaciones modernas de los pueblos que divisamos cuando los dejamos atrás. Me encanta Lycan, porque todo aquí es bello, natural y limpio. En cambio, en Humanity...
Todo es caos, pobreza y suciedad.
—En cuanto lleguemos a tu aldea habrá reporteros de distintos reinos para cubrir la noticia. No he traído a mis soldados, no te harán nada si me ven a tu lado —explica Killian, abrochándose los botones de su blazer negra.
—Aún no me creo que piensen que fui la culpable.
Acaricia mis mechones de cabello que rozan sus hombros con suavidad, y después de lo lleva a la nariz para olisquear.
—Saben lo que les conviene, no se atreverán a acusar a una prometida de un licántropo de la familia real. Haré que se traguen sus acusaciones de mierda.
El calor sube por mis mejillas.
—Así que tu prometida, eh.
Tengo que mantener la compostura para que no me vea sonriendo como una idiota. La idea de ser su prometida me altera las hormonas.
—Mi prometida. Mi mujer. Mi amante La madre de mi hijo. Eres muchas cosas para mí, Stella —confiesa devorándome con sus ojos color de la miel, tan intensos que me sofoca —. Eres todo.
—No vi ningún anillo, para sueñes con que soy todo eso —bromeo, calmando mis nervios que escalan por mi espina dorsal.
Killian suelta una risa ronca.
—Vaya, no sabía que eras una persona materialista. ¿Eso es lo que quieres, anillos y joyería costosa?
—Soy una urraca, me encantas las joyas brillantes.
Me encojo de hombros haciéndome la desentendida. Él coloca la barbilla en mi hombro, me analiza sonriendo de lado. Su nula distancia paraliza los músculos de mi cuerpo, mi imaginación se abre para crear fantasías oscuras. ¿Por qué mi cuerpo toma vida propia cuando estoy cerca de él?
Jamás he sido una persona que necesite joyas de diamantes para ser feliz o sentirse realizada. Solo lo molesto con eso, porque amo la manera en la que intenta salirse con la suya para mantenerse a mis pies y consentirme con lo que quiero. Killian es de esos hombres que consiente a su mujer hasta su último aliento, es una de las facetas de las que enamoran.
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Editado: 31.12.2024