Estoy en el sofá con Chloe, viendo un programa de concursos mientras comemos papitas, cuando mi celular vibra. Veo el nombre en la pantalla y casi me atraganto.
—¿Por qué me está llamando Él? —digo señalando la pantalla.
—Contesta, boba —me anima Chloe con esa sonrisa traviesa que siempre me da mala espina.
Respiro hondo y atiendo.
—¿Sí?
La voz de Eleazar suena seria, casi nerviosa, lo cual ya es raro en él.
—Necesito que vengas al penthouse. Urgente.
—¿Qué? ¿Ahora? —le respondo con incredulidad—. Son casi las nueve de la noche.
—Mi padre viene en camino. No puedo estar aquí solo con Ethan... necesito que tú también estés. —Hace una pausa, como si le costara admitirlo—. Recuerda que tenemos que aparentar.
—¿Tu papá? —repito abriendo los ojos como platos. Chloe se me queda viendo, curiosa.
—Sí, y no es alguien que puedas tomar a la ligera. Es... complicado. Así que, ponte algo decente y llega ya. Te mando el chofer.
Cuelga antes de que pueda protestar.
—¿Qué pasó? —pregunta Chloe, inclinándose hacia mí.
—Al parecer... me acaban de invitar a una reunión express con mi "suegro" —digo haciendo comillas con los dedos.
—¡¿Qué?! —suelta la carcajada—. Esto está mejor que una telenovela.
La miro con cara de tragedia.
—No es gracioso, Chloe. ¿Qué me pongo? ¿Cómo se supone que se saluda a un papá millonario y amargado a esta hora?
—Fácil —dice ella sacando un vestido negro de mi armario—. Como si fueras la mujer perfecta para su hijo.
—O sea, mintiendo otra vez —murmuro rodando los ojos.
—Exacto.
Me pongo el vestido negro con los tacones más altos que encontré, aunque ya me arrepiento porque apenas puedo caminar. Cuando llega el chofer y me abre la puerta con tanta formalidad, comienzo a sentir los nervios a flor de piel.
Durante el trayecto, no dejo de mirar por la ventana como si eso calmara mi ansiedad. Mi pie tiembla, mi respiración se acelera, y en mi cabeza repito una y otra vez: solo sonríe, solo aparenta, Tatiana.
Al llegar al penthouse, el chofer abre la puerta y me recibe con una reverencia discreta. Subo en el ascensor hasta el último piso y, cuando las puertas se abren, me quedo sin aire.
El lugar parece sacado de una revista: pisos de mármol, ventanales gigantes con vista a toda la ciudad, lámparas modernas que parecen obras de arte. Trato de no mostrar lo impresionada que estoy, enderezo los hombros y camino como si estuviera acostumbrada a ver cosas así todos los días.
Eleazar aparece, impecable con una camisa blanca arremangada y Ethan en brazos.
—Llegaste justo a tiempo —me dice en un tono serio, pero sus ojos me recorren de arriba abajo como si estuviera evaluando si paso la prueba.
—Pues... espero estar a la altura del evento —respondo con una sonrisa nerviosa.
Ethan, como si quisiera arruinar mi momento de seguridad, me estira los brazos y balbucea. Se me escapa una risita.
—Al menos alguien está feliz de verme.
Eleazar frunce los labios para ocultar una sonrisa, pero antes de que pueda responder se escucha el sonido del ascensor otra vez.
—Es mi padre —dice en voz baja, casi con tensión.
El ascensor se abre y aparece un hombre que impone desde el primer segundo. Tiene el cabello con algunas canas que lo hacen ver más distinguido que viejo, un cuerpo bien trabajado para su edad y una presencia que llena la habitación. Todo en él se ve caro: el traje perfectamente ajustado, el reloj brillante en su muñeca, hasta la manera en la que camina parece ensayada para dejar claro quién manda.
Trago saliva.
Él se acerca con paso firme, extendiendo una mano fuerte y segura.
—Richard Kingsley —se presenta con una sonrisa calculada—. Al fin conozco a la esposa de mi hijo.
Mi mente se congela por un segundo. ¿Esposa? Giro la cabeza apenas hacia Eleazar, buscando una pista, una aclaración, cualquier cosa. Pero él solo me sostiene la mirada, como si me dijera sin palabras: sígueme la corriente.
Respiro hondo y aprieto la mano de Richard con la mejor sonrisa que puedo improvisar.
—El gusto es mío, señor Kingsley —respondo, rogando internamente no sonar tan nerviosa como me siento.
Richard me observa con detenimiento, de pies a cabeza, como si fuera un examen. Ethan balbucea en brazos de Eleazar y eso rompe un poco la tensión, pero sé que este hombre no se deja distraer fácilmente.
Richard me dedica una mirada inquisitiva y luego baja los ojos hacia Ethan, que está tranquilo en brazos de Eleazar. Sus labios se curvan apenas, como si hubiera encontrado un detalle que no encaja en su idea de perfección.
—Dime, Tatiana —su voz es grave, con un tono que suena más a reto que a curiosidad—, ¿por qué no cargas tú al niño? Ese es el rol de las madres.
La pregunta me agarra en frío. Mis manos sudan, y siento cómo la piel del vestido se me pega a la espalda. Sé que esta es una prueba, que cualquier palabra equivocada puede arruinarlo todo.
Sonrío nerviosa, tratando de mantenerme firme.
—Claro que me gusta cargarlo —improviso rápido—, pero hoy está tan cómodo con su padre que no quise interrumpirlos. Ya sabe cómo son los bebés... siempre prefieren un ratito con papá antes de dormir.
Richard me mantiene la mirada, como si intentara descifrar si miento o no.
Eleazar me roza la mano con los dedos, un gesto casi imperceptible, pero suficiente para darme valor.
El silencio se extiende, y por dentro siento que me estoy ahogando. Finalmente, Richard asiente despacio.
—Interesante —dice, como si anotara un punto en su libreta mental.
Nos sentamos en la sala, y no puedo evitar sentirme pequeña en ese sofá enorme de cuero. Richard se acomoda frente a nosotros, con las piernas cruzadas y esa mirada fría de empresario que parece leer cada microgesto.
—Bien —dice, juntando las manos—. Supongo que debería conocer más sobre esta unión. ¿Cómo se conocieron ustedes dos?