El restaurante ya no era un restaurante, era un escenario de circo. Y yo, por supuesto, la payasa estrella sin siquiera haber hecho casting.
Lo juro, hasta podía escuchar los redobles de tambor cada vez que alguien abría la puerta y me señalaba con la mirada de “ahí está, la de la nota de voz”.
No habían pasado ni tres días desde la catástrofe del audio, y mi reputación ya era más viral que una receta de TikTok.
Lo peor era que la cosa había trascendido, ya no eran solo mis tías, mis primos o Carlota la estirada. Ahora eran desconocidos que venían a pedirse una hamburguesa y de paso confirmar si era verdad que la mesera era la que había dicho que el esposo de su prima parecía un palo con corbata.
—¡Es ella, mami, te lo dije! —escuché que susurró una chica en la barra, jalando a su madre del brazo como si yo fuera una celebridad de Hollywood y no alguien tratando de servir jugos sin morirse de la vergüenza.
Me tragué un suspiro y sonreí con mi mejor cara de “sí, soy un desastre, pero también sé traer la cuenta rápido”.
En la cocina tampoco encontraba paz. Una de mis compañeras, que siempre tenía tiempo para el chisme aunque el restaurante estuviera ardiendo, había impreso un meme mío y lo pegó en la nevera junto a la lista de turnos. Era la foto congelada del sticker que me hicieron con la frase “¡Esto es un circo!”. Debajo, con marcador rojo, había escrito: Inspiración de la semana.
—Clara, bórrame eso ya —le pedí mientras buscaba servilletas— No puedo ni abrir la nevera sin encontrarme con mi cara.
—Ay, Vale, no seas amargada —contestó ella, con la risa fácil—Deberías sentirte orgullosa, no todas las meseras se vuelven parte de la decoración oficial del restaurante.
Andrés, el cocinero, no ayudaba.
—Yo digo que deberíamos poner tu audio como alarma en la cocina —comentó mientras sacaba una bandeja de pollo al horno— Así cada vez que se queme algo, escuchamos “¡Esto es un circo!” y todos sabemos qué hacer.
—Reírnos de mí, obvio —le respondí, rodando los ojos.
Y en medio de toda esa locura, como si el día no pudiera ponerse más extraño, apareció él. Julián.
Entró por la puerta como si nada, impecable, camisa blanca arremangada, reloj brillando con la luz de la mañana y ese aire de “yo nunca pierdo la calma” que me sacaba de quicio.
Se acercó a la barra, saludó con una inclinación de cabeza y pidió un café como si estuviera en una cafetería boutique y no en el lugar donde yo me estaba jugando la dignidad.
—¿Qué haces aquí tan campante? —le solté, llevándome las manos a la cintura.
—Apoyando tu carrera artística —respondió con una sonrisa pícara— Este es claramente el mejor show de la ciudad.
Clara casi se derrite detrás de la barra.
—Vale, ¿lo trajiste para subirle el rating al restaurante? Porque si es así, funciona, está demasiado guapo para estar aquí.
—Gracias, Clara —contestó Julián, encantado, mientras yo lo quería sacar a empujones.
El colmo fue cuando una clienta se acercó tímidamente a su mesa y me preguntó en voz baja.
—Disculpa, ¿ese es el Julián del audio?.
—Sí, señora, es él —contestó Clara antes de que yo pudiera abrir la boca.
La mujer suspiró como si acabara de ver a un actor de telenovela.
—Ay, con razón, si hasta en la voz se le nota lo encantador.
Yo me llevé las manos a la cara, esto no era un restaurante, era un meet & greet.
Mientras tanto, Julián bebía su café como si estuviera en una pasarela, sin prisa, saludando con la cabeza a todo aquel que lo miraba demasiado. Hasta Andrés le gritó desde la cocina.
—¡Julián, hermano, te felicito, no cualquiera se convierte en protagonista de un audio viral de amor fingido!.
—Gracias, Andrés —contestó él riéndose— Aunque yo lo llamaría un audio de amor mal fingido.
—¡Te odio! —le grité desde la caja, mientras todos se morían de la risa.
Y como si el caos no fuera suficiente, apareció mi jefe. El calvo, ese hombre que veía oportunidades de negocio hasta en un incendio.
—Valentina —dijo con esa sonrisa de villano de caricatura—Tuve una idea brillante.
Yo ya sabía que eso nunca era bueno.
—Podemos aprovechar tu fama para atraer clientes —explicó— Mira: “Combo Vale Viral”, hamburguesa doble, papas y gaseosa. Le ponemos tu sticker en el vaso y listo, ¡ventas aseguradas!.
—¿Está hablando en serio? —pregunté, horrorizada.
—Por supuesto —insistió él, emocionado— Incluso podríamos grabar audios nuevos para anunciar las promociones. Imagínate: “Esto no es un circo, ¡es dos por uno en pizza!”.
Julián se estaba ahogando de la risa en su mesa.
—Eso sí me daría ganas de comprar pizza —intervino.
—¡Tú no ayudes! —le solté, mientras mi jefe ya sacaba un cuaderno para apuntar ideas.
Pero la situación empeoró cuando un grupo de clientes empezó a grabar historias de Instagram desde sus mesas, enfocándome como si fuera parte del menú.
—Aquí estamos con Vale, la de la nota de voz viral, y el mismísimo Julián —dijo uno de ellos, señalándonos con el celular— Confirmadísimo, gente, esto no es un montaje.
Yo me quería desmayar.
—¡Bajen esos teléfonos! —grité, tapándome la cara con la bandeja.
—Vale, coopera, estás regalando contenido —se burló Clara desde la barra.
Fue ahí cuando decidí vengarme un poquito, me acerqué a la mesa de Julián, apoyé las manos en su café y lo miré directo a los ojos.
—¿Y a ti no se te hace tarde? —pregunté con voz dulce.
Él arqueó una ceja.
—¿Tarde para qué?
—Para ir a trabajar Julián, porque aunque te encante estar aquí posando para mis compañeros, tú tienes oficina y jefes que sí pagan tu sueldo.
La mesa entera de clientes que escuchaba soltó un “uuuuuh” de burla, como si estuviéramos en secundaria.
Julián sonrió con calma, se levantó despacio, y dejó dinero sobre la mesa.
—Vale, siempre tan práctica —dijo, inclinándose un poco hacia mí— No te preocupes, volveré por otra taza de café… y por seguir viendo tu show.