Manual para sobrevivir mi ex como Roommate

Capítulo 20

Una semana después, ahí estaba yo, de pie frente a una de esas mansiones que parecían sacadas de una revista de arquitectura, ata, elegante, con ventanales enormes y un jardín que parecía diseñado por duendes obsesionados con la perfección.

Tragué saliva mientras me acomodaba el vestido que había comprado especialmente para esa ocasión, no era nada extravagante, pero me había costado horas decidirme frente al espejo.

—Vale —dijo Julián a mi lado, con esa calma que a veces me sacaba de quicio—Deja de estirarte el vestido, que si lo jalas más va a pensar que quieres escaparte de la cena.

—Es que… no sé si estoy presentable —murmuré, bajando la voz.

Él se inclinó apenas, con esa sonrisa que me derretía aunque intentara ignorarlo.

—Estás hermosa como siempre, y ya, calma esos nervios, solo son mis padres y mi hermana.

Lo miré con los ojos abiertos como platos.

—¡Ah claro! Como si “solo” fuera fácil, tu mamá es la anfitriona perfecta, tu hermana es adorable pero exigente, y tu papá…

Me quedé callada y él arqueó una ceja.

—¿Y mi papá qué?.

No pude evitar soltar una risita nerviosa.

—¿Me quiere?.

Julián soltó una carcajada y negó con la cabeza.

—Vale, ¿en serio? Claro que sí, mi papá te adora.

—Ah bueno, menos mal, por un momento pensé que tenía que sobornarlo con postre —dije, intentando sonar cómica, aunque en realidad la pregunta me había salido del alma.

Él aprovechó el instante para mirarme de reojo, con ese tono burlón que no perdía nunca.

—A todos les caes muy bien, Vale, mi familia está contenta de que estemos juntos otra vez.

Lo dijo con tanta naturalidad que sentí los nervios aflojar un poquito, y entonces hizo algo que me terminó de calmar, sujetó mi mano, entrelazando sus dedos con los míos justo antes de dar el primer paso hacia la puerta.

—Vamos —murmuró— Lo peor que puede pasar es que mi hermana te robe para que le des consejos de estilo.

—¿Eso es lo peor? —pregunté, fingiendo indignación.

—Bueno… —sonrió, abriendo la puerta como todo un caballero— también está la posibilidad de que mi mamá saque el álbum de fotos de cuando era niño, y créeme, ahí sí no puedo salvarte.

Solté una carcajada, los nervios se transformaron en mariposas, y de repente, entrar en aquella casa ya no parecía tan aterrador.

Apenas cruzamos la puerta, me quedé sin palabras, si por fuera la casa era una mansión sacada de revista, por dentro parecía la portada de una, techos altos, lámparas de cristal, un suelo brillante donde me daba miedo hasta apoyar los zapatos, y un piano en una esquina que parecía esperar a que alguien tocara una melodía de película.

—Por favor dime que no vas a hacerme tocar ese piano —susurré, con ojos como platos.

Julián soltó una risa suave.

—Tranquila, el único concierto hoy es el de mi mamá preguntándote cómo logró su hijo convencerte de estar con él otra vez.

Tragué saliva, y justo entonces escuchamos pasos. La familia de Julián ya nos esperaba en el comedor, y la primera en salir a recibirnos fue su madre, radiante, con esa elegancia natural que intimidaba pero que al mismo tiempo irradiaba cariño.

—¡Valentina! —me abrazó con tanto entusiasmo que casi olvido lo nerviosa que estaba— Qué alegría tenerte aquí otra vez.

—Feliz cumpleaños, señora —le dije, entregándole el regalo que había elegido con cuidado, una bufanda de seda en tonos suaves— Espero que le guste, lo escogí pensando en usted.

Ella lo abrió allí mismo, acariciando la tela con una sonrisa encantada.

—Es precioso, gracias, cariño, tienes un gusto impecable, justo como recordaba.

El papá de Julián se levantó para saludarme con un apretón de manos firme pero cálido.

—Ya era hora de que este muchacho se dejara de tonterías —dijo mirando a su hijo con picardía—Todos sabíamos que tú eras la indicada.

Me puse colorada hasta las orejas, mientras Julián rodaba los ojos y mascullaba un “papá…” que provocó las risas de todos.

Su hermana, Clara, se acercó sonriente, y tras abrazarme, me susurró con complicidad:

—Por fin alguien que puede controlarlo, eres oficialmente mi heroína.

La mesa estaba servida como en las películas: candelabros, copas brillantes, platos impecables y comida que olía tan bien que me dio hambre al instante. Nos sentamos, y entre brindis y risas, el ambiente se volvió tan cómodo que mis nervios empezaron a desaparecer.

La madre de Julián me miró en un momento y dijo, con una ternura que no pude evitar sentir hasta en el pecho:

—Valentina, eres la mujer perfecta para mi hijo, no sabes lo feliz que nos hace verte aquí con él, juntos de nuevo.

Me mordí el labio, sonrojada, mientras Julián me apretaba la mano por debajo de la mesa, como si me dijera sin palabras: “¿Ves? Te lo dije”.

Y ahí, entre las bromas del papá, las ocurrencias de su hermana y la sonrisa orgullosa de su madre, entendí que, aunque aquella casa siempre me impresionara por lo grande y elegante, lo que realmente la hacía especial era lo acogedora que se sentía.

Por primera vez, dejé de preguntarme si estaba “a la altura”, porque en sus miradas estaba claro que ya pertenecía.

Después de la cena, la hermana de Julián se adueñó del celular como si fuera fotógrafa oficial. Click por aquí, click por allá: con sus papás, con Julián, conmigo, y hasta selfies grupales en las que yo salía riéndome a carcajadas porque Julián me hacía caras justo en el momento del disparo.

Al final, terminé compartiendo varias en el grupo de mi familia. Error de principiante.

El chat explotó en segundos:

Mamá 👩🏻‍🦰: Mi niña, qué feliz te ves. Esa sonrisa me lo dice todo.
Tía Rosa: ¡Esooo! Siempre dije que Julián era un buen muchacho.
Tía Carmen: Se ven perfectos, bendiciones para los dos.
Mamá 👩🏻‍🦰: Ya quiero boda y nietos, avísenme con tiempo para comprar vestido.




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