Maddie

Introducción

Introducción

 

 

—Muy bien, jóvenes, aclarado este último punto espero sus reportes el lunes, sin excusa alguna y a primera hora sobre mi escritorio. Es todo por hoy, pueden marcharse.

—Profesor, Henry. Disculpe; ¿puedo hacerle una consulta?

—Claro, Stephanie; pero, de una vez, te lo advierto. Si lo que quieres preguntar es cuánto influirá esta evaluación en la calificación final del semestre. Lo único que les puedo decir, a todos los que están aquí presentes, es que tendrán que esforzarse mucho más de lo que lo han hecho hasta ahora. ¿Entendieron?

—Si, señor; pero, no es eso. Lo que yo quiero saber es, si este ensayo…

—¿Ensayo?…¿Ensayo o reporte, señorita Elliot?....Ok…ok, tiempo fuera. Deténganse todos. No quiero que ni uno más salga por esa puerta. Antes que nada, alguien aquí puede explicarle a la señorita Elliot cuál es la diferencia entre un ensayo de punto de vista subjetivo y un reporte bien elaborado. Pensé que lo habíamos visto ya en clase y que todo estaba claro. Mas ahora veo que no es así. Creo que solicitar un poco más de esfuerzo­­ por parte de mis estudiantes, no será suficiente. No si quieren librar sus vacaciones sin tener que asistir a las clases de verano que, por cierto y sin pena alguna a equivocarme, me darán el placer, o más bien el disgusto, de distinguir muchos rostros ya conocidos en éstas. Empezando por usted, señorita Elliot; así que le aconsejo que vaya a su casa, revise sus apuntes y se ponga al día con los conocimientos previamente adquiridos. Y los cuales, logro discernir, han sido olvidados en su totalidad.  Ahora sí, pueden marcharse.

 

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—Muchas gracias, Steph. Lo pusiste sobre aviso, ahora estará atento a cualquier error que cometamos, nos reprobará a todos y ciao ciao a nuestras queridas y tan anheladas vacaciones de verano.

—Shhhh, tú cállate, Pau y continúa caminando. Jamás me imaginé que se enfadaría por hacer tan sólo una tonta pregunta.

—Aquí la única tonta eres tú.

—Por qué no se callan las dos, parecen un par de víboras serpenteando y cuchicheándose al oído a lo largo de todo el pasillo. Hey, chicas…Steph, Paula, miren allá va. Seeee, si yo siempre lo he dicho, lo que tiene de estricto y de pedante le sobra en buena apariencia. Yo no sé ustedes; pero, la verdad, es que a mí no me molestaría para nada tener ese trasero frente a mí, una que otra tarde de verano, mientras lo miro borrar el pizarrón.

—Ja, ja…perdóname si no me río, Jen. Está bien, tú tendrás toda la razón. El Profesor Henry estará muy guapo y todo lo que tú quieras, pero es un pesado. Además, se nota que ya es un anciano.

—¿Qué edad piensas que tiene, Steph?

—No lo sé, calculo ha de estar cerca de los treinta.

—¡¡¡Pues bienvenidos sean, entonces, los ancianos de treinta años!!! Mientras se miren como él…Shhhh, silencio, que viene hacia acá.

—Señoritas…

—¡Si, profesor Henry!

—Ahhh, pero que elegante y juvenil coro, las felicito. Un trío de voces tan educado genera hermosas notas sobre el ambiente. Vengo a recordarles que las clases de refuerzo académico se impartirán desde este sábado a las 9:30 a.m. Así que espero, fielmente, se interesen por su futuro y velen por su pronto ingreso a la universidad. Deseo verlas allí de forma puntual, por favor.

—Disculpe, ¿será usted mismo quien imparta las lecciones, profesor?

—Así es, Jennifer, al menos las de lengua española e inglesa.

—Siendo así, no me las perdería por nada del mundo…señor. Su lengua, quiero decir, las lenguas son de mis materias favoritas. Mas si es usted quien las dicta.

—¡Ese…ese es exactamente el entusiasmo que amo escuchar de mis estudiantes! Señorita Elliot, usted y su compañera Paula, espero que se contagien con las mismas emociones de la señorita Costa.

—¡Ya lo creemos que sí, Profesor!

—Una vez más, ¡hermoso coro, señoritas! Ahora, si me disculpan, ya no les quito más el tiempo. Sé que pronto deben entrar a su siguiente lección y debo avisar al resto de sus compañeros. Con su permiso.

—Permiso concedido…papito.

—¿Papito? Pensé que no te gustaba “el anciano”, Steph.

—Y así es, ese hombre es una estructura andante de estricta pedantería; pero, cuando ese metro ochenta de estatura. Cuando ese turbio y largo cabello oscuro que cae ondulado sobre su frente, se mezcla con una amable sonrisa; no lo sé, es como si sus grandes ojos cafés cobrasen vida y sonriesen junto a él. Hay algo en su interior que brilla como la magia. Sus ojos mismos destellan esa magia, ese interesante atractivo. Entonces, ocurre el milagro. Luego te regaña y te avergüenza frente a todos tus compañeros, tratándote como a una niña, así que lo odias de nuevo. Mas a los pocos minutos vuelve a ti con una agradable sonrisa. Se acerca con gentileza y demuestra ante el mundo entero su interés, sus muchas preocupaciones porque tú y tu futuro estén asegurados. Así que no puedes hacer otra cosa que mirar…

—¿Qué, su enorme trasero?

—Tiene un trasero realmente hermoso, ¿no te parece?

—Oigan, lameruzas, límpiense las babas del rostro. Jen, Steph, les estoy hablando…miren.

—Ahhg, gran cosa que mirar, ¿para eso demandas nuestra atención?

—Mírenla, se dirige hacia el baño…otra vez.

—Todo el mundo sabe lo que ocurre allí adentro.

—Nadie a ciencia cierta.

—Claro que sí. Sus dedos índice y medio deben estar, ahora mismo, hundidos hasta llegar al nivel de la tráquea.

—Querrás decir el esófago, tarada.

—Lo que sea.

—Ay, que exagerada eres, Jen.

—¿No me crees? Muy pronto lo comenzarán a notar sobre su apariencia, ya lo verás y me dirás si exagero o no.

—Yo manejo una versión muy distinta sobre el asunto.

—Ah si y cuál es.




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