Tatiana ha estado rara desde ayer. La noto distinta, como si hubiera levantado una muralla invisible entre nosotros. Con Ethan es toda sonrisas, ternura y paciencia; lo carga, lo calma, le canta bajito cuando llora. Pero conmigo… nada. Ni una mirada, ni una palabra de más.
Y no sé por qué demonios eso me molesta tanto.
Me apoyo contra el marco de la puerta, observándola mientras acomoda a Ethan en la cuna después de arrullarlo. Su expresión es suave, llena de una dulzura que no puedo apartar de mi cabeza. Es como si ese niño fuera suyo, como si lo hubiera tenido en brazos desde siempre.
Pero apenas levanta la vista y me ve, se cierra. Baja la mirada, se aleja, como si yo fuera un obstáculo. Y ahí está el problema: no soporto que me ignore.
Camino por el pasillo, saco mi celular del bolsillo y marco el número de Marcus, mi mejor amigo. Me contesta con su tono burlón de siempre:
—Vaya, el señor Kingsley me honra con su llamada. ¿Qué hiciste ahora?
—No hice nada —respondo con un suspiro, frotándome la frente—. El problema es que precisamente eso parece el problema.
—Habla claro.
—Es Tatiana… desde ayer conmigo está fría. Me trata como si fuera invisible, pero con Ethan… mierda, con Ethan es otra persona. Lo adora. Y lo peor es que no puedo sacarme de la cabeza la idea de que me está ignorando a propósito.
Marcus guarda silencio unos segundos y luego suelta:
—Ajá. Y eso, ¿por qué te importa tanto?
—Porque… —me detengo, frustrado—. Mierda, no lo sé. Solo sé que me molesta. Mucho.
—No te hagas el pendejo, Eleazar —su voz suena más seria ahora—. Lo que te molesta no es que te ignore… es que te importa demasiado que lo haga.
Aprieto la mandíbula, sin querer darle la razón.
—Estás jodido, hermano —añade Marcus, divertido—. Te estás enamorando.
—Cállate, Marcus —respondo con fastidio, recostándome contra el respaldo de la silla—. No estoy enamorado de nadie.
—Oh, claro… —su tono sarcástico me crispa—. Solo llamas para contarme que tu “esposa falsa” te ignora y que eso te duele en el ego. Pero no, nada que ver con sentimientos. Para nada.
—Eres un imbécil.
—Y tú un negador profesional —se ríe fuerte, tanto que tengo que apartar el celular del oído—. Dime la verdad, ¿ya soñaste con ella? ¿La imaginaste de blanco, pero no en el altar falso, sino en uno real?
—Marcus, juro que si estuvieras frente a mí te rompería la cara.
—¡Ja! Eso significa que sí —canta victorioso—. Y seguro también pensaste en lo bien que se ve con Ethan en brazos.
Me froto la frente, exasperado.
—Está bien con él, lo calma. Es… es natural con el niño.
—Exacto —su tono baja, pero solo para luego rematar con más burla—. Y tú, mi querido Eleazar Kingsley, te estás muriendo de ternura y de celos. No sé si darte un consejo o mandarte flores para el entierro de tu soltería.
—Vete al carajo.
—Con gusto, pero antes déjame decirte algo: si sigues negándolo, te vas a joder. Porque esa mujer ya se te metió bajo la piel, quieras o no.
Aprieto los labios, odiando lo mucho que odio admitir que tiene razón.
—Te odio, Marcus.
—Y yo a ti te adoro, hermano. Me debes una cena cuando termines de aceptar que estás perdido por tu niñera.
Cuelgo el celular y me froto la cara, intentando sacar de mi cabeza las estupideces de Marcus. Respiro hondo, pero antes de que logre tranquilizarme, la puerta se abre sin que nadie toque.
—Vaya, vaya… —dice Sofía, entrando con esa sonrisa venenosa que la caracteriza—. Así que aquí te escondes.
—No me escondo —respondo frío, levantándome del sillón—. ¿Qué quieres?
Ella camina despacio, exagerando cada movimiento, como si estuviera en una pasarela. Se acerca demasiado y apoya una mano en mi pecho.
—Extrañaba esto —susurra, mirándome a los ojos—. ¿No te hace falta?
Por un segundo, mi cuerpo reacciona por instinto. Su perfume, la cercanía… recuerdo lo fácil que era caer en sus juegos. Me inclino apenas hacia ella, pero entonces me golpea como un balde de agua fría: Tatiana, con Ethan en brazos, su sonrisa torpe, sus ojos sinceros.
Me aparto de inmediato y tomo la muñeca de Sofía, alejándola con firmeza.
—No. Eso se acabó.
Ella frunce el ceño, fingiendo sorpresa.
—¿De verdad vas a preferir a esa niñita? ¿A esa farsa de esposa que ni siquiera encaja aquí?
La miro con dureza, mi voz cortante.
—Prefiero mil veces una mentira con Tatiana… que una verdad contigo.
Sofía se queda helada, la máscara de seguridad resquebrajándose un segundo antes de que gire los talones y salga dando un portazo.
Yo me dejo caer en la silla otra vez, con el corazón golpeando como loco. Marcus tendría un orgasmo si supiera lo cerca que estuve de ceder.
Veo a Tatiana pasar por el pasillo, con esa prisa fingida que usa cuando en realidad quiere huir de mí. Camino tras ella, sin darle oportunidad de escaparse.
—Oye —digo con firmeza—, ¿por qué me ignoras?
Ella se detiene en seco, respira profundo y gira apenas lo suficiente para mirarme de reojo.
—No te ignoro —responde al fin—. Simplemente… el contrato es ser madre en alquiler, no esposa en alquiler. Así que mi prioridad es fingir con Ethan, no contigo.
Sus palabras me golpean como un cubo de agua helada. Frunzo el ceño, dando un paso más cerca, buscando leer algo más allá en su expresión.
—¿Eso piensas? ¿Que solo eres un reemplazo temporal?
Ella aprieta los labios, evita mis ojos y murmura casi en un suspiro:
—Es lo que soy, Eleazar. Y tú deberías agradecer que lo entienda.
Siento cómo la frustración me quema por dentro. No soporto esa distancia que insiste en poner entre los dos. Me inclino un poco, bajando la voz, como si así pudiera obligarla a escucharme de verdad.
—Ethan no es el único que se está acostumbrando a ti.
Veo a Tatiana apretar los labios, sus ojos brillan como si quisiera decir algo pero decide tragárselo. Finalmente cruza los brazos y me lanza una mirada que mezcla cansancio y defensa.