“Los niños no necesitan entender tu dolor para sentirlo. Solo necesitan verte fingir que estás bien.”
No me gusta cuando mamá habla en susurros por teléfono.
Porque siempre lo hace cuando cree que estoy dormida.
Pero yo no estoy dormida.
Estoy practicando cómo hacerme la dormida.
Eso lo aprendí sola.
Lo de quedarme quieta.
No te muevas ni un dedo, ni siquiera cuando me pica la pierna.
Yo aguanto.
Porque a veces es mejor no interrumpir.
Mamá se sienta en el sillón.
Y habla bajito, como si sus palabras fueran frágiles.
Dice cosas como “no llego al jueves” o “ya no sé qué más inventar”.
Y a veces, se queda callada.
Solo se le mueve el pecho como cuando se agita el agua en una botella tapada.
“Las mamás lloran hacia adentro. Pero eso no significa que no duelan.”
Yo no entiendo todo lo que dice.
Pero entiendo lo que le pasa.
Porque las mamás, cuando están tristes, no lloran como los niños.
Lloran para adentro.
Como si tuvieran un charco en el estómago.
Un día quise decirle que no me importaba no ir a la excursión.
Que no era tan grave.
Pero no me animé.
Porque si lo decía, ella iba a saber que yo sabía.
Y entonces se iba a sentir peor.
Porque las mamás creen que pueden engañarte con sonrisas,
pero no saben que una aprende a leer la tristeza en sus espaldas.
Yo también escucho cuando dice “no puedo más”.
Y pienso:
“Yo tampoco puedo más de verla así.”
A veces dibujo cosas feas solo para que me mire y me diga que qué raro dibujo.
Porque cuando me mira, se le olvida que está triste.
🔥 El cuaderno secreto no es un refugio. Es un archivo de la caída
Tengo un cuaderno secreto.
Ahí anoto las cosas que no le digo.
Escribo en mayúsculas para que parezca más importante.
Hoy escribí esto:
“CUANDO SEA GRANDE VOY A SER RICA Y COMPRARLE UNA CASA A MAMÁ
PARA QUE NO TENGA QUE LLORAR EN LA COCINA NUNCA MÁS.”
Y después dibujé un corazón.
Con dos camas y dos tazas de café adentro.
No es un dibujo bonito.
Es una promesa.
Una promesa hecha con miedo.
Porque si no la cumplo, ¿quién va a salvarla?
💀 La inocencia no se pierde con un trauma. Se pierde con la vigilancia constante
Ayer, en el colegio, la maestra nos pidió que dibujáramos “mi familia feliz”.
Todos dibujaron papás, mamás, hermanos, perros.
Yo dibujé a mamá, a mí, y a Kafka.
Nada más.
La maestra me preguntó:
—¿Y tu papá?
—Él no vive aquí —dije.
—Pero podrías dibujarlo igual.
—No. Porque no está.
No mentí.
Solo dije la verdad.
Pero la verdad duele más cuando la dice una niña.
En casa, mamá vio el dibujo.
No dijo nada.
Solo me abrazó.
Pero su abrazo tenía el peso de la culpa.
Y yo supe que, otra vez, había recordado algo que ella quería olvidar.
🩸 El cuerpo de Jimena delata lo que la mente calla
No duermo bien.
Me despierto cuando mamá llora en silencio.
Cuando susurra al teléfono con la voz quebrada.
Cuando se queda mirando el techo como si las grietas le contaran algo que yo no puedo oír.
Entonces me levanto.
Voy a la cocina.
Me siento en la silla más pequeña.
Y espero.
No para que me vea.
Sino para que sepa que no está sola.
Pero nunca se da cuenta.
O tal vez sí.
Y finge que no.
🔚 Conclusión emocional (sin alivio)
Jimena no es una niña feliz.
Es una niña que vigila.
Que absorbe.
Que guarda lo que su madre no puede decir.
Y cada dibujo, cada palabra en su cuaderno secreto,
es una prueba de que la caída de María Fernanda ya tiene testigo.
No hay redención aquí.
Solo una niña que ha aprendido demasiado pronto
que el amor también duele…
porque obliga a elegir entre proteger a tu madre
o proteger tu propia infancia.
“Hoy aprendí que los niños no necesitan entender cada palabra para comprender cada herida.
Y que a veces, cuando creemos que escondemos nuestras tristezas,
ellos ya las tienen archivadas en sus cuadernos invisibles.”
Editado: 10.10.2025