Mi primo Leo, quien se casa hoy, decidió hacerlo a lo grande. Alquiló un yate de lujo, de esos que parecen flotar sobre el sol cuando el reflejo del agua los toca. La familia está eufórica, todos con sonrisas amplias, copas de champaña en la mano y trajes que gritan riqueza y apariencias.
Yo, en cambio, solo observo. No me interesa el espectáculo, aunque debo admitir que la vista es impresionante. El mar abierto, la brisa salada, el sonido de las olas golpeando el casco del yate. Todo parece perfecto… hasta que la veo.
Tatiana aparece en la cubierta, caminando con paso firme, aunque ligeramente inseguro por el vaivén del barco. Lleva un vestido verde esmeralda que se ajusta a su figura como si hubiera sido diseñado para ella. Su cabello cae en ondas suaves sobre los hombros, y en sus brazos sostiene a Ethan, dormido, ajeno a todo el ruido que nos rodea.
Por un segundo, olvido respirar.
Ella levanta la vista y nuestras miradas se cruzan. No dice nada, pero su expresión lo dice todo: no quiero que esto sea incómodo, pero lo será. Aun así, hay algo en ella… una calma, una calidez que contrasta con el lujo superficial de la escena.
Camina hasta donde estoy y me pregunta con voz baja:
—¿Dónde puedo dejar las cosas de Ethan?
Me aclaro la garganta, intentando sonar normal.
—Hay una habitación en la parte de abajo. Te acompaño.
Mientras bajamos, no puedo evitar notar cómo todos la miran. No por morbo, sino porque desentona en el mejor sentido posible. Entre tanto brillo falso, ella parece auténtica. Natural.
Bajamos hasta una de las habitaciones del yate. El ruido del festejo se apaga apenas cierro la puerta detrás de nosotros. Tatiana se inclina sobre la cuna portátil que trajimos y deja con cuidado a Ethan. El pequeño apenas se mueve, hundido en su sueño, con esa paz que solo los bebés tienen.
Me quedo observándola. La forma en que acomoda la manta, cómo acaricia la mejilla de Ethan antes de apartarse. Todo en ella transmite ternura. Algo tan puro que me golpea con fuerza.
—Te ves hermosa —digo sin pensarlo demasiado.
Ella se endereza, gira hacia mí con una expresión que mezcla sorpresa y nervios.
—Gracias —responde al fin, bajando la mirada un segundo.
Durante ese instante el silencio se vuelve espeso, casi incómodo. Hay una distancia mínima entre nosotros, pero se siente enorme.
Podría decirle más, que no solo es hermosa… que cuando la miro con Ethan siento algo que no debería. Pero me obligo a callar.
Ella se aclara la garganta y murmura, casi en un suspiro:
—Voy a subir un momento a tomar aire, antes de que empiece la ceremonia.
Asiento sin poder evitar seguirla con la mirada mientras sale. El verde de su vestido desaparece tras la puerta, y solo entonces me doy cuenta de que sigo sonriendo como un idiota.
Maldita sea… estoy perdiendo el control.
Tatiana se apoya en el borde de la cama y suspira.
—Todos allá afuera creen que somos pareja… —murmura, como si lo dijera para sí misma.
Asiento.
—Sí, lo noté.
—Y lo peor —añade con una media sonrisa— es que lo creen más de lo que deberían.
—¿Y eso te molesta? —pregunto, dándole un paso más cerca.
Ella se queda callada, bajando la mirada.
—No… no es eso. Solo… es raro. Estoy aquí fingiendo ser algo que no soy.
—No lo estás fingiendo del todo —respondo sin pensar.
Ella levanta la vista, confundida.
—¿Qué?
—Ethan te adora —digo—. Y tú a él. Lo noto cada vez que lo cargas. No estás fingiendo con él, Tatiana.
Sus ojos se suavizan y sonríe apenas.
—Sí… creo que me estoy encariñando demasiado con ese bebé.
Subimos a la cubierta principal del yate y ahí está toda mi familia: vestidos elegantes, risas, música suave y el reflejo del atardecer tiñendo el mar de dorado.
El mesero se acerca y nos entrega dos copas de champaña. Tatiana la toma con cuidado, sujetando la copa con una mano y a Ethan con la otra.
Nos acercamos al grupo justo cuando Leo levanta su copa para hacer el brindis.
—Por el amor —dice con esa sonrisa que parece sacada de un comercial—, y porque hoy comienza una nueva etapa en nuestras vidas.
Todos aplauden, chocan las copas y las risas se mezclan con el sonido del mar.
Tatiana sonríe, un poco incómoda, pero radiante. Hay algo en su mirada que me deja sin aire… esa mezcla de dulzura y nerviosismo que solo ella tiene.
Siento los ojos de Sofía sobre nosotros. Esa mirada afilada que no necesita palabras para decir que me está evaluando, que está midiendo cada gesto, cada roce entre Tatiana y yo.
—Brindemos también —dice Rudy, levantando su copa con entusiasmo— por los nuevos comienzos…
—Salud —respondo, chocando mi copa con la de Tatiana.
El cristal suena suave, pero dentro de mí todo se siente más fuerte de lo que debería.
Sofía se acerca despacio, con una sonrisa que no llega a los ojos.
—Qué linda pareja hacen —dice—. Casi me dan ganas de creer que es verdad.
Tatiana no pierde la compostura.
—Tal vez deberías —responde con esa calma suya que me encanta—. Al final, parece que todos lo creen.
Sofía ladea la cabeza, su sonrisa se vuelve más afilada.
—Oh, claro… todos lo creen, excepto los que saben que Eleazar nunca se habría casado por amor —dice, y el aire a nuestro alrededor se corta.
Tatiana parpadea, aún manteniendo la calma, pero yo noto cómo aprieta la copa entre sus dedos.
Rudy suelta un bufido, lista para intervenir, pero no llega a hacerlo.
Sofía da un paso más hacia nosotros, y antes de que pueda reaccionar, el líquido frío de su champaña cae sobre el vestido verde esmeralda de Tatiana.
—¡Ups! —dice, sin un rastro de arrepentimiento—. Qué torpe soy.
El silencio se hace pesado.
Tatiana baja la mirada, sus pestañas húmedas, y luego alza el rostro con una sonrisa tan serena que hasta yo me tenso.
—No te preocupes —responde con voz suave—. No todos saben mantener la clase cuando pierden.