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Lara estaba de pie frente al féretro mirando con tristeza el rostro de su padre, quien yacía dentro.
— Espero que, por fin, estés descansando. — Dijo en voz muy baja. — Y que te hayas encontrado con mamá para volver a estar juntos.
Si algo debía reconocerle y agradecerle a su papá, es el eterno amor e inagotable que siempre le tuvo a su difunta esposa, lo mucho que la extrañaba y lo fiel que fue a su recuerdo todo el tiempo. De hecho, los últimos días, mientras yacía en cama agonizando, se la pasaba tarareando el “Tema de Lara”, que era un vals que le encantaba a su mamá y que, gracias a esa melodía, es que ella llevaba ese nombre.
— Gracias por no dejarme desprotegida y por enseñarme tanto. — Dijo en un susurro y se limpió una lágrima.
— Larita... — La voz del señor Farid la sacó de sus pensamientos.
La joven se giró hacia él, quien, sin poder evitarlo, la abrazó. — Lo siento mucho, señorita Lara. Sabe que no está sola y que cuenta con nosotros incondicionalmente.
— Gracias. — Respondió ella, con una sonrisa triste.
La mujer de Farid estaba junto a él.
— Mi esposo lo dice en serio. — Dijo la mujer acercándose a abrazarla también. — Cualquier cosa que necesite, señorita Lara, lo que sea, estamos para servirle. ¿Ya comió? ¿Quiere que le consigamos algo?
Lara negó soltando un suspiro.
— No tengo nada de hambre. — Admitió en voz baja. — Gracias señora Salma.
— Me imagino. — Asintió la mujer. — Me voy a quedar con usted por lo que se le ofrezca.
— Muchas gracias. — Respondió Lara, abrazándola de nuevo. — La verdad, es que me siento muy sola y me está costando mucho enfrentar todo esto.
— La entiendo, Larita. — Dijo la mujer palmeándole la espalda con cariño. — Créame que la entiendo. Pero no se preocupe, aquí estamos mi viejo y yo para apoyarla en todo. No nos vamos a mover de su lado, se lo prometo.
Poco a poco fueron llegando los taxistas que trabajaban para ella a presentarle sus condolencias. También los vecinos de su barrio se hicieron presentes al correrse la voz que don Antonio había fallecido. Su contador y su abogado llegaron junto con sus esposas a acompañarla y, poco a poco, la sala de velación se fue llenando de gente. La mayoría traía ramos de flores que colocaban con respeto frente al féretro y los hombres se quedaban de pie durante un momento junto al mismo haciendo una guardia de honor.
Farid y su esposa, luego de un rato, llevaron a Lara a sentarse en un sofá y, mientras la señora Salma se quedaba con ella, el hombre salió a buscarle un café.
— Oiga, señorita Lara. — Dijo la mujer en voz baja. — ¿Por qué no se va unos días, luego del funeral, a nuestra casa para que no esté solita los primeros días en lo que se adapta a todo esto?
Lara sonrió levemente.
— Qué detalle tan hermoso, gracias señora Salma. — Dijo palmeándole la mano a la señora. — Pero me gustaría irme a mi casa para empezar a organizar todo y tomar las riendas de mi vida. Dicen que “al mal paso darle prisa”, así que creo que mejor no lo postergo.
— Entiendo... Y creo que tiene razón. — Asintió la mujer. — Pero, si quiere, yo me puedo ir un par de días con usted, así la ayudo con lo que tenga que limpiar y empacar, ver lo que se va a hacer con la ropa de su papá y todo eso. Además, creo que hay que ir a hacer trámites, como lo del acta de defunción y no sé qué más. Farid también le puede echar la mano con eso.
— Gracias señora Salma. — Acordó Lara. — Si le parece, lo conversamos más tarde.
Interrumpieron la conversación porque más gente seguía llegando a la sala de velación a darle las condolencias a Lara. Ella se puso de pie para atender a quienes se le acercaban y, de pronto, se sorprendió de ver entrar al lugar a Eduardo. Este iba acompañado de su hija, quien ya era una joven de aproximadamente veinte años y, para desconcierto de Lara, también iba Rosaura con ellos. Los tres se acercaron a ella y esta última corrió a abrazarla.
— ¡Ay, amiga! ¿Por qué no me avisaste que tu papá se había muerto para ir a apoyarte? — Dijo en voz bastante alta haciendo que todos pusieran atención. — ¡No tienes idea de lo preocupada que he estado por ti!
Lara, desconcertada, no respondió nada. Rosaura se giró hacia sus acompañantes y los señaló.
— ¿Te acuerdas de Eduardo? Y ella es su hija Nancy.
La joven inmediatamente se acercó a abrazarla.
— Mi más sentido pésame, señora. — Dijo formalmente.
— Gracias. — Respondió Lara, frunciendo el ceño.
Eduardo, una vez que su hija se separó, se acercó a Lara y la tomó de ambas manos.
— Lara, lo siento mucho. — Le dijo acercándose a ella en forma íntima, haciéndola sentir desconcertada y algo incómoda. — Debe ser muy duro lo que estás pasando. Si en algo te puedo ayudar, cuenta conmigo incondicionalmente.
— Gracias. — Asintió ella, sin saber qué más decir.