Mañana te Olvidaré

Capítulo XIII

(Renata)

 

La humedad de la lluvia pasada tardó toda una mañana en evaporarse del aire, lentamente con el resplandor casi ausente del sol. Contrario a lo que podía suponerse, el día sin brillo llevaba en sí un aura más melancólica que el aguacero que sepultara a la ciudad la noche anterior.

Había algo casi místico en los alrededores, o aquella impresión estuviese quizá solamente en mi imaginación. Lo de ayer era un sueño. Podría serlo. Tuve tantos tras acurrucarme con el aroma de la rosa que difícilmente podía diferenciarlos de la realidad. El dolor de mi rodilla era la única prueba que poseía para comprobar que hubiera pasado. Estuve a punto de morir. Desaparecer por siempre. Correr tras el paraguas fue un impulso suicida, mis pulsiones de muerte burbujeando desde el fondo de mi inconciente obligándome a volver a la nada.

Debo darle a Moonray la razón. Quise matarme de verdad. Lo que no entiendo es por qué. La vida hoy no es tan mala como pudo serlo hace años. Tal como entonces, incluso, alguien me rescató de la soledad.

No puedo pensar más en eso. No ahora.

La sensación de ahogo se esparció por la ciudad durante las horas tempranas del día, reemplazándose por el eventual ambiente frío y silencioso del verano.

En el colegio las clases se desarrollaron con total normalidad, cancelándose –sin embargo- la práctica de algunos equipos debido al pronóstico de más lluvias y los rezagos que de la primera quedaban sobre la hierba del campo de entrenamiento.

Los únicos que entrenaban esa tarde eran los chicos del equipo de fútbol.

Con tal noticia, la inconformidad de Vanessa se hizo evidente. Su ansiedad la tenía rebotando el balón de un pie a otro, sin quitarle los ojos de encima y sin cesar el movimiento. El resto de jugadoras estábamos con ella, yo de pie y el resto sentadas en la banca o andando por los alrededores.

- No te desesperes – le dije -. Ya oíste a la entrenadora.

- Me parece injusto.

Asentí. En serio lo era. Valiéndose de las condiciones actuales del campo, con el pretexto de que podríamos lesionarnos, etc. Parecía una buena excusa para dar prioridad al equipo masculino.

- ¿Y si llueve durante el encuentro, qué hacemos?

- Nada. Lo cancelarían.

Adeline fue quien respondió. Su voz era apenas audible a través de sus labios entrecerrados, siempre cuidando de no hacer algún comentario inapropiado. Sus ojos lo mismo, jamás miraban directamente a nadie que considerara superior, fuera en grado, belleza, inteligencia o suerte. Su autoestima no era buena, al parecer. Con la dulzura que emanaba era una lástima que no le sacara provecho. Son pocas las afortunadas en causar ese impacto.

- Tiene razón – afirmó Alexis al rato.

Estaba sentada en el filo de la banca y con los ojos puestos en el cielo. Tenía hoy la expresión de aburrida, algo decepcionada.

- Es lo habitual en el caso de los equipos femeninos. Nos ven incapaces de afrontar un obstáculo.

Por mucho que la detestara debía darle la razón. A pesar de los espejismos de la igualdad de géneros a ocasión oportuna se notaba con facilidad quién recibía el apoyo y quién era relegado. Por algo existimos aún las feministas, sólo damos equilibrio al universo.

- Olvídenlo. Me desquitaré sutilmente en la próxima edición del periódico, pero ahora no nos amarguemos por su causa. ¿Y si planeamos salir?

Sonia intentó entusiasmarse con la idea, deslumbrando cuanto podía con las reseñas de las últimas películas en exhibición o los descuentos en nuestros almacenes favoritos. No sonaba mal, pero el humor de todas no compaginaba.

- Los chicos están en entrenamiento – le recordó Alexis, cruzando los brazos en señal de desacuerdo -. ¿Con quién iríamos?

No pude evitar llamarle tonta en mi mente. Hablaba como si fuera necesaria una correa y un dueño pasa salir a pasear.

- Espéralos entonces – no aguanté a decir -. Bajo la lluvia por horas y horas, como hacen los perros fieles.

- ¿Qué dijiste?

- Es lo que pareces, con tu actitud.

Su mirada se hizo hostil, más de lo acostumbrado. Para mi sorpresa no se movió de su sitio y en vez de gritos o reclamos me contestó serena:

- Perro… la verdad no. No soy para nada fiel. Me parezco más bien a un gato. Son de admirar por la forma en que sacan provecho de la gente.




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