Mañana te Olvidaré

Capítulo XV

(Narrador)

 

Silencio. Un túnel oscuro cuyas paredes invisibles se achicaban a cada paso hacia delante. Por más que corría, la chica no encontraba la luz aquella de la que todos hablaban: la entrada al otro mundo. La oscuridad era impenetrable, asfixiante, desesperante. Ni los gritos se articulaban en su garganta. Su voz había dejado de existir. Sus propios pensamientos se desmadejaban como hilos sueltos en un carrete. La rodeaba un espacio que se desvanecía dejándola expuesta a la nada, a merced del abismo.

Su salvación era despertar.

La luz blanca apareció finalmente, y sin que sus pies reanudaran la marcha el resplandor fue engrandeciéndose hasta cubrirla por completo. Sus sentidos captaron la imagen de una gran superficie plana, blanca, arriba sobre su cabeza. A lo lejos tintineaba el sonido de alguna máquina.

Tan pronto sus ojos descubrieron las formas de los objetos supo dónde estaba, pero sin recordar el por qué. El dolor que sintió en su cabeza hizo que todo le diera vueltas y su vista se nublara nuevamente. Emitió un quejido sordo, casi inaudible, pero que alertó al chico que estaba recostado en el sofá color marfil situado contra la pared.

- Qué bien, al fin volviste – dijo él con ternura -. ¿Cómo estás?

Ella no lo reconoció. El mundo continuaba fuera de su alcance. Era como estar sumergida y notar como alguien miraba desde la orilla de un lago.

- ¿Vanessa?

Él chico parecía preocupado. Eso le hizo gracia. Era encantador, con un cabello rojo peinado hacia arriba para que los mechones formaran suaves puntas hacia todas direcciones. En el centro de su mirada oscura brillaba una lucecita que iba extinguiéndose con cada pregunta nueva que hacía sin obtener contestación.

- ¡¿Me oyes?! – exclamó, con una gota de sudor frío rodando por su frente -. Llamaré al médico.

Ella estiró la mano para sujetar la manga de su camisa blanca. Apenas la rozó, desorientada en la tercera dimensión y adolorida por la presión del suero que le habían colocado, pero era lo justo para indicar que deseaba que él no se marchara.

Se había enamorado, si es que tal cosa era posible a primera vista. La confusión no le permitía hablar, pero una tenue sonrisa se dibujó en sus pálidos labios.

- Hey, ¿eres tú?

Damian no supo qué hacer. Los ojos de Vanessa relucían de calidez, y toda ella emanaba cierta paz que lo hacía estremecer. Tuvo miedo que fuera un mal augurio.

- ¿Sabes quién soy?

La sonrisa de ella se incrementó. Era una clara negativa.

A causa que fuera, la situación resultaba embriagadoramente agradable para la chica. Quizá murió en verdad y su acompañante era un angel. Pero él se puso triste de repente. No le sentaba la expresión. Conmovía el corazón verlo así.

Su mano derecha, que mantenía a un lado y cerca de él, se estiró de nuevo en busca de un objetivo más elevado. Ya que el angel se había arrodillado ante la cama su mano intentaría alcanzar el roce de su mejilla. Estaba húmeda. ¿Era llanto? ¿Había estado llorando?

- Vanessa… no estás bien. Iré por el médico. Querrán saber que ya despertaste.

- No…

La voz le costó grandes esfuerzos, más aún el impulsarse hacia delante para tomar asiento. El equilibrio le falló y enseguida cayó hacia un lado, apoyándose en Damian que la sostuvo en sus brazos.

- No te levantes.

- E estoy bi- bien… ángel.

El la recostó otra vez, sonriendo levemente a causa de su promoción. De demonio a ángel, no estaba nada mal.

- Así que, ¿no me recuerdas?

Vanessa no respondió.

- Pues, no soy un ángel. Lo cierto es que – Damian sonrió maliciosamente antes de decirlo – soy un príncipe de lejanas tierras que ha parado aquí solamente para llevarte conmigo, princesa. Serás mi esposa algún día.

El ángel era bastante gracioso. Hablaba de cosas que ella no lograba entender. Le construyó con sus palabras palacios con altas torres y hermosísimos jardines poblados de flores. Un paraíso.

- Y lo mejor será tu vestido.

- ¿Ve-vestido?

- Sí. Un elegante vestido blanco de cola larga, complementado con tacones altos elaborados en cristal y cubiertos de diamantes.




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