Capitulo 55: “No todas las promesas vienen en anillo”
Capítulo 55: “No todas las promesas vienen en anillo”
“Amo a los hombres que me hacen sentir que soy más yo misma, no menos.” — Anaïs Nin, Diarios
A veces, cuando el ruido de las facturas se calla, empieza otro tipo de silencio. Más profundo. Más incómodo. No es el silencio de la deuda, sino el de la pregunta que no sabías que llevabas dentro: ¿Y ahora… quién cuida de mí?
El café ya no huele a emergencia. Huele a canela, a pan lento, a risas que no se apagan con el timbre del colegio. Jimena duerme tranquila. Ángela le canta canciones de su infancia en un dialecto que nadie entiende pero todos sienten. Kafka ronca como si supiera que ya no hay que vigilar la puerta. Y yo… yo miro el techo a las 3:17 a.m., con las manos quietas por primera vez en años, y me doy cuenta de que ya no tengo excusas para no sentir.
No necesito un hombre para pagar el alquiler. Pero sí necesito saber si aún merezco que alguien me mire como si yo fuera el milagro, no el problema.
Juan Carlos se fue con suavidad, como quien cierra una puerta que ya no se usa, pero sin echar llave. Roxana lo abrazó como si supiera que él también necesitaba un refugio. Y yo… yo no los envidié. Solo sentí un hueco. Pequeño. Limpio. Como el espacio que deja una herida cuando por fin deja de supurar.
Hoy, en el grupo de WhatsApp de la tribu, Carla escribió:
“Chicas, ¿alguien conoce a un hombre decente? No necesito príncipe. Solo alguien que no mienta con los ojos.”
Y todas respondimos con emojis de fuego, pero yo fui la única que no escribió nada. Porque ya no quiero un hombre que me salve. Quiero uno que me vea construir… y no se asuste.
Porque un buen esposo —si es que existe— no te da un techo. Te hace sentir que ya estás en casa, incluso cuando estás perdida.
Y eso… eso no se encuentra en una app. Se cultiva. Se prueba. Se elige, una y otra vez, con los pies en la tierra y el corazón sin candado.
Pero Dios mío, qué miedo da elegir mal otra vez. Qué miedo equivocarme y que esta vez no sea solo mi caída… sino la de todo lo que he levantado con uñas, lágrimas y café frío.
La señal de un buen hombre no es que te prometa el mundo. Es que no te exija que te hagas más pequeña para caber en su vida. No busques un esposo. Busca un compañero. Uno que no tema tu luz… porque ya no estás dispuesta a apagarla por nadie.
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