Mañana te Olvidaré

Capítulo XVII

(Narrador)

 

Los pasillos a esa hora equivalían al dominio de un mutismo ancestral. Cada respiración producía su eco y éste se dispersaba en ondas alrededor, esfumándose más tarde en el aire. Los conserjes no estaban, los demás estudiantes tomaban sus clases y los profesores e inspectores no eran suficientes para controlarlo todo en todo momento. Por ello gran parte del colegio parecía un mausoleo.

Renata entró y salió deliberadamente del baño en aquella esquina desierta del segundo piso, paseándose para medir el peligro. Estaba sola. Frente a ella las escaleras ascendentes emanaban un aura irresistible, llamándola desde su propia imaginación. Se acercó para aferrar las rejas, mirando lejos hasta el otro lado de sus limitantes. Una gruesa y larga cadena antigua daba varias vueltas alrededor del cerrojo, complementado al final por un enorme candado circular. Ver todo ello lo hacía evidente. Nadie subía al tercer piso hace muchos años.

Los ojos de la chica giraron de un lado al otro, posándose de pronto sobre un alambre torcido que colgaba de una de las lámparas. Se estiró para tomarlo e intentó abrir con su ayuda el cerrojo. Desde el pequeño agujero no se veía nada. Era inútil.

Arrojó el alambre y se cruzó de brazos resoplando con fastidio. Entonces se fijó con claridad en la disposición de la puerta enrejada, cuyo borde superior casi suspendía en el aire al estar situada en una estrecha esquina del pasillo, colindando con otra zona del edificio. Teóricamente alguien podría descolgarse y caminar por el filo exterior de la pared, llegando a las escaleras sin necesidad de atravesar los cerrojos.

Se asomó para tantear la distancia, mortal en potencia. Calculábanse quince metros, con suerte, algunos menos. El espacio -pese a- seguía quieto y vacío. Renata se sentó con cuidado en el borde del muro color gris, tratando de no mirar de nuevo hacia el suelo. Se aprestaba a poner el pie derecho en la saliente exterior cuando la halaron con fuerza hacia dentro.

Su mirada se oscureció por la sorpresa. Era Moonray, apareciendo de la nada otra vez. Los ojos le brillaban hoy de tan extraña forma que recordaban los rayos de la luna bañando un estanque.

El movimiento realizado por él para atraerla había sido algo brusco y con tanta fuerza que la dejó sujeta en sus brazos.

- ¿Nuevo intento de suicidio? - preguntó, decepcionado y molesto -. No sientes mínimo respeto por mi oficio. ¿Cómo se supone que te proteja si te pones en peligro a cada instante? No me facilitas la tarea.

Renata se separó, alejándose hasta apoyar la espalda en el pilar de la esquina. Su expresión denotaba frialdad, desalme.

- ¿¡Dónde estuviste la semana pasada!? – exclamó con rabia -. Faltaste cuando te necesitaba, justo cuando en serio podrías haber impedido algo terrible. ¿Esa es tu forma de ser un héroe?

Moonray no se defendió.

- Contesta. ¿Por qué no lo impediste?

- No pude, yo…

El resto de las palabras estaban allí, mas no salieron de su boca. Decir lo siento e inventar excusas no funcionaría. La explicación real no podía darla. La suerte y la vida de la chica rubia le importaban poco, igual que el colegio y el mundo entero. Lo que lamentaba hondamente era causarle a Renata el dolor de ver a su amiga en riesgo. Rememorarlo lo enfurecía. Verse allí, impotente ante la situación, invisible e incapaz de evitar que la tristeza apareciera en aquellos ojos negros que tanto amaba. Verlos apagados le era insoportable, más doloroso que lo que algunos llaman morir.

Su arrepentimiento era legítimo. Se transparentaba en la sola presencia que imponía. Notándolo Renata decidió detenerse. Se asomó por el borde, mirando hacia abajo donde una inspectora acababa de pasar. Los días transcurridos brotaban ahora como un mal sueño del que por fin se despertaba. Una semana completa de vaguedad existencial.

Una semana eterna, sin Anthony, sin Moonray.

¿Sin ambos a la vez? – se preguntó -. ¿Casualidad?

Volteó de súbito, clavando sus ojos inquisidores sobre el héroe enmascarado. El largo cabello color plata era evidentemente distinto al de su compañero, igual que la voz. El tono de la piel se asemejaba levemente. Las sospechas no se esfumaron.

Uniendo cabos, tanto Anthony como Moonray le habían prohibido la investigación de la terraza. Ambos le causaban también cierta sensación de paz, aunque en caso del héroe esto ocurría tan sólo la mitad de las veces. La quizá prueba fehaciente la daban sus oscuros orbes, casi hipnóticos. Esa mirada no era común y ambos la poseían, coincidentemente.




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