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Lara caminaba por el centro de la ciudad, mirando distraídamente aparadores. Eduardo iba a su lado, acompañándola, acababan de salir de las oficinas de control vehicular luego de que ella realizara unos trámites.
— Me da pena que estés perdiendo el tiempo por acompañarme. — Dijo luego de un momento de silencio.
Él sonrió divertido y negó.
— No estoy perdiendo el tiempo. — Le aclaró. — A tu lado, nunca será tiempo perdido. ¿Qué más necesitas hacer?
— Por el momento, ya nada. — Negó ella. — Todo el papeleo que tenía que realizar ya está hecho.
— Bien... ¿No tienes hambre?
— Un poco, sí. — Admitió ella.
Eduardo la tomó del brazo y la hizo girar en la esquina hacia un callejoncito.
— Conozco un lugarcito muy lindo donde se come bien. — Dijo mientras la dirigía.
Llegaron a un pequeño y discreto local y Eduardo la guio hacia una mesa y le separó la silla para que se sentara, luego él se sentó frente a ella y la tomó de las manos.
— La verdad, es que estoy disfrutando muchísimo este tiempo que paso a tu lado. — Le dijo con una tenue sonrisa.
— ¿Aunque la mayor parte del tiempo me la pase haciendo trámites? — Preguntó ella, con el ceño fruncido.
— No importa. — Negó él. — Mientras haces fila, conversamos. Y cuando te toca hablar con el encargado, disfruto mirarte.
Lara negó apenada.
— Aun así, siento que te estoy haciendo perder el tiempo.
— No, para nada. — Volvió a negar Eduardo. — Te dije que iba a pedir un par de días libres en el trabajo para apoyarte con todo esto. Así que estoy a tu entera disposición.
— Gracias. — Respondió ella.
Justo en ese momento llegó el mesero para tomar su orden. Ambos eligieron el menú del día y siguieron conversando.
— Cuéntame de tu hija. — Dijo ella, con curiosidad. — La criaste tú solo. ¿Verdad?
Eduardo asintió y soltó un suspiro.
— Sí, desde antes de que cumpliera el año. — Dijo con algo de pesar. — Entre Selene y yo sólo había discusiones y pleitos, así que, cuando nació la niña, se fue y me la dejó.
— Debió ser difícil. — Asintió ella.
— Sobre todo porque mis papás no me apoyaron. — Negó él. — Nunca estuvieron de acuerdo en que yo dejara de estudiar. Me dijeron que, si quería mujer, me hiciera responsable. Y más cuando la niña nació. Así que la tuve que meter a guarderías. Nunca tuve dinero más que para los pañales y la leche. Cuando murieron mis papás y se me quedó la casa, fue un alivio enorme el dejar de pagar renta, como te imaginarás.
Lara asintió en silencio, sopesando la situación. Le incomodó un poco escucharle decir que la muerte de sus papás fue más un alivio por haber heredado la casa que otra cosa. Pero no dijo nada al respecto.
— ¿Tu hija no ve a su mamá? — Preguntó en cambio.
— Sí, un poco. — Dijo él encogiéndose de hombros. — La verdad es que no se llevan muy bien y, cuando se juntan, siempre acaban de pleito. Selene nunca le tuvo paciencia a mi hija, no la tolera mucho que digamos, así que Nancy poco la frecuenta porque sólo se la pasa haciendo corajes con su mamá.
— Eso es triste. — Musitó Lara.
— Lo sé. — Asintió él. — Pero bueno, Nancy me tiene a mí, ella y yo nos llevamos muy bien y ahorita andamos muy contentos porque se quiere casar con el novio. Quizá en unos meses se haga la boda.
— ¿Qué estudió tu hija? — Preguntó Lara, con curiosidad.
— Sólo hizo el bachillerato. Trabaja como empleada en un supermercado cerca de casa. Su novio también trabaja ahí.
— ¿Y tú a qué te dedicas? — Preguntó ella, algo apenada. — ¿Te molesta que te lo pregunte?
— No, para nada. — Negó él. — Como me quedé sólo con el bachillerato, entré a la compañía refresquera, he estado ahí todos estos años.
— ¿Haciendo qué? — Inquirió Lara.
— Repartiendo refrescos. — Dijo él dejando su tenedor de lado. — Estoy en un camión repartidor con otros compañeros y tenemos una ruta asignada.
— Debe ser bastante pesado. — Asintió ella. — Mucho esfuerzo físico, sobre todo.
— Pues sí, pero no me quejo. — Respondió él encogiéndose de hombros. — Gracias a eso, saqué a mi hija adelante y, además, el ambiente es muy divertido.
Lara asintió y siguió comiendo mientras meditaba en lo que él le había contado.
Terminaron de comer y Eduardo pidió la cuenta, cuando el mesero la trajo, él le entregó una tarjeta bancaria.
— ¿A dónde te gustaría ir ahora? — Le preguntó, tomándola de la mano. — ¿Quieres ir al cine o algo así?
Lara negó soltando un suspiro.
— Recuerda que estoy de luto. — Le dijo en voz baja, con tristeza.