Manual de una mamá para no rendirse.- Versión mejorada.

Capítulo 18: "Empieza sin saber cómo. El cómo vendrá mientras caminas."

“Emprender no es un acto de fe. Es un acto de desesperación disfrazado de valentía.”

Decidí hacerlo un miércoles.
No por estrategia.
Por agotamiento.

Los lunes eran demasiado esperanzadores.
Los viernes, demasiado cargados de promesas incumplidas.
Pero los miércoles…
los miércoles eran el fondo del pozo.
Y en el fondo, ya no tenía nada que perder.

“Hoy tengo que aprender sobre ‘proyección de ingresos’.”
No significa “esperanza con cálculos”. Pero debería.

Una de mis ventanas de Google tenía:

“Cómo abrir una cafetería sin tener ni idea de contabilidad.”

No tenía dinero.
No tenía experiencia.
No tenía un solo cliente seguro.

Pero sí tenía un sueño que ya no podía guardar en el cuaderno rojo.
Un lugar donde las madres pudieran sentarse, respirar, tomar un café decente y sentirse humanas otra vez.
Donde el ruido fuera risas infantiles, no gritos desesperados.
Donde pudiera llorar sin disimularlo.
Donde me abrazaran sin preguntarme por qué lo necesitaba tanto.

“Pero ¿y si fracaso con lo que me regalaron?
¿Y si descubren que no soy digna de su confianza?
¿Y si, al verme en la caída, ya no me ven como mujer… sino como carga?”

🔥 La primera venta no es un triunfo. Es una exposición

Carla llegó con entusiasmo, dos tazas de espresso y una carpeta titulada:

“PLAN BÁSICO PARA MARÍA FERNANDA Y SU SUEÑO CAÓTICAMENTE FEMENINO.”

—Mira esto —dijo, abriendo su portátil—. He estado investigando modelos de negocio.
—¿Y?
—Bueno... hay algo llamado “proyección de ingresos”. Yo le puse “esperanza con cálculos”.

Jimena, desde el sofá, levantó la mirada:
—¿Significa que vamos a tener un lugar con juguetes y galletas gratis?
—Exactamente —dijo Carla—. Ese es nuestro público objetivo.
—Entonces ¡ya somos socias!

Aprendí que empezar algo propio es como criar a un niño:
tienes que alimentarlo, cuidarlo, darle cariño…
y a veces gritarle internamente cuando no hace lo que debería.
Pero también te enamoras de cada pequeño progreso.

“Pero ¿y si este progreso es solo una ilusión?
¿Y si, al exponer mi sueño, expongo mi caída?”

💀 Andrés no es un visitante. Es un espejo de mi mayor miedo

La jornada en la placita del barrio empezó con caos.
Carla con su cartel.
Juan Carlos con libros infantiles y Kafka.
Yo con miedo y un delantal manchado de yogur.

Montamos la manta, pusimos las tazas, desplegamos el cartel hecho a mano:

“CAFÉ Y TRIBU: Prohibido juzgar, permitido llorar.”

Una señora mayor se acercó:
—¿Esto es gratis?
—Gratis como el amor de madre después de un buen día de colegio.
Pero necesito una historia a cambio. Una honesta.
Puede incluir llanto, divorcio o gatos.

Se sirvió café.
Me contó de su gato.
Me contó que no hablaba con su hija desde el parto del nieto.
La abracé.
Ella me abrazó.
Y así, entre chispas eléctricas y migas de galleta, nació la primera conexión humana del día.

“Pero ¿y si alguien me ve?
¿Y si me reconoce?
¿Y si descubre que mi sueño nace de mi caída?”

Justo cuando empezaba a sentirme invencible,
apareció alguien que no esperábamos.
Alguien con un portapapeles, lentes oscuros y una expresión que gritaba:

“Licencias municipales. Papelitos. Multas.”

Y entonces lo vi.
Me congelé.
No por el uniforme.
Ni por el portapapeles.
Por esa forma de mirar.
Como si nunca se hubiera ido.

Mi ex.
El padre biológico de Jimena.
El mismísimo.
Con papeles, autoridad y una sonrisa que decía:

“Te voy a cerrar este circo ambulante hoy mismo.”

“¿Y si me ve en la caída?
¿Y si descubre que no soy suficiente?
¿Y si, al verme así, Jimena aprende que su madre no puede sostenerlo todo?”

🩸 El cuerpo delata la tensión interna

—Hola, María Fernanda —dijo—. ¿Me das una taza de café... antes de ponerme una multa?

Quise tirarle el termo por la cabeza.
Pero elegí la sonrisa más falsa del hemisferio sur.
—Hola, Andrés. ¿Te parece si hablamos en privado?

Juan Carlos se acercó con ese paso silencioso de los que saben que algo huele mal.
—¿Todo bien?
—Perfectamente —respondí—. Solo asuntos de... electricidad emocional no resuelta.

Andrés miró a Juan Carlos.
Juan Carlos miró a Andrés.
Kafka se puso entre ellos, como diciendo:

“Un paso más y te muerdo el ego.”

—No vine a hacer problemas —dijo Andrés—. Pero alguien del municipio envió una denuncia anónima sobre actividad comercial no registrada en el espacio público.
—¿Y esa “persona anónima” no tendrá tu número guardado como “Amor con alergia al compromiso”?

Él quiso hacerse el serio.
Juan Carlos carraspeó.
Carla apareció por detrás como si la hubieran invocado con un conjuro feminista.
—¿Estás molestando a mi socia?

Andrés, muy valiente él, reculó un paso.
—Solo estoy cumpliendo con mi trabajo. Pero si quieren hacerlo bien, deben registrar el evento, presentar permiso de ocupación y pagar la tasa correspondiente.
—Perfecto. Dame los formularios.
Dije eso como si supiera lo que era un formulario.
Como si “formulario” no me diera sarpullido administrativo.

Andrés parecía confundido.
Esperaba llanto.
Súplica.
Caos.
Pero yo no iba a regalarle ni un parpadeo tembloroso.

“Porque si me ve débil, Jimena aprenderá que la fortaleza es una mentira.”

🔚 Conclusión emocional (sin alivio)




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