Madre en alquiler

Capitulo 12 - Me enamore de Eleazar

Ya estamos listos, posando en los jardines de la mansión como si fuéramos una familia sacada de revista. El fotógrafo no para de gritar indicaciones mientras dispara su cámara. Ethan está en brazos de Eleazar y, por suerte, parece disfrutar de la atención.

—Un poco más a la izquierda… perfecto. Ahora todos sonrían, ¡eso! —dice el fotógrafo entusiasmado.

Yo trato de mantener la sonrisa, aunque el vestido me aprieta más de lo que debería y siento que el tacón me va a traicionar en cualquier momento. Aun así, lo hago por Ethan, por Eleazar… y porque no pienso dejarme opacar.

De pronto, Sofía se coloca a un lado, con esa seguridad de quien cree que pertenece al centro de todo. Me mira de arriba a abajo, con un gesto de desdén apenas disfrazado, y suelta como si nada:
—No sé, Tatiana… siento que no encajas en esta foto.

La frase me golpea como un balde de agua helada. Varias cabezas de la familia se giran hacia mí, expectantes. Eleazar se tensa, lo noto en su mandíbula apretada.

Yo respiro hondo, acomodo un mechón de cabello detrás de mi oreja y sonrío, porque no pienso darle el gusto de verme insegura.
—Tal vez no encajo —respondo con calma—, pero mírame… sigo aquí. Y parece que a todos les gusta cómo queda la foto.

El fotógrafo, sin entender nada del veneno en el aire, aplaude y dice animado:
—¡Perfecto! Esa sonrisa es justo lo que quería.

—Basta, Sofía. —Sus palabras retumban con una autoridad que hace callar hasta al fotógrafo—. Si alguien no encaja aquí, eres tú.

El silencio es tan denso que casi puedo tocarlo.

Él me rodea la cintura con el brazo, atrayéndome hacia él, y añade sin apartar los ojos de Sofía:
—Tatiana es mi esposa. Y la próxima vez que intentes faltarle al respeto, no solo tendrás que enfrentarte a mí, sino a toda mi familia.

Sofía parpadea, sorprendida, como si nunca hubiera imaginado que Eleazar la callaría en público.

El fotógrafo carraspea, incómodo, pero enseguida sonríe nervioso:
—Bien… pues… ¡una foto más, por favor! Sonrían.
Nos acomodamos en la sala, Rudy aparece con una torre de juegos de mesa bajo el brazo y la emoción de un niño en Navidad. Pone todo sobre la mesa de centro, y cada quien toma asiento.

Sofía, que no pierde oportunidad de llamar la atención, sonríe coquetona mientras baraja las cartas.
—Eleazar, ¿te acuerdas cuando me dejabas ganar? —pregunta con voz melosa, como si quisiera traer viejos recuerdos a flote.

Rudy, que ya está sacando las fichas del tablero, levanta una ceja y suelta con la lengua afilada que lo caracteriza:
—¿Te dejaba ganar? Vaya, eso explica mucho… supongo que era porque si no lo hacía, todavía estarías intentando entender las reglas.

La carcajada de varios no tarda en estallar, incluso yo me tapo la boca para disimular mi sonrisa. Sofía se queda helada, roja como un tomate, y finge acomodarse el cabello para no demostrar lo mucho que le ardió el comentario.

Eleazar apenas oculta una sonrisa de satisfacción y, con toda calma, dice:
—Bueno, al menos ahora no necesito dejar que nadie gane.

Rudy reparte las fichas y todos comenzamos a acomodarnos alrededor de la mesa. Yo me siento al lado de Eleazar, mientras Sofía se acomoda justo enfrente, con una sonrisa forzada que no logra tapar su molestia.

—Entonces, Tatiana —dice de pronto, con voz melosa pero con esa punzada de veneno escondida—, ¿cómo haces para lidiar con Eleazar y con un bebé al mismo tiempo? Debe ser… agotador.

El corazón me da un salto, pero sonrío como si sus palabras no me afectaran. —Bueno, no es difícil cuando tienes a un hombre que sabe ser papá.

Sofía arquea una ceja, sorprendida por mi respuesta. —¿De verdad? Qué raro, nunca lo imaginé en ese papel.

—Eso es porque tú nunca supiste ver más allá de lo obvio —interviene Eleazar, con una calma peligrosa, mientras coloca sus fichas en el tablero.

El ambiente se tensa. Rudy lanza una risita y mueve sus piezas como si disfrutara de la incomodidad ajena.

Yo acaricio mi rodilla debajo de la mesa para no mostrar nerviosismo, y antes de que el silencio se prolongue demasiado, Sofía insiste:
—¿Y cómo se conocieron ustedes dos?

La pregunta me golpea como una piedra en el pecho. Mierda.

Eleazar me lanza una mirada rápida, como si estuviera dándome una señal para coordinar. —Fue en una cena… ¿cierto, amor? —dice, inclinándose hacia mí.

Asiento, forzando una sonrisa. —Sí, exacto. Una cena. Fue… inesperado.

Sofía entrelaza los dedos, observándonos con ojos de cazadora que espera que su presa tropiece. —Qué interesante. Y dime, ¿te enamoraste rápido de él, Tatiana?

Me quedo helada.

Pero antes de que pueda responder, Eleazar suelta, firme: —Fue mutuo. Y rápido. Cuando es la persona indicada, no hace falta mucho tiempo.
Escucho los llantos de Ethan y digo: —Ya vengo.

Camino hacia la habitación y lo veo llorando en la cuna, con los bracitos estirados hacia mí. Lo cargo con cuidado, apoyando su cabecita en mi hombro, y siento cómo poco a poco se calma con el simple contacto.

—Shhh… ya estoy aquí, pequeñito —susurro, acariciándole la espalda mientras me balanceo suavemente.

Lo miro, con esas manitas diminutas aferrándose a mi blusa como si fuera lo único seguro que tiene en el mundo, y un nudo se forma en mi garganta. Mierda, me estoy encariñando demasiado con este bebé… y con Eleazar.

Me dejo caer en la mecedora que está al lado de la cuna, y Ethan, con sus ojitos llorosos aún húmedos, me mira como si confiara plenamente en mí. El calor que me invade es tan fuerte que me da miedo, porque no sé si estoy lista para todo lo que esto implica.

Cierro los ojos un segundo, inspirando hondo, tratando de calmarme a mí misma tanto como a él.

Sigo acunando a Ethan, perdida en mis pensamientos, cuando escucho la puerta abrirse despacio. Eleazar aparece en el marco, observándonos en silencio, con esa mezcla de sorpresa y algo más profundo en la mirada.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.