Manual para sobrevivir mi ex como Roommate

Capítulo 8

Esa noche, la casa se fue quedando en silencio poco a poco. Mamá se había retirado a su cuarto feliz, probablemente soñando con nietos y centros de mesa. Yo, en cambio, estaba en mi habitación —compartida, al menos en teoría— con el susodicho causante de mi actual desequilibrio emocional.

—Bueno —dije, soltando el elástico de la coleta como quien se quita un casco de guerra— Sobrevivimos al primer asalto.

Julián, desparramado boca arriba en mi cama como si fuera un comercial de colchones, giró la cara hacia mí con una sonrisa satisfecha.

—¿Primer asalto? Esto apenas fue la entrada. Falta la cena familiar con las tías y su “¿ya están pensando en bebés?”.

—Ni lo digas —le lancé una almohada que atrapó con esa habilidad molesta que siempre tuvo.

Me senté al borde de la cama con un suspiro largo. Ese silencio incómodo se instaló entre nosotros, cargado de cosas no dichas.

—¿Estás bien? —preguntó él, sin bromas.

Asentí, o al menos lo intenté.

—Esto es más enredado de lo que pensé. No quería mentirle a mamá, pero tampoco iba a darle el gusto a Clara ni a mi prima, y ahora estás aquí, durmiendo en mi cama como si no fuera rarísimo.

—Si te sirve de consuelo… ronco —dijo con tono solemne.

—Julián, ya lo sé. Viví contigo, ¿recuerdas? Ya usé tapones, auriculares y hasta una playlist de tormenta tropical para no escucharte.

—Bueno, al menos hago mal algo, me estaba empezando a preocupar —dijo con ese tono tan suyo, entre descarado y encantador.

Me levanté de golpe.

—Perfecto, entonces tú y tu ronquido se van al piso, a convivir con el frío y la vergüenza.

—Tengo una junta importante mañana, Vale. Si duermo en el suelo, mi columna va a rendirse a mitad de la presentación.

Bufé. Tenía sentido, maldita lógica suya.

—Está bien —cedí, levantando una almohada decorativa como quien blande una espada— Pero esto no es una luna de miel.

Fui colocando almohadas entre los dos, una por una.

—¿Estás construyendo una muralla?

—No, es un límite emocional, físico, moral, infranqueable.

—¿Y si la cruzo?.

—Mi codo, en tu estómago, sin juicio, sin arrepentimiento.

Se rió bajo, y se acomodó de su lado como si fuera la cosa más natural del mundo.

—Esto es como volver al pasado, pero con almohadas de por medio.

—No te emociones, estas almohadas te protegen a ti, no a mí.

Apagué la luz.

Y mientras él se dormía en menos de cinco minutos (con su ronquido en volumen bajo, por ahora), yo solo me quedé ahí, en mi lado de la cama, preguntándome cuánto más iba a durar esta locura antes de que una de las dos cosas pasara:

Que lo estrangulara.

O que se me olvidara que estábamos fingiendo.

A la mañana siguiente, me desperté con un ligero zumbido en los oídos y el inconfundible ronquido de Julián resonando suave pero firme en la habitación. Era como una vieja melodía, familiar y molesta, no me sorprendía, después de todo, habíamos vivido juntos. Sabía exactamente en qué momento de la madrugada su respiración se convertía en un rugido irregular y frustrante.

Me giré con cuidado, topándome con la muralla de almohadas que había construido entre nosotros la noche anterior, una muralla que, por supuesto, Julián había violado en algún momento porque ahora tenía una pierna descaradamente cruzada a mi lado.

—Perfecto… —murmuré para mí misma, apartando su extremidad con delicadeza pasiva-agresiva.

Justo cuando me incorporé para ir al baño, él también se sentó, medio dormido y con el cabello revuelto como si hubiera peleado con un huracán.

—¿Tú también vas al baño? —preguntó con voz rasposa.

—Sí, y antes de que empieces, ya sé lo que vas a decir.

—Que necesito entrar primero porque tengo una junta en dos horas y apenas me da tiempo si tú te adueñas del agua caliente.

—Exacto —bufé, cruzándome de brazos— Siempre usas la excusa de la reunión para ganar.

—No es una excusa, es una carta estratégica —dijo, frotándose los ojos—Además, si yo roncara —me miró de reojo con una sonrisita— Tú ya estarías despierta.

—Julián, tú roncaste, no discutamos, solo báñate antes de que me arrepienta y te ponga un calcetín en la boca esta noche.

—Prometo ser rápido, nada de spa, solo ducha profesional.

Se levantó con paso arrastrado y se metió al baño con aire triunfante, mientras yo lo fulminaba con la mirada y me resignaba a esperar.

Así empezó el día: con ronquidos, negociaciones diplomáticas por el baño y una paz temporal que probablemente duraría… hasta el desayuno.

Cuando bajamos a la cocina, nos encontramos con una escena sacada de un comercial de familia feliz. Mamá ya tenía el desayuno listo. Fruta picada, pan tostado, mermelada, huevos revueltos, tocino… bueno, quizás no tan “ligero” como ella había anunciado, pero definitivamente sabroso.

—¡Buenos días! —canturreó, como si no sospechara nada.

—Buenos días, señora Estela —dijo Julián con esa voz amable que siempre usaba con ella. Un manipulador profesional.

—Mamá, te pasaste —dije, mirando la mesa— Esto parece desayuno de hotel boutique.

—Hay que alimentar el amor —dijo sonriendo, y yo casi me atraganto con la mermelada.

Después de comer (y de intentar ignorar cómo Julián mordía el tocino con cara de éxtasis), me levanté con prisa y agarré mi bolso.

—Tengo que correr, si no se me hace tarde y termino lidiando otra vez con el calvo esclavizador de mi jefe… —anuncié mientras me colgaba el bolso al hombro, masticando aún el último bocado de pan tostado con mermelada.

Julián levantó la mirada de su taza de café, tranquilo, como si la mañana no lo afectara en absoluto. Claro, él no tenía que luchar por un asiento en un bus a las 8 de la mañana con cincuenta personas respirando el mismo aire.

—¿Y por qué no te vas con Julián en su coche? —preguntó mamá con una voz inocente que venía cargada de intenciones, levantando una ceja con sospechosa sutileza.




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