Estoy con Chloe en el centro comercial. Eleazar me ha dado una tarjeta adicional de su cuenta —sí, de esas que te hacen sentir que puedes comprar medio mundo— y todavía no me acostumbro a la idea de tenerla en mi bolso.
Entramos a la primera tienda y me pierdo entre telas, brillos y maniquíes. Chloe me anima como si fuera mi estilista personal y me pasa un vestido tras otro. Me pruebo varios: uno demasiado ajustado, otro demasiado recargado, uno que casi parece de princesa de cuento… ninguno termina de convencerme.
—Ese no, pareces la madrastra malvada —dice Chloe entre risas cuando salgo con un vestido negro lleno de lentejuelas.
Yo también me río, aunque en el fondo siento un cosquilleo extraño. Nunca había tenido la oportunidad de elegir algo tan importante con tanta libertad.
Chloe me mira con una sonrisita traviesa.
—Yo creo que ese hombre ya se enamoró de ti.
—¿Qué? Claro que no —respondo enseguida, casi ofendida, mientras cuelgo el vestido en el perchero de la tienda.
Ella se encoge de hombros, como si supiera más de lo que dice.
—Tatiana, por favor. Te cuida, te consiente, hasta dejó que escojas ropa para el bebé. No me vengas con que eso es “solo parte del contrato”.
Pongo los ojos en blanco, aunque por dentro su comentario se me queda dando vueltas. Tomo otro vestido, esta vez azul marino con una caída elegante, y lo pongo sobre mi brazo para probármelo.
—Él no está enamorado de mí. Eleazar es… controlador, ya sabes, quiere que todo luzca perfecto frente a su familia.
Chloe sonríe como si mis palabras no la convencieran.
—Ajá, y por eso te mira como si fueras lo único en la habitación, ¿no?
—¡Chloe! —le reprocho, entrando al probador con el vestido azul para esconder mi nerviosismo.
Mientras me lo pongo frente al espejo, sus palabras siguen resonando. Me obligo a sacudir la cabeza, recordándome que todo esto es temporal, un contrato, nada más.
Cuando salgo, Chloe me observa en silencio y luego dice con un suspiro:
—Definitivamente, ese hombre ya no tiene escapatoria.
Pago el vestido con la tarjeta y siento una extraña mezcla de satisfacción y nervios en el estómago. Chloe me sonríe, feliz, y me dice que vayamos a comer algo. Terminamos entrando en un restaurante de hamburguesas, porque según ella no hay nada mejor que comer con las manos después de un día de compras.
Pedimos y nos sentamos junto a la ventana, esperando que llegue la comida. Chloe juega con la pajilla de su gaseosa antes de mirarme con esa cara seria que pocas veces le conozco.
—En dos días conoces a la familia —dice, casi en tono de advertencia.
Yo me recuesto contra el respaldo y ruedo los ojos.
—Espero que sean más agradables que su padre.
Ella suelta una risa corta, pero se inclina hacia mí.
—¿Así de mal te trata?
—No, no es eso —respondo con un suspiro—. Solo que Richard siempre parece estar evaluándome, como si buscara un error para usarlo en mi contra.
Chloe me observa con atención y dice con calma:
—Pues prepárate, porque si él es así, no me imagino cómo serán los demás.
La mesera llega con nuestras hamburguesas y yo sonrío forzadamente, tratando de disimular el nudo que me acaba de dejar en el estómago.
Terminamos de comer y, con la panza llena, bajamos al parqueadero riéndonos de cualquier tontería. Estoy buscando las llaves en mi bolso cuando escucho una voz grave detrás de mí:
—Querida… ¿qué haces aquí?
Mi corazón se me sube a la garganta. Mierda, mierda, mierda… Me giro despacio y ahí está Richard Kingsley, impecable, con ese porte intimidante que parece llenar todo el maldito lugar.
—Oh, bueno… —tartamudeo, buscando sonar tranquila— vine a buscar algo para el matrimonio.
Él arquea una ceja, evaluándome como siempre, y luego suelta una leve sonrisa que no sé si es amable o calculadora.
—Espero que vayas pronto a casa porque Ethan debe estar extrañando a su mamá.
Siento la presión de esas palabras clavarse en mí, como si no me estuviera dando una opción. Solo asiento rápidamente, forzando una sonrisa.
—Sí, claro… pronto estaré en casa.
Me despido lo más rápido que puedo y me meto en el carro de Chloe, cerrando la puerta como si así pudiera escapar de esa mirada.
Ella arranca y me lanza una carcajada traviesa.
—Que viejo para estar tan bueno.
Yo abro los ojos como platos y le doy un codazo.
—¡Chloe!
—¿Y qué? —responde riéndose—. Es la verdad. Tiene ese aire… prohibido.
Chloe me deja en la entrada del penthouse y subo en el ascensor con las bolsas colgando de mis brazos. Cuando abro la puerta lo primero que escucho es un llanto desgarrador que me parte el corazón.
Camino hasta la sala y me encuentro a Eleazar en el piso, con cara de desesperación, intentando acercarse a Ethan, que está sentado llorando a más no poder.
—¿Qué pasa? —pregunto, dejando las bolsas a un lado.
—No lo sé… —responde, pasándose la mano por el cabello con frustración—. Lleva así más de cinco minutos y no quiere que lo cargue.
Me acerco despacio y me arrodillo frente a Ethan.
—¿Qué pasa, bebé? —susurro con voz suave.
En cuanto me inclino hacia él y lo tomo en mis brazos, se aferra a mi cuello con esas manitas temblorosas y, como por arte de magia, el llanto se transforma en pequeños sollozos hasta que se calma por completo.
Siento su respiración cálida en mi piel y el peso de su cabecita apoyada en mi hombro. Instintivamente comienzo a mecerlo y acariciar su espalda.
—Eso es, mi amor… ya pasó. Aquí estoy —murmuro bajito, casi como si fuera un secreto entre nosotros dos.
Eleazar me observa en silencio, y cuando levanto la mirada hacia él, noto la mezcla de asombro y… algo más en sus ojos.
Eleazar se queda observándonos, con los brazos cruzados y una media sonrisa que parece más resignada que orgullosa.
—Oye… —dice al cabo de unos segundos— creo que te prefiere a ti.