Mañana te Olvidaré

Capítulo XII

(Renata)

 

Llovía. Una de esas tontas lluvias inesperadas que irrumpen en medio de un día precioso. Sólo sirven para incrementar el flujo de los pensamientos.

A más de las gotas hay sólo silencio, una bruma y nubes que cubren el desenvolvimiento de la vida tal como se la conoce.

Me pregunto qué suele hacer la gente cuando llueve. En mi familia tenemos la costumbre de leer –al menos mis padres lo hacen-. Mi hermana solía convencerme de armar un rompecabezas imposible en días como el de hoy, esos de quinientas piezas donde más de la mitad se ven exactamente iguales. Nunca terminamos uno. Quizá otros hagan lo mismo, o salgan a bailar bajo el aguacero, o vean televisión… o como yo ahora, dejen a libertad su mente y quiten de su corazón todas las barreras con que acostumbran sellarlo en las mañanas soleadas.

De pronto, como al abrir un armario donde se suele guardarlo todo sin tomarse la molestia de ordenar las cosas, un mar de ideas y recuerdos caen sobre mi conciencia y me hacen naufragar en la playa de la confusión. ¿Todos estos sentimientos son míos? Me son tan ajenos, algunos oscuros, la mayoría patéticos, y unos pocos bastante dolorosos. No me conozco a mí misma. Escucharme decirlo sólo incrementa mi temor de abrir el armario de mis represiones.

¿Qué es esto? ¿Cómo debo clasificarlo? Es una especie de esperanza. Es reciente. Junto a ella viene la imagen de una flor en mis manos, algo que acabo de recibir. La rosa que sigue en el jarrón de mi habitación, junto a algunos lirios que me traje de la premiación y que no le hacen justicia ni siquiera como acompañantes.

Significa algo, pero todavía no admito qué. Lo demás carece de importancia. El hecho de ser la reina del colegio es algo que –aunque me continúa asombrando- ya no ocupa lugar alguno en mis preocupaciones.

Todos estaban ahí para verme, todos menos las personas más importantes de mi vida. Mis padres debían estar haciendo tiempo en su conferencia, mi hermana ayudando a su hija a estudiar para un importante examen, mi protector en algún oscuro rincón esperando por salvarme la vida, y él… me dejó también sola, como siempre.

Una lluvia más fuerte empieza a azotar contra el cristal de mi ventana. Se oye como si alguien tocara desde afuera, insistentemente. Si me levanto de la alfombra, desde donde mi vista contempla la nada y el tejado a la vez, descubriré que no hay nadie del otro lado. Prefiero entonces imaginar que me esperan, que me necesitan, que me buscan… ¿cuánto puede durar la paciencia de alguien?

Cinco, diez, once… veinte años. Una eternidad. Talvez cuando se espera algo importante el tiempo que toma tenerlo es relativo. Pero sigue pasando con lentitud, casi inútilmente.

El sonido de la lluvia se parece cada vez más. Cada vez me recuerda más esa mañana gris de mi vida, donde salió el sol antes de ocultarse para no volver a salir. No deseo escucharla, su repiquetear incesante y desesperado, su voz sin palabras que susurra cosas que no puedo entender y menos aceptar.

Es mentira lo de derribar todas las barreras mentales. Eso es imposible. Si dejara imprudentemente de protegerme, un instante bastaría para perder la razón. Hay demasiado en mí, demasiado en cualquiera. Más de lo que nadie pudiera soportar.

Ese armario, ese piso desconocido que es nuestra mente tiene lugares que podemos ir explorando lentamente, con esfuerzo y valentía. Así llegamos a conocernos mejor. Sin embargo hay resquicios a los que jamás tendremos acceso.

Acceso al descubrimiento – me repetí, forzando mi vista para atravesar la gruesa capa que las gotas formaban al caer.

Había olvidado el misterio del tercer piso, obedientemente después de que Moonray casi me ordenó que abandonara la idea de investigar. No entiendo su derecho sobre mí, si se lo doy o lo toma por la fuerza. Ese es el principal misterio. La situación más extraña que he vivido. Sus ojos negros sobre los míos me hipnotizan hasta aligerar mis respiraciones, dormir mis razonamientos, y doblegar mi voluntad. Debo darme una explicación antes de que la conciencia mágica me obligue a aceptar cualquier versión de la causa.

Algo me dice que no debería, pero tengo que hacerlo. La curiosidad es algo inherente a la naturaleza humana, tanto como la necesidad de amar y ser amado. Incluso si mi investigación me lleva a rumbos peligrosos, lo haré.

Tras tomar la decisión una descarga de adrenalina me corre por el cuerpo. No pude quedarme acostada por más tiempo, por lo que decidí dar un paseo por el barrio. El ambiente frío del exterior fue soportable sólo tras echarme un grueso abrigo rojo de lana encima de la camiseta blanca que llevaba; mis jeans me protegían las piernas, tal como unas gruesas medias sirvieron para mantener mis pies a la temperatura adecuada. Me recogí el cabello en el interior de una boina negra, para que la humedad no lo esponjara. Unas cuantas mechas cortas se me escaparon aún después de deshacer el peinado varias veces, así que me rendí y las dejé caer sobre mi rostro.




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