Madre en alquiler

Capitulo 15 - La mirada de un Kingsley

Me despierto con el suave murmullo del mar colándose por la ventana. La luz dorada de la mañana se filtra entre las cortinas y cae justo sobre el sofá.
Ahí está Eleazar, dormido, con Ethan recostado en su pecho.

El pequeño tiene una mano aferrada a la camisa de su padre y su respiración es tranquila, acompasada. La escena me roba una sonrisa. Nunca pensé que ver a un hombre así —tan sereno, tan humano— pudiera desarmarme de esta forma.

Me levanto con cuidado, tratando de no hacer ruido, pero apenas doy un paso, Ethan abre sus ojitos. Balbucea algo inentendible y estira los brazos hacia mí.

—Shh… mi amor, aún es temprano —susurro, acercándome a él.

Eleazar parpadea, medio dormido, y al ver al bebé moverse sonríe sin siquiera abrir del todo los ojos.
—Buenos días, campeón —murmura con voz ronca.

Ethan se ríe bajito, esa risa suave que siempre logra calmarlo todo.

—Perdón, no quería despertarlos —le digo.

Él se incorpora despacio, sosteniendo a Ethan entre sus brazos. —Tranquila, creo que ya no podríamos dormir más —responde, y se pasa una mano por el cabello, despeinándolo aún más.

El silencio se llena con el sonido del mar y los balbuceos de Ethan. Es un instante tan simple, tan normal, que por un segundo olvido que todo esto es una mentira bien actuada.

—Voy a preparar algo de desayuno —digo, buscando distraerme.

—Yo lo baño —responde Eleazar, mirando al bebé que ya empieza a tirar de su cadena.

Lo observo mientras camina al baño, con Ethan riendo en sus brazos, y me descubro sonriendo sin querer.

Algo dentro de mí cambia un poco, como si la frontera entre lo real y lo fingido se desdibujara.

Llego a la cocina y el aroma a café recién hecho me envuelve.
Rudy ya está ahí, apoyada en la barra, con una taza entre las manos y esa expresión suya que siempre parece saber más de lo que dice.

—Buenos días, cariño —saluda con una sonrisa amable, aunque hay algo en su mirada que me pone en guardia.

—Buenos días —respondo, abriendo el refrigerador para distraerme.

—Hablé con Eleazar anoche —dice, sin rodeos—. Me contó la verdad.

Suelto el aire despacio, dándole la espalda. —Vaya… pensé que no era algo para andar contando.

Rudy se encoge de hombros. —No lo hizo con mala intención, tranquila. Solo… necesitaba desahogarse un poco, supongo.

Dejo el jugo sobre la mesa y me giro hacia ella. Su rostro está sereno, pero sus ojos brillan con algo que no logro descifrar.

—Créeme, Tatiana —dice con voz baja—, un Kingsley jamás mira a alguien como él te mira a ti… si no siente algo real.

Trago saliva, tratando de ignorar el nudo que se me forma en el pecho.
—No lo sé, Rudy. Me dijo que me volvería a contratar hasta Navidad, así que… ya casi se acaba todo esto.

Fuerzo una sonrisa mientras revuelvo el café. —Y cuando termine, él seguirá con su vida… y yo con la mía. Se olvidará de mí, y yo… haré lo mismo.

Rudy me observa en silencio, como si quisiera decir algo más, pero solo asiente.
—Si tú lo dices, cariño —murmura al fin—. Pero los ojos no mienten, y los de él… menos.

Escucho pasos detrás de mí y, cuando volteo, Eleazar entra a la cocina con Ethan medio dormido en sus brazos.
Su cabello está despeinado, la camiseta arrugada y, aun así, se ve tan… él.

—Buenos días —dice con voz ronca, de esas que todavía tienen un poco de sueño.

Ethan balbucea algo y estira la mano hacia mí. No puedo evitar sonreír.
—Hola, pequeño —susurro, acariciándole la mejilla—. ¿Dormiste bien?

—Creo que sí —responde Eleazar, apoyándose en la barra—. Aunque ronca como su padre.

—¿Ah, sí? —le lanzo una mirada divertida—. ¿Y quién te dijo que lo heredó de ti?

Él sonríe apenas, y el ambiente se suaviza.
Rudy se levanta despacio, dejándonos solos con una mirada cómplice.
—Voy a revisar algo en el jardín —dice, dándonos un guiño—. No tarden.

Cuando se va, Ethan se acurruca contra mi pecho y Eleazar se queda mirándonos.
Hay algo en su mirada que me desarma: una mezcla de ternura, cansancio y algo que no quiere —o no puede— decir.

—Le gustas mucho —murmura, casi como si hablara para sí mismo—. Te busca cada vez que no te ve.

Bajo la vista, sintiendo cómo el corazón me late un poco más fuerte.
—No soy su mamá —respondo en voz baja.

—Tal vez no —dice él, acercándose un poco más—. Pero él no parece notarlo.

El silencio que sigue es suave, lleno de cosas que ninguno se atreve a decir.
Ethan ríe de repente, rompiendo la tensión, y Eleazar sonríe con ese gesto que me derrite.

—Voy a preparar el desayuno —digo para romper el momento.

—Yo pongo el café —responde él, con una sonrisa ladeada—. Pero solo si me dejas ayudarte.

Preparo los waffles con tocino mientras Eleazar termina de poner la mesa. El olor a mantequilla y café llena la cocina, y por un segundo, todo se siente… normal. Como si realmente fuéramos una familia.

Nos sentamos a desayunar. Ethan está en su sillita, mirando con curiosidad todo lo que hacemos, hasta que empieza a fruncir el ceño y soltar un pequeño quejido que va subiendo de tono.

—Creo que alguien tiene hambre otra vez —murmuro, levantándome.

Camino hacia la encimera, preparo el tetero con rapidez y regreso a su lado. Apenas se lo acerco, lo agarra con sus manitos y comienza a tomar como si no hubiera comido en días.

Me siento de nuevo, observándolo mientras desayuno de a pocos. Eleazar me mira sin decir nada, con una sonrisa tan suave que casi me desarma.

—¿Qué? —pregunto, un poco nerviosa.

Él niega con la cabeza, sin dejar de mirarme.
—Nada… es solo que —hace una pausa, bajando un poco la voz— te ves bien así.

—¿Así cómo? —le digo, arqueando una ceja.

—Así —responde, señalándome con la mirada—, con Ethan en brazos, el desayuno en la mesa, y esa calma tuya que lo ordena todo.

Me río suavemente, tratando de esconder el calor que me sube a las mejillas.
—No exageres. Solo estoy haciendo lo que me corresponde.




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