¿madura? ¡las frutas!

Capítulo 4

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Era de madrugada, la capilla de velación estaba prácticamente vacía. Sólo el señor Samir y su esposa acompañaban a Lara, además de Eduardo, quien había despedido a su hija y había insistido en quedarse a acompañar a Lara. 

La pareja mayor dormitaba en un sofá, un poco retirados, Lara estaba sentada frente al féretro, mirándolo con tristeza. Eduardo llegó con una taza de café, se la entregó y se sentó junto a ella. 

— Gracias. — Musitó Lara. — No te hubieras molestado. 

— No es molestia. — Negó él en voz baja. — ¿Necesitas algo más? ¿No tienes frío? 

— No, estoy bien. 

Eduardo miró de reojo a donde estaba el matrimonio para asegurarse que estuvieran durmiendo. Luego se giró hacia Lara y la tomó de la mano. 

— Te extrañé mucho. — Le dijo mirando sus manos unidas. — Separarme de ti fue lo más doloroso que me ha pasado en la vida. 

Lara se soltó y lo miró frunciendo el ceño. 

— Jamás me volviste a buscar y casi inmediatamente te casaste. 

Eduardo negó apenado. 

— Era demasiado joven y estúpido y, la verdad, es que estaba muy asustado. 

— ¿Asustado de qué? — Pregunto Lara, desconcertada. 

Él levanto la vista hacia el féretro y negó, soltando un bufido. 

— Lo creas o no, tu papá amenazó con matarme si me volvía a acercar a ti.  

Lara abrió mucho los ojos e inhaló profundamente, absolutamente sorprendida. 

— No puede ser... — Musitó horrorizada. — No puedo creer eso de mi padre. 

Eduardo soltó una leve risa cargada de ironía. 

— Es verdad, créeme. — Luego negó. — Pero no es correcto que hablemos mal de los difuntos, mejor cambiemos de tema. 

— Es que... — Negó ella. — Papá era muy estricto, lo sé, pero me cuesta mucho creer que haya sido capaz de amenazarte de esa manera. 

— Lo hizo, Lara. — Dijo él con seriedad y algo de tristeza. — Yo era muy joven y, la verdad me asusté. ¿Qué podía hacer? ¿Denunciarlo? ¿Con qué pruebas? ¿Quién me iba a creer? Además, tú jamás me hubieras perdonado si yo hubiese intentado meterlo a la cárcel. Y luego desapareciste totalmente, no te vi en semanas, pensé que habías viajado a otro lugar, no sé... Quise verte, pero nunca volviste a salir, hasta mucho tiempo después y sólo te dejabas ver con tu papá. Nunca tuve oportunidad de nada. 

Lara bajó el rostro tratando de contener las lágrimas. Tenía que admitir que Eduardo tenía razón en lo que decía. Ella jamás volvió a estar accesible. 

— Te casaste casi enseguida. — Musitó con dolor. — Tuviste a tu hija casi inmediatamente. 

Eduardo negó con frustración. 

— Fui un estúpido. — Dijo con pesar. — Estaba dolido, resentido. Me sentí abandonado... Me metí con Selene sólo por despecho porque, la verdad es que nunca la amé, y me salió el tiro por la culata. Tú siempre has sido mi único amor Lara, la única que siempre he amado. Me arrepentí casi inmediatamente de haberme involucrado con Selene y traté de terminar con ella, pero salió embarazada y pues, ni modo. Tuve que asumir mis responsabilidades. Dejé la escuela y me puse a trabajar. 

Él la volvió a tomar de las manos y la miró con intensidad. 

— Tú y yo debimos estar juntos, Lara. — Dijo con tristeza. — Nunca debieron separarnos. Tú y yo nos merecíamos ser felices juntos. 

— Ya es demasiado tarde... — Musitó ella, luchando por contener las lágrimas. — Tú hiciste tu vida y yo la mía. 

— No me digas eso, por favor. — Suplicó Eduardo, con angustia. — Danos otra oportunidad querida Lara. Perdóname el haber sido tan cobarde, tan tonto... Yo, de verdad temía que tu papá cumpliera su amenaza y luego, cuando mi mujer me dejó tampoco te busqué porque... ¿Cómo te iba a endilgar la responsabilidad de que criaras una hija ajena? ¿Cómo me ibas a aceptar tú así? 

Negó y soltó un suspiro pesaroso. 

— Esta tarde, cuando Rosaura me dijo que tu papá había fallecido, me sentí mal por ti. — Dijo apretando su mano. — Porque sé que lo amabas y estoy seguro de que estás sufriendo por su partida pero te confieso que, muy en el fondo, brilló una lucecita de esperanza para mí. Me atreví a soñar que, ahora que ya no está él para separarnos, tú y yo podríamos retomar todo en donde lo dejamos e intentar ser felices juntos.  

Lara negó. 

— Ya estamos viejos... — Musitó apenada. — Ya no estamos para esas cosas. 

— ¡Te equivocas totalmente! — Rebatió él en forma tajante. — Tú no estás vieja. Aún eres joven y hermosa, tan hermosa como siempre. 

Lara se rio con algo de ironía. 

— Nunca he sido bonita. — Negó. — Y, honestamente, en estos momentos en lo que menos quiero ni puedo pensar es en mí misma, mucho menos en ti. Entiende que acabo de perder a mi padre y él era lo único que yo tenía en este mundo. 

— Lo entiendo, Lara, de verdad lo entiendo. — Dijo él con resignación. — Sólo permíteme estar a tu lado en estos momentos tan difíciles. Déjame apoyarte, por favor. 




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