Manual para sobrevivir mi ex como Roommate

Capítulo 19

El restaurante estaba tan lleno como siempre, pero esa mañana todo me parecía un ruido de fondo. Mis manos se movían en automático: servía mesas, limpiaba vasos, sonreía de forma mecánica. Por dentro, en cambio, no podía dejar de pensar en Julián.

O mejor dicho, en la forma en que lo había evitado.

Me levanté más temprano de lo normal, con la excusa de que debía llegar al trabajo antes. En realidad, lo único que quería era salir del departamento antes de que él me viera. No tenía idea de cómo mirarlo después de lo que me confesó en la playa, no sabía qué decir, ni cómo actuar, y esa confusión se convirtió en vergüenza. Así que huí.

Pero al encender el celular a media tarde, la realidad me alcanzó.

La pantalla vibró con insistencia, acumulando notificaciones como si quisiera darme un jalón de orejas por mi silencio.

Los primeros mensajes eran de mamá.

Vale, ¿cómo amaneciste?
Avísame cuando termines de trabajar.
Te llamé, pero no respondes, escríbeme.

No pude evitar sonreír. Mi mamá tenía un radar especial para saber cuándo me desaparecía, y su manera de reclamarlo siempre era tan… maternalmente intensa. No vivíamos juntas, pero parecía convencida de que todavía debía reportarle cada movimiento.

—“Si sigo sin contestar, seguro manda un helicóptero a buscarme” —murmuré entre dientes, divertida.

Le devolví el mensaje enseguida:

“Mami, estoy bien, tranquila. Se me murió la batería y apenas pude cargar el cel, te escribo cuando salga, lo prometo 😘.”

Sabía que ese simple emoji bastaría para bajarle la preocupación… al menos por un par de horas.

Después apareció Rebe.

Amiga, ¿estás viva?
No me has escrito nada en todo el día.
Empiezo a pensar que me cambiaste por otra mejor amiga.

Rodé los ojos y sonreí con un poco de alivio, Rebe podía sonar dramática hasta para preguntar si había desayunado, pero su preocupación era real, y yo lo sabía.

Y entonces leí los mensajes que realmente me hicieron contener la respiración: los de Julián.

El primero era tan suyo que me sacó una sonrisa nerviosa.

¿En serio me dejaste abandonado en la casa? Ni un café, ni un adiós. Cruel, Vale.

El segundo ya no tenía disfraz de broma.

Está bien, te molesto, pero dime al menos si estás bien, me dejaste con la duda desde anoche.

Tragué saliva, podía sentirlo hablando con esa voz firme pero tranquila, sin reproches, solo buscando una respuesta.

El tercero me desarmó por completo:

¿Quieres que pase por ti cuando salgas?

Y el último me dejó helada, con el corazón en la garganta:

Olvídalo. Ya estoy al frente del restaurante.

Miré hacia el ventanal, pero desde donde estaba no alcanzaba a ver más que sombras y reflejos. ¿De verdad había venido hasta aquí? ¿Estaba esperando afuera, así, sin más?.

Seguí trabajando lo poco que quedaba de mi turno, con la mente en otra parte. Cada sonrisa que le daba a un cliente se sentía falsa, cada bandeja que cargaba me pesaba el doble. En realidad, solo podía pensar en él, allá afuera.

Cuando por fin me quité el delantal y guardé el celular en el bolso, me quedé unos segundos parada en la puerta que daba a la sala principal, respiré hondo, como si eso fuera a darme valor.

Entonces lo vi.

Julián estaba recargado contra su coche, con los brazos cruzados y la mirada fija hacia la entrada del restaurante, no parecía impaciente ni molesto, solo… presente, como si supiera que yo iba a salir, tarde o temprano.

El aire fresco de la tarde me golpeó en cuanto crucé la puerta. Sentí el corazón desbocado, como si fuera a delatarme en cualquier momento.

Él levantó la vista y sonrió.

—Tardaste —dijo, con esa ligereza suya que lograba desarmar mis muros.

—Estaba ocupada —contesté, intentando sonar casual.

—Claro… salvar al mundo un café a la vez —bromeó, y me arrancó una risa involuntaria.

Su expresión cambió, más seria pero sin perder la calidez.

—No vine a presionarte, Vale, solo quería que supieras que, aunque decidas levantarte y escaparte temprano, sigo aquí, y voy a estarlo, mientras quieras.

Tragué saliva, no podía sostenerle la mirada por mucho tiempo, pero tampoco quería apartarla.

—No huí de ti —confesé en un susurro— Huí de lo que sentí cuando me hablaste en la playa.

Una chispa divertida apareció en sus ojos.

—Entonces me siento halagado, provocar que Valentina huya… no cualquiera lo logra.

Rodé los ojos, pero terminé sonriendo, a pesar de las inseguridades que empezaban a acumularse.

—Eres insoportable.

—Pero encantador —replicó de inmediato, con ese sarcasmo suave que lograba hacerme reír aun cuando quería llorar.

El nudo en mi pecho empezó a aflojarse, julián extendió una mano hacia mí, sin dar un paso, dejando la elección en mis manos.

—¿Quieres que hablemos?.

Lo miré, a su mano, a sus ojos, a todo lo que me ofrecía sin decirlo, y por primera vez en mucho tiempo, no quise correr.

Avancé y entrelacé mis dedos con los suyos.

—Sí.

Su sonrisa fue tan sincera que sentí que me atravesaba entera, caminamos hacia el coche, y mientras lo hacíamos, tuve la certeza de que algo estaba cambiando, no estaba huyendo esta vez, me estaba quedando.

Llegamos al departamento en un silencio extraño, no incómodo, pero sí lleno de cosas que aún no se habían dicho. Yo fingía buscar algo en mi bolso mientras Julián dejaba las llaves sobre la mesa, como si ambos necesitáramos un par de segundos para aterrizar.

—No pienso cocinar —solté de repente, cruzándome de brazos.

Él arqueó una ceja, divertido.

—¿Acaso alguna vez lo haces?

—Oye, yo sé cocinar —repliqué, ofendida de mentira.

—Claro, Vale… calentar agua para café instantáneo cuenta como “cocina gourmet”, ¿no? —dijo con ese sarcasmo ligero que me arrancó una sonrisa.




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