Manual de una mamá para no rendirse.- Versión mejorada.

Capítulo 31: Ninguna madre está destinada a jugar sola. Busca tu equipo.

“Una tribu no se forma porque alguien lo anuncia. Se construye con heridas compartidas, palabras que duelen antes de sanar, y puertas que se cierran… y vuelven a abrirse.”

Era una mañana lluviosa.
El tipo de día que invita a quedarse bajo las sábanas, envuelta en café y pensamientos demasiado grandes para resolver antes del segundo espresso.

Pero ahí estábamos.
Las cinco. O seis, contando a Carla con su bebé dormido al hombro.

No habíamos planeado reunirnos.
No había agenda.
Ni siquiera teníamos un menú completo en la cocina del café.

Pero alguien había traído galletas.
Otra, té.
Y otra, solo silencio comprensivo.

Sentadas en torno a la mesa más grande, rodeadas de tazas medio vacías y risas intermitentes, entendí algo:

La tribu ya estaba formada.

Pero no como un cuento.
Como una cicatriz viva.

🔥 La verdadera tensión no está en el exterior. Está en lo que callamos

No todos los días eran de abrazos.
Hubo momentos en que alguien llegó cargada de lágrimas y salió con reproches.
Hubo días en que Carla y yo discutimos por cómo manejar las finanzas.

—Que sí, que no, que esto no era gratis, que ella tampoco tenía mucho, que no quería sentirse dependiente, que yo tampoco podía sostenerlo todo.

Ángela limpiaba migas invisibles de la mesa mientras hablaba, con la voz baja pero firme:

—Yo vine buscando trabajo. Me quedé por el abrazo que no sabía que necesitaba. Pero también me quedé por orgullo. Porque no quería volver a casa sola. Ni tener que explicarle a mis hijos por qué mamá volvió a fallar.

Carla asintió, ajustándose al bebé en el pecho:

—Yo vine porque no podía pagar la guardería. Me fui con una red de apoyo… y con culpa. Por dejar a mi hijo con desconocidos. Por no poder hacerlo sola.

Laura, siempre con sus cuadernos llenos de ideas, bajó la mirada:

—Yo vine buscando clientes. Me encontré con personas reales. Con historias que no querían venderse. Pero también aprendí que no todas las mujeres son buenas. Que algunas usan el dolor ajeno como moneda. Que incluso en una tribu, hay quienes vienen a robar energía… y no a compartirla.

Y luego estaba Mercedes, quien desde el principio nos abrió su garaje:

—Yo vine porque no quería seguir sola. Ahora no puedo imaginar mi vida sin este caos organizado. Pero también sé que no soy fácil. Que a veces soy distante. Que otras estoy demasiado presente. Que no tengo que ser perfecta… pero sí honesta.

Ninguna era perfecta.
Ninguna tenía todas las respuestas.
Algunas veces discutíamos.
Hubo malentendidos.
Incluso hubo días en que alguien no apareció…
o en que llegaba cargada de lágrimas y frustraciones.

Pero siempre estábamos allí.
Porque eso es una tribu: un lugar donde puedes ser imperfecta… y aún así pertenecer.

💀 Jimena no juega. Observa. Y a veces, ve lo que nosotras no queremos ver

Jimena entró corriendo, con Kafka tras ella, ladrando como siempre.

—¡Mamá! ¡Ya dibujé nuestra casa nueva!

Me entregó el papel.
Era un dibujo colorido, desordenado, feliz.
Una gran casa con muchas ventanas…
y una puerta enorme, abierta de par en par.

—¿Ves? —me dijo—. Esta es nuestra tribu.

Y sí.
Tenía razón.

Porque una tribu no se construye con planos perfectos.
Se construye con paciencia, con gestos pequeños… y con quienes no te dejan atrás.

Incluso en los días en que alguna se equivoca.
Incluso en los días en que el café se acaba antes de tiempo.
Incluso en los días en que nadie habla, pero todos están presentes.

🩸 El cuerpo ya no delata la tensión. Delata la pertenencia

Esa mañana, mientras la lluvia golpeaba suavemente el techo del café, entendí algo que llevaría escrito en el alma por mucho tiempo:

No estamos solas. Solo tenemos que recordarlo.

Ya no me preguntaba si era suficiente.
Ya no contaba monedas para decidir entre gas y pan.
Ya no veía el mundo como un hoyo.

Veía un terreno que estaba aprendiendo a caminar.
Y en ese terreno, había raíces.
Raíces hechas de conflictos resueltos, heridas compartidas y la decisión consciente de quedarse.

Porque la verdadera fuerza no es la armonía perfecta.
Es la capacidad de sostenerse… incluso cuando duele.




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