Manual de una mamá para no rendirse.- Versión mejorada.

Capítulo 12: Flashback – María Fernanda embarazada

“No elegiste el abandono. Pero sí elegiste cómo cargar con él… y a veces, eso duele más que la partida misma.”

No elegí ser madre soltera.
Pero desde ese día, decidí que nunca más dependería de nadie para sobrevivir.
Fue una promesa hecha con uñas rotas y café frío.
Una promesa que me salvó…
y que ahora me encadena.

Era invierno.
Uno de esos fríos que no se siente en la piel, sino en los huesos.
Tenía veintiséis años, estaba embarazada de cinco meses y, por primera vez en mi vida, había decidido usar pantalones anchos todo el año.
No por moda.
Por miedo.
Miedo a que alguien notara que mi cuerpo ya no era mío…
y que el hombre que juró amarme ya no estaba.

“Él se llamaba Andrés. Y su ausencia no fue un silencio. Fue un vacío que aprendí a llenar con trabajo, con rabia, con la certeza de que nunca más confiaría en una promesa dicha con los ojos.”

Me dijo “te quiero” mientras yo le contaba que estaba embarazada.
Y luego “no estoy listo” cuando terminé de decirlo.
Tres semanas después, publicó una foto en Tailandia con su nueva novia, comiendo insectos y besándose bajo palmeras.
Yo, en cambio, estaba en un apartamento vacío, con una cuenta bancaria que más parecía un chiste triste y un sofá que olía a lágrimas secas.

“El amor puede romperse. Pero tú no tienes que hacerlo con él… aunque a veces, sin darte cuenta, lo haces.”

Todo empezó lindo.
Demasiado lindo.
Cafés compartidos.
Risas en la cocina.
Planos de futuro escritos en servilletas.
Yo soñaba con viajar, escribir, tener un pequeño estudio de edición literaria.
Él quería hacer aplicaciones, ganar dinero rápido, mudarse a Silicon Valley.

Y cuando dije “estoy embarazada”,
el silencio fue tan largo que pude oír cómo se me rompía el corazón.

“Perdí mi trabajo en la editorial porque necesitaban a alguien ‘más flexible’.
Perdí amistades que no entendían por qué ya no salía los fines de semana.
Perdí la ilusión de una familia tradicional.
Pero lo que más me duele no es lo que perdí…
es lo que construí con lo que me quedó: una fortaleza hecha de miedo.”

🔥 La promesa no fue un acto de valentía. Fue una prisión

Fue una noche cualquiera.
Estaba sola.
Jimena aún no tenía nombre.
Solo pataditas dentro de mí.

Me senté en el suelo de mi apartamento, rodeada de paquetes de galletas vacíos, un termo de té frío y una carta que nunca enviaría.
La escribí igual.

“Querida futura hija mía,
Hoy aprendí algo importante: no puedes depender de nadie más que de ti misma.
Tu papá decidió que no quería esto. Ni a ti, ni a mí, ni a nuestra vida juntos.
Y aunque duele, no voy a odiarlo por eso.
Voy a aprender de ello.
Voy a ser fuerte.
Te voy a criar con amor.
Y jamás, jamás, permitiré que otra persona decida mi felicidad por mí.
Porque tú y yo vamos a estar bien.
Porque somos suficientes.”

Guardé esa carta en una caja de zapatos junto con su primer vestidito.
Una caja que desde entonces llamo: “El cofre de las promesas”.

Pero hoy, años después, entiendo algo que no vi entonces:

esa promesa no fue libertad. Fue una jaula.
Porque construí mi vida no desde el deseo…
sino desde el miedo a ser abandonada de nuevo.

💀 El pasado no está enterrado. Está en cada decisión que tomo hoy

Cuando Juan Carlos me ofreció su casa,
cuando Mercedes me abrió su garaje,
cuando Yolanda me dio sus estantes…
no sentí gratitud.
Sentí vergüenza.

Porque aceptar su ayuda significaba romper la promesa.
Significaba admitir que no soy suficiente sola.
Y eso, para la mujer que juró nunca más depender de nadie,
duele más que cualquier desalojo.

“¿Y si sigo construyendo mi vida desde el miedo a ser abandonada?
¿Y si cada logro que celebro está teñido por la certeza de que, si confío, volverán a irse?”

Jimena me mira con ojos que ya saben más de lo que debería saber una niña.
Y a veces, cuando me abraza, siento que no me está consolando…
me está sosteniendo.

Y eso me aterra.
Porque si mi hija ya siente que debe protegerme,
entonces he fallado como madre.

🩸 El cuerpo delata la tensión interna

Aún hoy, cuando alguien me dice “cuenta conmigo”,
mi estómago se cierra.
Mis manos sudan.
Mi mente repite:

“No te fíes. No te fíes. No te fíes.”

Porque el abandono no fue un evento.
Fue una lección.
Y la lección se me metió en la sangre,
en los huesos,
en la forma en que duermo con un ojo abierto
y en cómo amo con las puertas cerradas.

🔚 Conclusión emocional (sin alivio)

No hay redención aquí.
Solo una mujer que sigue cargando con una promesa hecha en la desesperación.
Una promesa que la salvó…
y que ahora la impide confiar.

Porque el mayor miedo no es volver a ser abandonada.
Es descubrir que, al construir mi vida desde el miedo,
ya me abandoné a mí misma
.

“Hoy aprendí que el abandono no define tu valor.
Pero sí define cómo te relacionas con el mundo.
Y si no rompes la promesa que te hiciste en la oscuridad,
nunca sabrás qué se siente construir desde el deseo…
y no desde el miedo.”




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.