Mañana te Olvidaré

Capítulo V

(Renata)

 

- Vete. ¡Sal de mi vista!

Una chica preciosa, de ojos verdes felinos y brillante cabello azabache haciéndole contraste, gritaba con fuerza contenida para espantar a quien tenía en frente. Más que deformar su belleza, su llanto y desesperación le daban un toque dramático que sentaba de maravilla con su porte de actriz hollywoodense.

- Tranquilízate, te lo ruego.

El chico a quien gritaba era su enamorado, el poeta de nuestro salón. Joaquín poseía unos bellos ojos azules, aunque de gesto despistado, que desentonaban con el resto de sí. No es que fuera de mal parecer, si no que resultaba bastante común, como si pudiese dejar de existir sin despertar sospecha.

Intentó acercarse a ella.

- No… ¡te odio! ¡Aléjate de mí!

Se detuvo.

- No te comprendo – dijo simplemente.

Le dirigieron una mirada de desdén.

- Ese es tu problema. Estás tan acostumbrado a tus emociones que no puedes entender las ajenas. No eres el único que sufre y que siente cosas. ¡Detesto tu poesía!

- Eres la primera – se encogió de hombros.

Natalia -cual era el nombre de la chica-, estaba a mitad de uno de sus acostumbrados escándalos. La armonía de la pareja más enamorada de sexto año se resquebrajaba siempre ante la vista de todos. Joaquín jamás se percataba de los demás, no le interesaban. Sus tristes ojos azules no tenían otro objetivo que la mirada esmeralda de ella. Le pasaba por alto cada ofensa y agresión, aguardando con paciencia y cariño que la turbulencia mental de Natalia se descargara.

Pudo sonreír con alivio al ver que ella parecía calmarse.

- ¿Te sientes mejor? ¿Quieres algo para beber? – preguntó.

- ¡Tu sangre! – contestó de mala gana.

Él dudó, no sin cierta gracia.

- Te la daría si pudiera, pero la necesito para escribirte versos. No existe tinte que refleje mejor lo que llego a sentir.

- Eres patético.

Un largo respiro ayudó a que el pensamiento de ambos se aclarara. Se internaron entonces en un perpetuo mutismo. Joaquín era un orador por excelencia, capaz con sus palabras de conseguir cualquier cosa. Su facultad de ponerse en el lugar de otros le formó una enorme capacidad de análisis y una aguda intuición. El talento con las letras era sólo una extensión de su arte. El mismo arte que se desvanecía al contacto con Natalia. Frente a su naturaleza irascible no existía táctica adecuada.

Esperaba, mirándola apenas de reojo. Tan bella como cada vez, tanto en la crisis como en la más perenne de las calmas. Su cabello negro al vaivén del viento, sus labios color rosa y su piel pálida coloreada de rubores artificiales. Su mirada estaba perdida, oscura y no verde. Alguna fuerza depresiva se apoderaba de la vulnerable sensibilidad de su ánimo, rompiendo sus alas como a un ángel que cae hasta el más profundo de los infiernos.

Su historia compartida se remontaba desde inicios de la secundaria. Natalia se convirtió pronto en la chica más popular del colegio, tal como lo fuera en la escuela, gracias a su reverencial belleza y su elevada posición económica. Era el centro de atención de los hombres. Uno tras otro rechazaba a sus pretendientes, empleando la adoración de estos como alimento para su egomanía. Junto a Damian conformaba el prototipo de un ideal de perfección.

En el caso de Joaquín, se destacó desde su llegada en segundo año a causa de su triunfo en un intercolegial de poesía. Sus arraigadas tendencias humanistas dotaban de esperanza y ensoñaciones a cada verso, abarcando a la humanidad completa en sus apreciaciones. Cambió su estilo cuando Natalia apareció en su vida. Despertó en su fuero el alma de un anacrónico romanticismo cuya musa inspiradora era capaz de reensamblar el universo tanto como de destruirlo.

Nadie conocía el motivo de su unión, tan diferentes como eran. Él la calma, ella la tempestad; él la brisa, ella las violentas ráfagas. Habría en cada uno la facultad de tocar el corazón del otro para curar sus heridas, para abrir nuevos surcos y plantar semillas de infinita dependencia. Mantenían una especie inusual de relación, una prolongación poco ortodoxa del sentimiento que las poesías de Joaquín desbordaban.

Observé discretamente su presente desavenencia. Tras el largísimo silencio de la incomprensión había tratado él de abrazarla, pegando ella un grito, apartándolo súbitamente y echando a correr hacia el amplio ventanal que colindaba con la calle. Amenazaba con lanzarse desde el segundo piso cada vez que algo no salía como lo esperaba. Los autos circulaban con rapidez llenando la avenida del dinámico temblor de la vida moderna. La lejanía de ese mundo empeoraba su mal humor, al darse cuenta que su miseria no detenía el curso de la existencia.




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