Manual de una mamá para no rendirse.- Versión mejorada.

Capítulo 14.7: ¿Puedo dibujar otra vez nuestra casa?

“Los niños no dibujan recuerdos. Dibujan posibilidades… y a veces, las heridas que no saben nombrar.”

El sol de la tarde se colaba por las ventanas del café, pintando rayas doradas sobre la madera gastada de la mesa central. Era uno de esos días donde todo parecía detenerse: los pájaros cantaban más fuerte, el viento soplaba con cuidado, y hasta Kafka, el perro de Juan Carlos, dormía sin inmutarse.

Pero la calma era una ilusión.
Porque Jimena estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y una expresión concentrada que le daba un aire casi solemne. Tenía el bloque de hojas sobre las rodillas, las crayolas esparcidas como si fueran planetas, y los ojos brillantes de esa mezcla rara entre inocencia y determinación.

—Mamá —dijo sin levantar la vista—, ¿puedo dibujar otra vez nuestra casa?

María Fernanda sintió un nudo en la garganta.
No por la pregunta.
Por lo que implicaba.

Porque cada vez que Jimena dibujaba una casa, estaba reconstruyendo lo que yo no pude sostener.

“No es un juego. Es un diagnóstico.”

—Claro que sí —respondió, forzando una voz ligera—. Pero esta vez, hazla tan grande como quieras. Quepan todos los que han sido parte de nosotros.

Jimena asintió con seriedad. Empezó a trazar líneas rápidas, seguras, como si ya tuviera el plano completo en su mente. María Fernanda observaba desde atrás, bebiendo su té, viendo cómo la imaginación de su hija construía algo nuevo, algo que no existía… pero que, de alguna manera, ya estaba ahí.

La casa tenía un jardín enorme. Una columbia gigante. Una habitación solo para muñecas (con Lola en el centro). Y, por supuesto, un espacio para el café.

—Aquí está Juan Carlos —señaló Jimena, dibujando una figura alta con una gorra—. Y aquí está Kafka, durmiendo bajo la mesa. Y aquí estás vos. Y aquí estoy yo. Y aquí también está el café.

María Fernanda sintió un nudo en la garganta. No dijo nada. Solo apretó los labios y tragó saliva, como quien intenta contener una emoción que no quiere salir aún.

🔥 El dibujo no es fantasía. Es confesión

—¿Y papá? —preguntó después, con voz tranquila, aunque adentro todo temblaba un poco.

Jimena lo pensó unos segundos. Luego dibujó una figura al lado de la casa, pero no dentro.

—Él viene a visitar —dijo simplemente—. Pero vive en otro lugar.

María Fernanda asintió. No se necesitaban más explicaciones. La sabiduría infantil tiene una forma limpia de decir las cosas: sin culpas, sin dramas, sin historias mal contadas.

Pero en ese gesto —en esa figura fuera de la casa— María Fernanda vio lo que más temía:

su hija ya entendía que algunas personas no pertenecen al refugio… solo pasan por él.

Y eso no era inocencia.
Era aprendizaje forzado.

💀 La verdadera tensión no está en el dibujo. Está en lo que revela

—¿Crees que podamos invitar a algunas amigas del colegio acá? —preguntó Jimena, mientras terminaba de colorear el cielo.

—Por supuesto —contestó María Fernanda—. Este lugar es para compartirlo. Para que otros también encuentren un pedazo de hogar.

Jimena levantó la mirada. Sonreía con los ojos, como siempre que estaba feliz de verdad.

—Entonces vamos a hacer muchas galletas. Y vamos a tener muchos colores para que puedan pintar también.

María Fernanda se sentó junto a ella, pasó un brazo por sus hombros y la atrajo hacia sí. Juntas observaron el dibujo: una casa hecha de crayones, de risas, de paciencia, de decisiones difíciles y de amor recompuesto.

Ninguna era perfecta.
Pero era real.
Y eso, para ellas, era suficiente.

Pero “suficiente” duele cuando sabés que tu hija tuvo que aprender a construir un hogar… porque el tuyo se derrumbó.

🩸 El cuerpo delata la tensión interna

Esa noche, mientras Jimena dormía con Lola abrazada, María Fernanda abrió el cuaderno rojo.
No escribió sueños.
Escribió confesiones:

“Hoy aprendí que los dibujos de mi hija no son fantasías. Son mapas de mi caída.
Cada ventana que dibuja es una grieta que intenta tapar.
Cada figura que incluye es alguien que cree que puede salvarnos.
Y cada persona que deja fuera… es alguien que ya aprendió a no esperar.”

“No quiero que mi hija sea tan sabia.
Quiero que sea niña.
Pero ya no puede.
Porque yo no pude protegerla del mundo…
y ahora ella construye refugios con crayones.”

🔚 Conclusión emocional (sin alivio)

No hay redención aquí.
Solo una madre que ve en los dibujos de su hija la prueba de que su caída ya tiene testigo.

Y eso duele más que cualquier factura, cualquier desalojo, cualquier traición.

Porque la verdadera pobreza no es la falta de techo.
Es la incapacidad de ofrecer inocencia a quien más te necesita.

“Hoy aprendí que los niños no necesitan entender cada palabra para comprender cada herida.
Y que a veces, cuando creemos que escondemos nuestras tristezas,
ellos ya las tienen archivadas en sus cuadernos invisibles.”




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