Manual de una mamá para no rendirse.- Versión mejorada.

Capítulo 2: Escribe un diario y cuéntale cómo estás luchando.

“A veces ríes solo para no llorar”.

Pero hoy ni siquiera pude fingir. El labial barato se me corrió al sonreírle a Gertrudis —esa clienta que convierte cada interacción en un juicio moral— y sentí que no era solo el maquillaje lo que se deshacía. Era la fachada. La armadura. La mentira de que “todo está bajo control”.

—¡María Fernanda! ¿Otra vez sin labios? ¿Es que quieres que los clientes piensen que vendemos pobreza? Mireya me lanzó la pregunta como si fuera una acusación, no un recordatorio.

—Claro, porque el brillo de labios es lo que hará que nuestras ventas se disparen, ¿verdad? Le respondí con sarcasmo, pero por dentro me derrumbaba. Porque sí. Quiero que piensen que no soy pobre. Quiero que piensen que tengo control. Que no estoy contando monedas para decidir entre gas o transporte. Que no me despierto a las 4:37 am con el corazón en la garganta porque Jimena soñó con un pato heladero y yo no sé si podré pagarle los útiles del colegio.

"Mi trabajo no es terrible. Tampoco es bueno. Está cómodamente ubicado en esa zona gris entre 'aceptable' y 'si me despiden, ¿cómo pago la luz?'".

Pero hoy, esa zona gris se sintió como una trampa. Porque mientras atendía a una clienta que preguntaba si el rímel le daría “menos cara de madre”, vi el reflejo de mi propia vida en el espejo del probador: una mujer que se disfraza de funcionar… pero que por dentro se está deshilachando.

Y en medio del caos, como un grito silencioso, surgió el recuerdo del cuaderno rojo . Ese cuaderno escondido en la mesita de noche, donde guardo mi sueño más vulnerable: abrir una cafetería-librería. Un lugar donde las madres puedan tomarse cinco minutos para sí mismas. Donde los niños tengan una esquina para leer y pintar mientras las mamás respiran… y no solo sobreviven.

Lo imagino todo el tiempo. Casi puedo oler el café y el pan recién horneado. Oír las risas suaves de madres que, por un momento, no sienten culpa .

Pero entonces Mireya gritó: —¡María Fernanda! ¿Podrías dejar de soñar despierta y atender al cliente con cara de insulto?

Y la fantasía se quebró. Como siempre.

“¿Has tenido un trabajo que te mantiene con vida… pero irónicamente no te hace sentir viva?”

Si. Y lo peor no es el trabajo. Es que cada vez que abro ese cuaderno rojo, siento que traiciono a Jimena . Porque soñar con algo mío implica elegir entre su estabilidad y mi deseo de existir más allá de la supervivencia . ¿Y si fracasó? ¿Y si invierno lo poco que tengo en un sueño y pierdo el techo sobre nuestras cabezas? ¿Y si descubres que no merezco algo tan hermoso?

"Un sueño guardado no es un sueño perdido. Es solo un sueño esperando."

Pero ¿esperando qué? ¿A que el universo me regala un milagro? ¿A que alguien me diga: “Adelante, tú puedes”? No. El sueño espera a que yo decida arriesgar lo poco que tengo… por la posibilidad de que valga la pena.

Y ese duelo. Porque la superación no es un regalo. Es una responsabilidad. Y yo ya carga con demasiados.

Mientras atendía a una clienta que parecía interesada en todo, me lanzó una mirada cómplice. —Sabes, ¿quieres? Hay formas más fáciles de ganar dinero que vendiendo cosméticos —dijo con una sonrisa enigmática—. Te podría ayudar a encontrar algo… mejor.

Sentí un escalofrío. No por la oferta. Sino porque una parte de mí quiso decir que sí . Porque la tentación no era el dinero fácil. Era dejar de luchar . Dejar de soñar con algo limpio, honesto, mío… y aceptar que tal vez no soy lo suficientemente fuerte para construirlo .

—No estoy interesada en ese tipo de “oportunidades”. Mi voz fue firme. Pero mi corazón latía como si supiera que decir no al atajo también era decir sí al camino más solitario, más incierto, más mío .

Cuando se fue, me quedó paralizada. No por el miedo a perder una oportunidad. Sino por el terror de descubrir que, si elijo mi sueño, tendré que demostrar que merezco vivirlo .

“Tu insatisfacción es una brújula. Úsala.”

Hoy aprendí que la insatisfacción no es un problema; es un mapa. Pero los mapas no garantizan que llegarás a tu destino. Solo te muestra por dónde empezar a caminar… incluso si el suelo se siente inestable .

Y entonces, en un rincón oscuro de la trastienda, abrí el cuaderno rojo. Solo unos segundos. El tiempo justo para ver mis anotaciones, mis bocetos, mis frases garabateadas como promesas:

"Un café puede salvar un día. Y un abrazo, una vida".

Pero esta vez, no me consoló. Me desafió. Porque si un café puede salvar un día… ¿estoy dispuesto a construir el lugar donde ese café se sirva? ¿Aunque me tiemble la mano? ¿Aunque tema que no sea suficiente? ¿Aún que tenga que enfrentar el miedo a merecerlo ?

"Los sueños no necesitan luz. Solo un poco de valentía."

Pero la valentía no es la ausencia de miedo. Es actuar a pesar de saber que podrías fallar… y que ese fracaso dolerá más porque será tuyo .




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