El reloj marca las nueve de la mañana y mi escritorio parece un campo de batalla. Carpetas apiladas, correos sin responder, reuniones programadas cada treinta minutos. El aroma fuerte del café negro es lo único que me mantiene en pie. Lo tomo como si fuese un salvavidas, aunque la verdad apenas logra disimular el cansancio que arrastro desde hace semanas.
Miro la agenda digital en la pantalla: junta con inversionistas, revisión de contratos, una videollamada con el comité directivo. Todo parece urgente, todo parece vital, pero por dentro siento un vacío extraño, como si nada de esto realmente importara.
El éxito laboral. Así lo llaman. Oficina en el piso alto, sueldo envidiable, empleados que me ven como si yo tuviera todas las respuestas. Y sin embargo, aquí estoy, apretando los dientes, preguntándome en qué momento confundí "vivir" con "trabajar".
Me froto los ojos, dejo el café a un lado y, entre los papeles, aparece algo distinto: un sobre blanco que sobresale de la carpeta de proyectos. La invitación al matrimonio de mi primo. La misma que llevo semanas ignorando.
La abro de nuevo, como si las letras pudieran cambiar desde la última vez. No lo hacen, claro, pero leer esas palabras me arranca de la rutina por unos segundos. "Será un día especial, esperamos que estés con nosotros." Especial... pienso en lo que significa esa palabra, y en cómo hace tiempo que nada en mi vida lo es.
Los llantos de Ethan me sacan de mis pensamientos. Su llanto atraviesa las paredes de mi oficina en casa como un recordatorio de que, por más ocupado que esté, hay alguien que me necesita mucho más que cualquier junta.
Hoy la niñera no pudo venir. Claro, justo hoy. Me levanto de la silla, dejo la taza de café a medio terminar y camino hacia la habitación. Ethan está en su cuna, con la cara enrojecida y los puñitos cerrados como si el mundo entero le debiera algo.
Lo cargo en mis brazos y siento cómo, poco a poco, se calma al reconocer mi voz. "Tranquilo, campeón, aquí estoy", susurro mientras me balanceo de un lado a otro. Esa simple conexión —él apoyando su cabecita en mi hombro— hace que todo lo demás se vuelva relativo.
El llanto se convierte en balbuceos y luego en una respiración acompasada. Cierro los ojos unos segundos y me descubro pensando: ¿qué sentido tiene todo lo que hago si llego a casa demasiado cansado para disfrutar de esto?
La puerta de mi oficina se abre sin previo aviso. Marcus entra como si fuera su casa, con esa confianza que solo los años de amistad le permiten. Trae en la mano un vaso de agua con gas y una sonrisa que me irrita y tranquiliza a la vez.
—¿Aún sigues pensando en lo de la boda? —pregunta, dejándose caer en la silla frente a mí.
—Así es —respondo, acomodando a Ethan que ya duerme en mis brazos.
Marcus me observa con esa mirada analítica que siempre detesté. Sé lo que viene, siempre tiene una solución para todo.
—Bueno... resulta que hice una publicación —dice con calma, como quien anuncia algo trivial.
Levanto una ceja. —¿Qué publicación?
—Buscando a una madre sustituta. Bueno... no la hice tan directa, no puse "se busca esposa falsa" porque sonarías como un lunático —ríe—. Pero sí algo que dejara claro que necesitabas compañía, alguien que pudiera cumplir el papel.
Lo miro incrédulo. —Marcus, dime que es una broma.
—No lo es. Y ya tengo una candidata. Llega en un rato.
Lo miro serio. —Marcus, no pienso aceptar a cualquier desconocida para que juegue a ser mi esposa.
Él se encoge de hombros y se sirve de mi café como si fuera suyo. —Bueno, si no la quieres tú, yo sí. Porque está demasiado linda. Tiene ese cabello castaño que brilla con la luz y unos ojos verdes que... hermano, parecen un imán. Ah, y es modelo.
Me quedo en silencio unos segundos. Ethan respira tranquilo contra mi pecho, ajeno al torbellino que se acaba de desatar en mi cabeza.
Marcus sonríe aún más, disfrutando de mi incomodidad. —No te preocupes, Eleazar, solo espera a conocerla.
Unos golpes en la puerta interrumpen la conversación.
—Señor Eleazar —dice mi asistente asomándose con una expresión divertida—, una chica muy linda lo está esperando en recepción.
Marcus sonríe como si hubiera ganado la lotería. —Hazla pasar, por favor.
Yo ruedo los ojos, pero no digo nada. Ethan empieza a mover sus manitos contra mi pecho, y de pronto, la puerta se abre.
Ella entra... o mejor dicho, tropieza con la alfombra de la entrada y casi se va de cara contra el piso. Se sostiene de la pared en el último segundo, riéndose nerviosa mientras acomoda el mechón rebelde que se le pega en la frente.
—Hola... —dice, alzando la mano en un gesto torpe—, soy Tatiana.
Marcus suelta una carcajada mientras yo la observo en silencio, sin saber si debería echarlo de la oficina o echarla a ella.
Tatiana se recompone, respira hondo y cruza los brazos con un aire de desconfianza.
—Bien... ¿quién de ustedes es el del anuncio? —pregunta, recorriéndonos con la mirada.
Marcus, descarado, levanta la mano. —Me encantaría ser yo, muñeca, así estaría más cerca tuyo.
Ella frunce el ceño con evidente fastidio y luego gira hacia mí, buscando una respuesta más seria. Sus ojos verdes me atraviesan.
—A ver... ¿a qué se refiere exactamente con "dama de compañía para eventos sociales"? —pregunta, marcando cada palabra como si temiera haber caído en una trampa.
Suelto un suspiro y me enderezo en el asiento.
—No es lo que piensas —digo, directo.
Tatiana arquea una ceja, todavía a la defensiva. Ethan balbucea en mis brazos, y casi parece que también espera mi explicación.
—La publicación hablaba de acompañar a alguien, sí —aclaro, lanzándole una mirada de advertencia a Marcus, que sigue disfrutando de la escena—. Pero no se trata de lo que imaginas. No estoy buscando una dama de compañía en ese sentido.
Ella se cruza de brazos, esperando.