Olivia
Como siempre, estoy cruzando las puertas del instituto enojada, es imposible llegar aquí tranquila. No sé que voy hacer. Donna siempre dice que son niños, que era normal hacer travesuras, pero esta es la tercera vez, y apenas llevaban tres semanas que habían comenzado las clases. También sé las razones de está vez, y aunque quiera decir que es culpa de los otros niños, no es así.
Llego a la oficina del director que, como veo la situación, nos vamos a ver muy seguido. La secretaria, Meghan, es un mujer unos diez años mayor que yo, pero por la mirada que meda, la compasión es obvia.
—Por favor, por favor, dime que no mataron a nadie. —que ella comenzara a reír, me aliviaba, significa que no es tan grave. Bien, puedo con esto.
—Deberías darle un voto de confianza, son solo niños, y son tus hijos
—Oh no, no son solo niños. Y porque son mis hijos, es me preocupo. Por si no te has dado, cuenta todavía tengo el cabello azul. —no sé como consiguieron el tinte azul, tal vez...y solo tal vez, lo dejé un lugar muy bajo en que ellos pudieron alcanzarlo.
Sí, yo lo compré, pero no tenía planeado ponérmelo, es que, me acorde de mi adolescencia y quería tener algo de esos tiempos. Luego recordé que, tengo un trabajo donde no permiten esas cosas, quiero ser una madre ejemplar, pero a mis hijos no les parece así.
Entonces llevo una semana y media con el cabello azul, mi jefe me ha dicho que trate de quitarme el color porque distraigo a los demás... ¡No es mi culpa tener el cabello así! Cuando fuí al salón de belleza, me dijeron que hasta que no pase un tiempo no puedo volverlo a pintar, ya que si lo hago se me podría caer el cabello, y a ninguna mujer le gusta eso.
—Es cierto, pero está vez, no es su culpa. Así que, no seas dura con ellos.
—¿En serio no fueron ellos? —sentí la culpa en el pecho. ¡¿Qué le han hecho a mis bebés?!
—Pasa, el director te explicara que fue lo que pasó.
Paso por su escritorio. Toco la puerta y escucho al director decir que pasé.
—Buenos días.
—Buenos días, señora Bennett.
S-E-Ñ-O-R-I-T-A. Estoy muy soltera.
—Tomé asiento, por favor. —me siento en sillón, que queda delante de dos niños, uno pelirrojo y otro castaño, pero ambos tienen el mismo color de ojos, un azul mezclado con gris. —Es lamentable para mí, nos hemos equivocado, e infórmale que está vez, los mellizos Bennett no han tenido la culpa.
—Es cierto, mamá. —ambos hablaron a la vez. —No fue nuestra culpa, fueron ellos. —volvieron hablar de manera sincronizada, y a pesar de ser su madre, daba miedo escuchar sus voces así.
—Bien, les creo. —los mire a los dos. Tenían los ojitos hacía abajo. Me dolía ver a mis hijos así, sé lo que es tener un padre ausente, y puede que nunca me lo perdonen, pero solo quiero protegerlos.
—Nuevamente, me disculpo con usted.
—Descuide, —me pongo de pie para despedirme —¿Puedo llevármelos, verdad?
—Claro, creo que seria bueno que despejaran sus mentes después del mal rato.
Después de recoger sus mochilas, fuimos al auto. Una vez a dentro, ambos están sentados en el asiento trasero. Si fuera otro momento, estuvieran saltando de alegría por salir antes del instituto, pero la expresión triste no sale de sus rostros.
—¿Qué fue lo que pasó? —pregunto volteándome para verlos bien. Veo la duda en los ojos de ambos. —Soy su madre, pueden contarme lo que sea, no me voy a enojar.
Isaac decide hablar.
—Lucas Oikonomou estaba hablando que, por qué en las actividades de la escuela, siempre vas sola o van los abuelos Matt y Daniel...y no nuestro papá
—Y les dije que, él estaba trabajando en otro país... —le sigue Elijah.
—Pero ellos dijeron que no era así, que estábamos mintiendo, y que nuestro padre no nos quiere...
—¡Pero no mentimos! —hablan a la vez.
—Él... —mira con duda a Elijah. —Me empujó. —continua Isaac. Ambos me miran y se miran, como decidiendo quién cuenta la siguiente parte.
—Te empujó... —repito lo que dijo. —¿A quién?
—A mí —dicen al mismo tiempo, pero Elijah señalando a Isaac, e Isaac señalándose así mismo. Se miran alarmados, rápidamente, Elijah a Isaac e Isaac se señala así mismo de nuevo.
—¡A él!
—¡A mí!
Hablan al mismo tiempo.
—Ahora, pequeños lobos, me dirán que pasó exactamente.
—Bien.
Dicen desganados.
(...)
Después de saber toda la historia, ya no podía hacer nada. Y lo sé, les juro que no es bueno, pero de una u otra forma, tenía que ir al aeropuerto.
—Esto no es un premio, están castigados.
—¡Pero, mamá! —se quejan.
—Pero nada, nada de videojuegos por dos semanas.
—¡¿Dos?! ¡Pero, ¿Por qué dos?!
—¿Quieren que sea un mes?
—...
Dulce silencio.
Bajamos del auto, y entramos al Aeropuerto Internacional Eleftherios Venizelos, en Atenas. Hay muchas personas, pero estoy segura que la encontraré rápidamente.
—¿Mamá, a quién vamos a ver? —pregunta el castaño.
—Ya lo veras, Isaac.
Los tacones que ayudan a ver todo mejor, y veo su rubia cabellera. A la distancia ella nos ve, y típico de Mily, pega un grito a los cuatro vientos.
—¡AHH! Mis hermosos hombrecitos. —llega muy apresurada a llenarlos de besos y baba.
—¡Tía Mily, tía Mily! —gritan emocionados y van su encuentro.
—Ay, pero que grandes están, ¿Cuándo fue la última vez que los vi? —ay no, se puso nostálgica.
—En navidad, tía Mily. —dicen al mismo tiempo.
Creo que ya están tomando esa mala maña.
Mily pone una mueca de horror y me mira.
—¿Desde cuando están hablando así?
—Hace unas cuantas semanas... —los tres se acercan, y finalmente nos abrazamos en modo de saludo. —Hola, tú...
—Hola, preciosa.
(...)