El chisme de Rebe fue tan jugoso que casi pido postre.
Resulta que nuestra enemiga pública número uno, alias La Milagrosamente Falsa, había dejado plantado al prometido a dos días de la boda… ¿y para qué? Para irse con su ex de la adolescencia, con quien, plot twist, ¡está embarazada! Rebe lo soltó todo con la emoción de quien lanza granadas en cámara lenta. Yo solo podía masticar papas y gritar por dentro.
Ese chisme me limpió el alma, me exfolió el estrés y me alisó el trauma del turno con el calvo esclavizador. Casi que le mandé flores a la desgraciada, solo por darme contenido de calidad.
Llegué al edificio sonriendo como si la vida me debiera menos.
Pero.
Siempre hay un “pero”.
Abrí la puerta del departamento con la mente en modo: “ducha, toalla, pijama fea y coma de sofá”. Y ahí fue cuando casi se me cae el alma en los zapatos.
Porque ahí, en medio de la sala, estaban tres figuras:
Mi madre, mi prima, y Julián.
JULIÁN.
El traidor de las tostadas, en mi sofá, con cara de “todo está normal”.
Y mi mamá, por supuesto, levantándose como si hubiera estado esperando justo ese momento para destruir mi estabilidad emocional.
—¡Valentina! Justo hablábamos de ti.
¿Justo? ¿Desde cuándo mi vida es una emboscada familiar?.
—¿Y por qué no me dijiste nada, Valentina? —dijo mi mamá, como quien pregunta por qué no le avisaron que cerraron el supermercado del barrio— Soy tu madre, ¿o no?
Yo parpadeé, respiré, activé mi modo “crisis diplomática”.
—¿Decirte qué cosa exactamente? —pregunté con voz suave, como si no supiera perfectamente a lo que se refería.
Ella cruzó los brazos, y ahí supe que estaba oficialmente arrinconada.
—No me respondías nada claro, y cuando Clara me comentó todo.. vine a ver con mis propios ojos, porque esto —señaló a Julián, que justo en ese momento tomaba café como si no supiera que su presencia era evidencia criminal— no es algo menor, Valentina.
Y ahí estaba mi prima.
Sentada, con su cara de “no soy chismosa, solo me invitaron”, pero los ojos bien puestos en mí. La misma prima con un trabajo estable, casada, con un hijo que parece modelo de pañales, y con el aura de ser el prototipo familiar de éxito, y yo sabía perfectamente a qué vení, a confirmar si Julián y yo de verdad habíamos vuelto o si era otro de mis “deslices”.
Pude decir la verdad, que no, que solo compartimos el alquiler porque la vida es cara, que no hay reconciliación, solo acuerdos logísticos y turnos de ducha vengativos. Pero no, no con ella ahí, no con esa mirada de “ya sabía que era mentira”.
Así que, respiré y solté:
—Lo estamos tomando con calma… las cosas se están acomodando, poco a poco.
Mi mamá suspiró con emoción.
Mi prima me miró como quien escucha un chisme menos jugoso de lo esperado.
Y Julián, con su café en la mano y expresión de “yo solo vine por cafeína”, levantó una ceja sin decir ni mu.
Y yo… yo sonreí.
Pero por dentro estaba metida hasta el cuello en mi propia telenovela.
—Ay hija, no sabes el alivio que siento —dijo mi mamá, llevándose una mano al pecho como si acabara de bajarle el alma al cuerpo— Cuando te fuiste de la casa así, toda decidida a vivir sola… con el desastre que eres tú… pensé que ibas a terminar criando plantas de plástico y hablando con el microondas. Pero ahora que sé que estás realmente con Julián, me siento mucho más tranquila.
Julián casi se atraganta con el café, yo casi le hago coro.
—Y quiero que sepas que no voy a recriminarlos por vivir juntos antes del matrimonio —Continuó con tono solemne—. Soy una madre moderna. Entiendo que esas cosas se dan así hoy en día, además… ya se ve venir, ¿no? El matrimonio está ahí, tocando la puerta.
¿Tocando la puerta? ¿Qué puerta? ¿La del baño? Porque ese es el único compromiso que compartimos ahora mismo: no dejar pelos en el desagüe.
La miré con la mejor sonrisa de hija ejemplar, pero por dentro tenía una ceja mental tan alzada que casi tocaba el techo.
"Claro, moderna" pensé.
Tan moderna como para casi ayudarme a empacar cuando le dije que quería vivir sola. No recuerdo mucha preocupación esa vez, más bien un “aprovecha y te llevas este juego de sábanas que ya no uso”.
Pero bueno, ahora resulta que la paz mundial dependía de que yo estuviera de nuevo con Julián. Y ahí estaba ella, feliz, imaginando flores, anillos y nietos.
Y yo… yo seguía sonriendo.
Hasta que mi mamá, con esa sonrisa de "todo está bajo control porque yo lo decidí", lanzó la siguiente bomba:
—Aprovecho que estamos los tres para decirles que están invitados al cumpleaños del bebé de Carlota. Es en dos días, no hay excusa —miró directamente hacia mí, como si supiera que ya estaba ensayando una— Está aquí cerca, y además… bueno, pensé en quedarme con ustedes estos días.
¿Qué?.
Carlota, mi prima modelo de familia perfecta, seguía ahí sentada, como si su hijo de un año fuera el Mesías del barrio y su fiesta, el evento del siglo, y por supuesto, ella no dijo nada… solo me miró con esa sonrisa que decía “te tengo atrapada en tu mentira”.
—Pensaba quedarme con Carlota —continuó mi mamá, casual— Pero prefiero pasar un poco más de tiempo con ustedes. Ya saben, en esta nueva etapa.
Nueva etapa. Ajá como si esto fuera un capítulo feliz de un reality familiar.
Julián hizo lo que mejor sabía hacer en momentos de caos: tomar café.
Yo me limité a asentir con una sonrisa tan falsa que casi podía sentir el esmalte dental resquebrajarse.
—Claro, mamá… será lindo.
Por dentro, ya estaba haciendo malabares mentales para ver cómo sobreviviría 48 horas con mi madre y mi ex bajo el mismo techo, mientras fingía que la reconciliación era real y que no quería prenderle fuego al universo.
Porque, honestamente, lo único más difícil que trabajar bajo un calvo explotador… era fingir una relación feliz con testigos presenciales.