“Algunas historias no necesitan cámaras. Solo recuerdos bordados en la piel… y cicatrices que aún sangran.”
Estábamos en el garaje, entre blusas colgadas con ganchos prestados y bolsas de ropa que parecían contener más historias que telas. El sol de la tarde se colaba por la puerta entreabierta, iluminando el polvo suspendido como si el tiempo mismo estuviera arrepentido de pasar.
Yolanda me lo dijo sin maquillaje.
No en la cara.
En la voz.
Esa voz que no pedía permiso para doler.
—¿Te cuento algo? —preguntó, como si ya supiera que iba a decirlo, con o sin mi respuesta.
Yo asentí.
No por curiosidad.
Por culpa.
Porque cada prenda que vendía llevaba el eco de alguien como ella…
y yo las convertía en monedas.
“Tu ropa puede estar rota, pero tu dignidad solo necesita ser recordada para seguir intacta.”
—No tengo fotos de esa época —dijo, con una calma que dolía más que un grito—. Porque no había con qué. Ni cámara, ni celular, ni nadie que creyera que yo merecía ser recordada.
Me quedé quieta.
No por respeto.
Por miedo.
Porque sentí que, al escucharla, también me estaba viendo a mí misma:
una mujer que vende historias ajenas para no caer.
—Mi hijo tenía semanas de nacido. Yo tenía un colchón flaco, una maleta con ropa prestada, y una promesa que repetía como oración: “Vamos a estar bien, hijito.”
Trabajaba de noche en un minisúper. Esos que huelen a gas viejo y leche cortada. El turno que nadie quería. El de los borrachos y las balas perdidas. Me lo dieron a mí, claro. Total, nadie me esperaba en casa.
Se acarició una muñeca como si le doliera el recuerdo.
Y yo sentí el peso de cada prenda que había vendido.
Cada blusa donada.
Cada zapato usado.
Todo eso no era mercancía.
Era dignidad disfrazada de tela.
—Tenía una sola camisa decente. Azul claro, con un bordado en el cuello que decía “Yola”. Me la ponía todas las noches, aunque a veces seguía mojada del lavado. La lavaba en el lavamanos. Con jabón que usaba también para bañar al niño. Esa camisa me sostenía, Fer. No era bonita, pero me hacía sentir… visible. No invisible como la mayoría de los días.
“A veces, una empanada caliente puede ser el primer paso hacia algo propio… y la primera traición a tu orgullo.”
Miró hacia la puerta abierta del garaje, como si allá a lo lejos todavía viviera esa mujer con el delantal húmedo y los sueños colgados como ropa sin secar.
—¿Sabes cómo empecé a salir de eso? Un día, una clienta me dejó cinco empanadas como propina. Me dijo: “Si te gustan, vendo más. O vendelas tú.”
Y las vendí. En el minisúper, luego en la esquina del hospital. Nadie me preguntó por mi pasado. Solo si estaban calientes. La comida no pide referencias.
Yo sonreí.
Pero por dentro, me estremecí.
Porque yo también estaba vendiendo lo que otros regalaban.
Y cada venta me recordaba que no tenía nada mío que ofrecer.
—Un día me compré otro uniforme. Luego un delantal. Lo bordé con mis iniciales. Una mano. Fue la primera vez que me sentí dueña de algo mío. De mí.
La miré.
No como se mira a una heroína.
Sino como se mira a una hermana que caminó el mismo pantano…
y salió con las botas llenas de lodo.
“Las cosas rotas también tienen derecho a ser mostradas. Sobre todo, si sobrevivieron.”
Entonces sucedió algo inesperado.
Fue hacia una bolsa, revolvió entre telas viejas y sacó una camisa azul.
Rota en el cuello.
El bordado casi borrado.
—Esta era.
—¿Me la estás mostrando o me la estás regalando? —le pregunté, tocándola como si fuera una reliquia.
—Las dos cosas. No la vendas. Colgala aquí. Donde todas vean lo que sobrevive.
La colgué.
No como mercadería.
Como estandarte.
Como bandera de las que no se rinden.
De las que lavan su única camisa y aún así, salen a la calle con la frente sucia pero en alto.
Pero al colgarla, sentí un nudo en la garganta.
Porque yo no la merecía.
Yo la convertiría en fondo de pantalla para vender otras prendas.
Yo la usaría como decoración para mi supervivencia.
“Hoy aprendí que algunas historias no se escriben con tinta, sino con jabón barato y telas húmedas. Hay mujeres que no tienen fotos de su pasado, pero sí delantales con bordado propio. Escucha a esas mujeres. Son bibliotecas sin estantes… y yo soy solo una ladrona de sus páginas.”
Editado: 10.10.2025