Manual para arruinar la boda de tu ex

Capítulo 3

Llego al café Dior en diez minutos. Tal y como dijo Mia.

Tomo asiento y rebusco mis cosas. La carpeta va sobre la mesa y me toma cinco minutos acomodar mis plumas, resaltadores, a la derecha, alineados con el borde de la carpeta, como debe ser. Bien, bien. La imagen de orden se convierte en un remanso de calma.

Respiro profundo.

Mi móvil termina alineado al lado izquierdo y, es entonces, que me permito ojear la información del folder.

Pronto la musa me sonríe y mi mente se llena de ideas asombrosas para convertir la boda de los Gutiérrez en un evento único e instagrameable. Tonos, texturas, combinaciones de flores y decorados. ¡La música! A pesar de tener definidos ciertos temas, me gusta innovar. Tomo mi pluma color azul (la de las ideas inspiradoras) y garabateo lo que me llega a mi linda cabecita.

Creo que es un don el ser condenadamente creativa, así que me obsesiono por no perder detalle alguno...

Y por eso no escucho cuando llega la señora Gutiérrez.

—Estoy hablando con usted, ¿acaso está sorda?

Me levanto de un brinco al escuchar la voz, más parecida a un graznido que a la de una mujer.

—¡Señora Gutiérrez!

—¿Quién más iba ser?—se abaniquea con aspavientos de ricachona, el accesorio hace juego con su absurdo sombrero de ala ancha y su estola tejida. Me mira con recelo—Le dije a la Agencia que quería a la mejor planner.

—Y la tiene frente a usted—aseguro, levantando mi barbilla—, he preparado un dossier acerca de la papelería para las invitaciones que corresponden al tema escogido. Pero, además, me adelanté en prepararle algunas ideas que harán que la boda sea la más memorable de la década. Por favor, tome asiento para que vayamos al grano, su tiempo es valioso y más cuando se trata de organizar la boda de su querida Adelita.

Le abro la silla para que se siente y la actitud de la mujer pasa de irritable a agradable. La reunión se desarrolla de maravilla, al terminar, Doña Marcela Gutiérrez está encantada de la vida con todas las variaciones que hemos hecho al tema para que sea original, glamuroso y de buen gusto.

Pero, sobre todo, único.

—Estoy fascinada, seguro a Adelita le encantará tu propuesta.

—¿Cuándo podré conocer a la novia?—pregunto, realizando anotaciones en mis pots its—. Es imperativo para la boda que refleje la esencia de la novia en cada detalle.

—Adelita no puede venir porque está modelando en París, pero mi ahijado dijo que se reuniría con nosotras—mira su reloj de pulsera y hace un gesto de resignación—. Tarde, típico de mi ahijado, tan guapo pero impuntual. Lo disculpo por su trabajo.

—Será un empresario muy ocupado—digo por conversar mientras meto mis preciadas notitas dentro de la carpeta para que no se extravíe ninguna, le sonrío con calidez a la cliente y agrego con el tacto que requiere la ocasión—. Aunque cómo organizadora de bodas siempre recomiendo que sean una o dos familiares femeninas las que se reúnan conmigo, además de la novia, por supuesto. Los hombres son incapaces de diferenciar el blanco común del blanco perla, usted me entiende.

—Cosa muy cierta, las mujeres tenemos ojo para los detalles. Bueno, querida Clara, quedamos así, debo ir al spa para mi masaje semanal.

—Hablaré con mi asistente para agendar la próxima cita.

Despido a la Doña Marcela sintiéndome tan bien que me pegó un breve bailecito de victoria. Discreto, porque estoy en público. Recojo todo y me voy de salida. En eso suena mi móvil. Es Mía. Le comento con entusiasmo los resultados de la reunión, enfocándome en relatar detalles importantes para que los vaya apuntando. Voy tan ensimismada en la conversación y en llegar rápido a la oficina, que no veo que alguien camina directo hacia mí, también hablando por teléfono, cataplum, que nos damos un tortazo.

Celulares y papeles volando, una lluvia de café caliente y un porrazo en el trasero; es lo siguiente que siento.

—¡Ay!

—¡Ah, arriunaste mi café!

¿He escuchado mal ? ¿Que yo he arruinado su café? ¡Qué caradura!

Miro al infame que me ha arrollado. Por su pantalón negro y camisa blanca asumo que es un mesero. Estoy dispuesta a quejarme con el gerente del local cuando me doy cuenta de que está cubierto de mis pots its.

Horror de horrores.

—No.Te. Muevas.

Ya que ambos estamos en el piso, gateo hasta él. Me mira, divertido por mi catástrofe, mientras me dedico a quitarle mis notas de encima.

—De acuerdo, pero por lo menos, invítame el café. Me gusta con caramelo, un toque de bourbon y algo de crema.

No le hago caso a su sonrisa de catálogo. Posee una mata de cabello espeso al que le vendría bien un buen corte, ojazos azules, ¿he dicho que posee una sonrisa encantadora? Sin embargo, mi nivel de estrés ha subido a mil porciento ( lo que no me permite apreciar su grado de buenorrez) porque muchos de mis pots its se han manchado de café.

—Esto... Es horrible... Horrible... horrible...

Levanto una nota chorreante cuya información se ha desvanecido.




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