Madre en alquiler

Capítulo 1 - ¿Quien es Eleazar?

Estoy en mi diminuto apartamento de Miami, rodeada de ropa de modelaje que ya ni sé si sirve para algo más que ocupar espacio. Portafolios, zapatos de tacón desgastados y un par de vestidos que alguna vez me dieron seguridad ahora parecen recordarme lo contrario: que llevo semanas sin conseguir trabajo.

Me paro frente al espejo y ensayo una sonrisa. Estiro los labios, ladeo la cabeza, intento que mis ojos brillen como si acabara de recibir la mejor noticia del mundo. Nada.

—Si ni yo me convenzo... —murmuro, bajando la mirada—. ¿Cómo voy a convencer a un diseñador?

El teléfono vibra sobre la mesa. Me lanzo a revisarlo con la ilusión ridícula de que sea la agencia que me quedó de llamar después del último casting. No lo es. Solo otra notificación de Instagram y un correo de spam. Suspiro tan fuerte que casi me mareo.

Me dejo caer en el sofá, que más parece una cama improvisada, y me cubro la cara con las manos.

La puerta se abre de golpe y entra Chloe, mi mejor amiga, con una caja de pizza en una mano y su portátil en la otra. ¿Equilibrio? Nivel experto.

—Por el amor de Dior, ¿otra vez practicando la sonrisa de portada? —pregunta con la boca llena mientras deja la pizza sobre la mesa.

—Necesito estar lista para el próximo casting —respondo, aún frente al espejo—. Si es que algún día me llaman...

Ella rueda los ojos y se deja caer en la silla, abriendo el portátil.

—Relájate, Tati. Con esa cara puedes ser modelo de anuncios de detergente si te lo propones. Imagina: "La sonrisa de Tatiana blanquea hasta las penas más oscuras".

No puedo evitar reírme, aunque intento disimular. Chloe tiene ese don de burlarse de todo hasta sacarme de mi nube negra.

Empieza a teclear como si fuera una hacker profesional.

—Mira, si la moda no funciona, hay opciones. —Levanta la vista con dramatismo—. Azafata de eventos, animadora de fiestas infantiles, ¡oh! Este está buenísimo: "acompañante social para reuniones de lujo, se requiere buena presencia".

Levanto una ceja.

—Eso suena a... estafa.

Ella sonríe traviesa, dándole un mordisco a la pizza.

—O a oportunidad. Nunca se sabe, nena.

—Enviaré tu portafolio.

Me enderezo en el sofá como si me hubieran dado un balde de agua fría.

—¿¡Qué!? Ni loca, Chloe.

Ella ya está arrastrando mis fotos a un correo improvisado.

—Vamos, Tati, ¿qué pierdes? A lo mejor te llaman... como dama de compañía.

—¡Muy graciosa! —le arrebato el mouse, pero ella lo sostiene con firmeza.

—Te lo digo en serio. Uno nunca sabe. Hoy en día pagan más por fingir que por modelar.

La miro con los brazos cruzados, entre ofendida y tentada.

—Eres imposible.

Chloe me lanza un guiño mientras le da un mordisco a la pizza.

—Y tú demasiado seria. Déjame jugar un rato con tu destino.

—Listo, ya lo mandé —anuncia Chloe con orgullo, cerrando el portátil como si acabara de salvar al planeta.

—¡Chloe! —me llevo las manos a la cabeza.

—Relájate, mujer. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que te llamen para ser acompañante de un viejito millonario? Suena mejor que seguir esperando llamadas que nunca llegan.

Decido no responderle y camino hasta la cocina. Abro la nevera y saco un recipiente con macarrones con queso, mi debilidad eterna. Los meto al microondas y, mientras gira el plato, sonrío sola. La verdad es que podría vivir comiendo esto todos los días y jamás cansarme.

Chloe se asoma desde el sofá.

—¿Mac and cheese otra vez?

—Obvio. Tú tienes tu pizza, yo tengo mi pasta amarilla perfecta.

Ella ríe.

—Somos como una sitcom barata: la modelo frustrada y la amiga entrometida sobreviviendo a base de carbohidratos.

—Y aún así, míranos, seguimos flacas. Eso debería ser ilegal.

Nos reímos juntas. Chloe se levanta, cruza la sala y me abraza por detrás mientras saco el plato humeante.

—Tranquila, Tati. Algo bueno tiene que pasar pronto. Siempre pasa.

La miro de reojo y asiento, aunque en el fondo me cuesta creerlo.

Chloe termina su pedazo de pizza y revisa su celular. Sus ojos se iluminan como árbol de Navidad.

—Me están escribiendo los chicos. Van a salir un rato a tomar algo, ¿te animas?

Niego enseguida mientras revuelvo los macarrones en el plato.

—No, paso. Prefiero quedarme aquí, comer tranquila y ver algo en Netflix.

Ella me mira con cara de desaprobación.

—Tati, en serio, te vas a volver ermitaña.

—Ya lo soy —respondo, dándole un bocado enorme a la pasta.

Chloe rueda los ojos y recoge su chaqueta.

—Bueno, tu pierdes. Te dejo la pizza, el portátil y mi bendición. No toques mis mensajes privados, ¿ok?

—Ni que quisiera —le digo, sonriendo con sarcasmo.

Me siento en el sofá con el plato de macarrones en las piernas y el control remoto en la mano. Abro Netflix y empiezo a deslizar una, dos, tres, veinte veces... nada me convence. Todo parece repetido, o demasiado feliz para mi humor de hoy.

Al final me rindo y abro YouTube. Tecleo Next Top Model y aparece la lista de temporadas completas. Sonrío con ironía al hacer clic en la tercera, la mía.

Ahí estoy yo, más joven, con el cabello impecable y la ilusión intacta. Me duele un poco mirarlo, pero no puedo evitarlo. Estuve ahí. Mandé mi casting, quedé seleccionada, avancé hasta la semifinal... y perdí. Y con esa derrota, también sentí que perdía el brillo. El mundo siguió adelante, como si jamás hubiera existido. Como si yo fuera solo una cara más entre miles.

Le doy un bocado a los macarrones y suspiro. Es curioso: los jurados dijeron que tenía "esa chispa que podría hacerme inolvidable". Pues bien, aquí estoy, olvidada hasta por ellos.

Estoy tan concentrada en verme en pantalla —esa Tatiana que parecía brillar más de lo que yo brillo ahora— que el sonido del celular me sobresalta. Una notificación aparece en la parte superior: Nuevo correo recibido.




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