Mañana te Olvidaré

Capítulo XIX

(Renata)

 

Me encontré recorriendo el camino a casa con la mirada en el suelo y en compañía de Tomás. Ninguno había dicho palabra en el resto del día, desde que la campana del primer recreo nos permitió dar fin a la entrevista con Paulina. No resultó como esperaba aquella charla. Aún con su severo tono ella me brindó su apoyo al trabajo, estando de acuerdo con el rumbo que decidí. A Tomás tampoco le fue mal, admitiendo incluso que éramos los mejores hasta la fecha. Eso le hizo bien al ego de ambos.

Las razones del silencio y la incomodidad vinieron después y sin que él o yo fuéramos responsables.

- ¿Puedo entrar? – tocó el doctor Linderos la puerta abierta, como un gesto de graciosa educación.

La hora casi terminaba. Tomás y yo nos miramos extrañados. Creímos que la profesora lo sacaría a patadas, ya que se comporta así cuando la interrumpen.

- David, no es el momento más oportuno – dijo sonriente, esforzándose en adicionar reclamo a las palabras -. ¿Qué sucede?

- Sólo es esto – se acercó él, dejando sobre el escritorio un ramo de flores blancas atadas con un listón verde -. No te vi esta mañana así que tuve que venir hasta acá.

- Por unas flores – se quejó ella un poco ruborizada -. Has dejado el consultorio abandonado.

- Oh sí – recordó él inocentemente -. Ya debo irme o la enfermera se volverá loca. Nos vemos, amor.

La escena nos había sido confusa hasta ese momento. Nunca hubiese imaginado que ellos se conocían, pero oír la palabra amor provocó que Tomás y yo exclamáramos un incrédulo “¡¿qué?!”

Paulina y David voltearon a mirarnos, notando apenas que existíamos.

- Mmm… chicos – sonrió él, poniendo una mano en la cabeza de cada uno y desordenándonos el cabello -. Cuídense un poco. No quiero verlos tan seguido en el consultorio. Lo digo en especial por ti, Ocampo.

- Sí – susurró Tomás de mala gana, como si el tema le desagradara.

- Y tú Alvarado… no pongas eso en el libro.

Me quedé helada con su comentario. Había saltado tantos obstáculos esa mañana con tal de no revelar nada comprometedor y ahora el doctor venía y lo echaba todo a perder. Ni siquiera me atreví a mirar a Tomás, pero el fuego que sentí sobre mí me dejó claro de qué manera le había sentado la noticia.

- Ya vete – le dijo Paulina -. Aprende a ser discreto.

El doctor no comprendió eso, solamente hizo caso y se despidió. El timbre sonó poco después, echando yo a correr en el segundo en que pude tomarlo de excusa para desaparecer.

Ahora no tenía lugar donde ir. A la salida Tomás apareció de la nada, apartó a las chicas sin pronunciar sílaba y me tomó de la mano sin que pudiese oponer resistencia. Fue un secuestro a plena luz del mediodía.

Me preguntaba qué continuaría. Desde que tomé mi vida como testimonio el rumbo de mis escritos se tornó incierto, tal como la realidad.

El sol se encontraba en el punto más alto del cielo, entibiando un poco el ambiente que de lo contrario me hubiese parecido demasiado frío. Mis ojos iban fijos en el suelo, recorriendo los detalles del cemento, las líneas blancas en las calles y contando la basura o cualquier otra cosa que viese a mi paso. Traté de entretenerme con eso, pero la suave presión de la mano de Tomás sobre la mía continuaba haciéndome temblar, sudar, desesperar.

Por mi mente corrían diez mil pensamientos brumosos, sin forma, vagando por entre memorias igual de confusas y resquebrajadas. En vano quise acordarme de la última vez que mi mano había sido conducida por la suya. Fui un instante esa niña pequeña y complaciente que él llevaba fija en el corazón, arrastrada como entonces a donde quisiera llevarme.

- Oye…

- Calla – ordenó.

Las palabras se atoraron en mi garganta, atemorizadas por el frío tono en que fueron detenidas. Tomás no se dignaba a verme todavía, manteniendo la mirada en el camino y su brazo estirado entre nuestros cuerpos, como una manera segura de poner suficiente distancia de por medio.

- Exijo saber.

- También yo.

Volví a callarme, negociando su silencio por el mío. Existían tantas cosas que debía explicarle, cosas que posiblemente tenía derecho a saber. Mis secretos eran sobre él, siempre.




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