Madre en alquiler

Capitulo 11 - El primo semi desnudo

Es la madrugada y siento que mi vejiga quiere estallar. Me muevo de un lado a otro en la cama, tratando de ignorarlo, pero es inútil. Ethan duerme tranquilo en su cuna y Eleazar parece una estatua, ni un respiro fuerte le saco. Así que me levanto, caminando en puntas de pie para no hacer ruido, y salgo al pasillo buscando el baño más cercano.

Abro la puerta de golpe, medio dormida todavía… y me encuentro con un chico ahí sentado en el inodoro.

—¡AHHHH! —grito como si me estuvieran matando.

Él también grita, se cubre como puede y su cara se pone tan roja como la mía.
—¡Cierra la puerta, loca!

Yo la azoto de inmediato, con el corazón latiéndome en la garganta.
—Mierda, mierda, mierda… —susurro, pegada contra la pared, como si acabara de cometer el crimen del siglo.

Salgo corriendo como loca por el pasillo, con la cara ardiéndome de la vergüenza, y me meto en la habitación cerrando la puerta de un portazo. Me lanzo a la cama y me tapo hasta la cabeza como si eso borrara lo que acaba de pasar.

Eleazar se mueve a mi lado, medio adormilado, y su voz ronca inunda la habitación:
—¿Dónde estabas?

—Eh… yo solo quería entrar al baño —respondo nerviosa, sintiendo que me tiembla la voz.

Él se reincorpora un poco, apoyando el codo en la almohada, y me mira con ojos entrecerrados.
—¿Y por qué pareces haber corrido una maratón?

—Porque… eh… el pasillo es muy largo —balbuceo, deseando que me trague la tierra.

Él frunce el ceño y suelta una risa baja.
—Tatiana, ¿qué hiciste?

Yo me tapo más la cara con la sábana.
—Nada. No hice nada. No pasó nada. Absolutamente nada.
El sueño lo vence rápido. A los cinco minutos ya está roncando suavemente, y yo pienso que, por lo menos, tengo un respiro. Pero mi tranquilidad dura poco.

De repente, se gira hacia mí y, como si fuera lo más natural del mundo, pasa un brazo pesado sobre mi cintura. Me quedo completamente rígida, con los ojos bien abiertos, como si un movimiento en falso pudiera despertarlo.

Siento el calor de su cuerpo pegado al mío, su respiración acompasada en mi cuello, y mi corazón empieza a latir como loco. Genial, Tatiana, justo lo que te faltaba: ahora no solo tienes que soportar que ronque, sino que encima duerme abrazado a ti como si… como si realmente fueras su esposa.
Intento mantenerme despierta, convenciéndome de que apenas se duerma un poco más profundo me voy a soltar de su abrazo… pero el calor de su cuerpo y el ritmo tranquilo de su respiración terminan envolviéndome como una manta invisible.

No sé en qué momento cierro los ojos, pero cuando los abro de nuevo, ya es de mañana y lo primero que escucho son los llantos desesperados de Ethan que resuenan por toda la habitación.

Me muevo un poco para levantarme, pero me doy cuenta de que Eleazar sigue dormido y su brazo aún descansa pesado sobre mi cintura. Con cuidado, casi en cámara lenta, lo aparto y me levanto de la cama.
Cargo a Ethan y enseguida me doy cuenta por el olor que el problema no era solo hambre. —Oh, vaya… sí que tenemos trabajo por hacer —murmuro mientras me acerco a la cama.

El movimiento hace que Eleazar despierte, medio adormilado, y frote sus ojos. —¿Qué pasa?

—Hay que cambiarle el pañal —respondo con una mueca divertida.

Él se incorpora despacio, bosteza y estira la mano hacia mí. —Ven, yo lo hago.

Me sorprende lo natural que lo dice. Le entrego al bebé con cuidado y me dejo caer sentada en la cama, observando cómo Eleazar toma el control de la situación con una calma que no me esperaba.

Mientras lo veo cambiar a Ethan, mi mente viaja a la madrugada anterior y no puedo evitar sonrojarme al recordar la escena ridícula en el baño con aquel chico. Todavía puedo escuchar mi propio grito resonando en mi cabeza.

Me cubro la cara con las manos y susurro para mí misma: —Qué vergüenza.

Eleazar me mira mientras termina de ponerle el pañal a Ethan y, como si hablara de algo súper casual, suelta:
—Oye… ¿tú sabes surfear?

Lo miro con cara de “¿me estás hablando en serio a esta hora?”. Niego con la cabeza y respondo medio riendo:
—No, claro que no. ¿Acaso parezco alguien que sepa surfear?

Él sonríe, divertido por mi reacción.
—Pues hoy iremos a surfear con mi familia.

Abro los ojos sorprendida.
—¿En serio? ¡Genial! —digo, tratando de sonar emocionada, aunque en el fondo ya me estoy imaginando haciendo el ridículo frente a todos.

Me cambio rápidamente y bajamos juntos al comedor. La mesa está llena de platillos, el olor a café y pan recién horneado invade el ambiente. Apenas cruzamos la puerta, siento todas las miradas sobre mí.

Eleazar, con una calma que me sorprende, comienza a presentarme uno a uno:
—Ella es Tatiana, mi esposa.

Yo sonrío nerviosa y saludo con la mano, mientras todos se ponen de pie para recibirme. Una señora mayor me da un beso en la mejilla, un primo me estrecha la mano con fuerza, y hasta un niño pequeño me dedica una sonrisa tímida.

—¡Bienvenida a la familia! —exclama alguien desde el otro extremo de la mesa, y de pronto todos parecen querer decir algo al mismo tiempo.
Abro los ojos y casi me atraganto con el jugo de naranja cuando lo veo. El chico del baño.
Está sentado frente a mí, tan tranquilo como si nada hubiera pasado. Solo que ahora, con la luz del día, puedo apreciarlo bien: cabello negro que parece hecho para pasarle la mano, unos ojos azules tan intensos que casi me hacen olvidar respirar, y un cuerpo… Dios, un cuerpo de infarto que anoche no alcancé a notar en medio del susto.

Él me mira de reojo y sonríe, como si supiera exactamente lo que estoy recordando. Yo bajo la mirada enseguida, intentando concentrarme en el pan que tengo en el plato.

Perfecto, Tatiana. Muy bien. Ahora todos creerán que eres la esposa refinada de un CEO, mientras tú solo piensas en que viste a su primo medio desnudo en el baño.




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