Mar de Sales

El primer paso

El ruido de la ciudad se triplica durante el día. Las ventanas abiertas son como bocinas que expanden el sonido por todo el apartamento. “El sonido de la vida”, suele pensar Santiago cada mañana al abrir las cortinas, así le gusta.

Revisa con tranquilidad las noticias en su celular. La brisa entra suavemente, recorre la sala. Un escenario de efímera tranquilidad, a pesar del ruido, que se disuelve en el fondo, por costumbre. Sin embargo, en la cabeza de Santiago no hay espacio para apreciar estos momentos. Sigue con la insistencia de encontrar aquello. Necesita producir la mejor música que ha hecho. Algo nuevo, fresco. Tiene que ser creativo y lleno de vida, nada parecido a lo que ahora se consume. El sonido de la puerta al abrirse lo hace salir de sus pensamientos. La señora de limpieza ha llegado.

—Hola señor —saluda ella, no suele encontrarse con él.

—Te esperaba. —Se levanta—. Necesitaré que agendes otro día.

—Bien —contesta tímida—. Yo le avisaré.

—Estaré en el estudio.

Entra en su habitación favorita. Es el lugar con más valor en este apartamento. Lleno de equipos e instrumentos. Santiago se coloca los auriculares, silencian cualquier sonido de afuera, aun sin estar encendidos. Busca en el computador las últimas pistas que ha grabado. Tiene arreglos listos para usar, pero todavía no sabe como transportar los sentimientos al papel. Sabe que dentro del sonido hay expresiones, y aún no logra sacarlas de ahí. Le resulta frustrante. Recuerda las palabras de Elú: «escucha lo que tienes por decir».

Se acuesta en el sillón, mira el techo mientras la música habla. Drena los sentimientos a través de un bajo marcado, una batería intensa, una guitarra por ahora protagonista que espera por la guía de la voz. En sus manos están los instrumentos necesarios. Sabe usarlos, para esto se forjó durante años en los estudios. Pero su punto débil sigue siendo su pesadilla.

Hace un año. Mientras trabajaba en el estudio de la discográfica. Lleno de ilusión por sacar una canción diferente. Su relación amorosa nacía. No tenía del todo claro si la emoción de crear esa música se debía a lo que sentía por ella, o solo eran las ganas de explotar su potencial y talento.

—Amor, ¿podrías cantarla de nuevo? —dijo Santiago, detrás del vidrio—. Quiero que le agregues drama, ¿lo entiendes?

—¿Drama? —preguntó nerviosa.

—¿Te acuerdas cuándo te la canté esta mañana? ¿Cómo sonaría mejor?

—Sí… —Miró el micrófono, pensativa e insegura.

—Tú avisas cuando. —Tomó asiento, la observaba con seguridad, siempre sabía de lo que era capaz.

Ella cerraba los ojos antes de cantar, y de vez en cuando agregaba un suspiro. La duda y el temor le invadía la cabeza. Son sus creaciones las que serán expuestas. No le era fácil dejar un pedazo de ella, para dárselo a otros.

Levantó la mano. La melodía comenzó a sonar; la guitarra hizo su entrada con fuerza.

Desde lo lejos deseo ver el trono, en busca de la verdad, encuentro tu corazón —cantó, con los ojos cerrados mientras se decía para sus adentros: «si con drama se refiere a sentir como te cortan para sacar ese pedazo, entonces, es justo lo que se siente».

Apenas Elú salió del estudio, Santiago la recibió con un abrazo. Para ella era importante, nunca se había expuesto tanto desde que comenzaron con las sesiones.

—Ha quedado bien amor, de maravilla. —Le dio un beso en la boca, invadido por la emoción.

Elú sonrió, lo observó con cariño. Él era su lugar seguro, donde encontraba depositada su confianza. Él sabe de todas sus penas, del por qué las letras de las canciones. De su fe, de sus sueños. De su pasado, y sus noches de desvelo. En Santiago residía lo que le quedaba, la vida que intentaba volver a construir. Pero la sonrisa no perduró. Se borró al verlo alejarse, sin decir nada más. Parece que la emoción por producir y seguir trabajando en la canción era mayor que el deseo de salir y volver a casa juntos.

—Ago —lo llamó por tercera vez. Ni la escuchó.

Suspiró, no es la primera vez que sucede. Entró en el estudio de nuevo en busca de su bolso. Caminó con lentitud hacia la entrada, miró atrás, a ver si de casualidad lo veía.

—¿Le dices a Santiago que lo espero en casa? —le pidió a la recepcionista.

—Por supuesto —le sonrió amable, como cada día, desde que venían seguido a grabar.

No vivían juntos, pero él iba a su casa cada noche, a compartir la cena. Ella se iba antes, para preparar la comida. Se conocen desde pequeños, vivían en el mismo vecindario. No siempre han estado cerca, hace meses que se habían reencontrado, en una escuela de música. No fue hasta escucharla cantar, que Santiago decidió acercarse. Deslumbrado por su voz, por el aura llamativa de tener mucho por decir. Desde ese momento, supo que había hallado un tesoro.

—Amor, llegué. —Entró, con su propio juego de llaves—. Manu quedó fascinado con la canción. —Le dio un beso en la frente—. Quisiera saber cuándo podemos comenzar con la siguiente.

—¿Más? —contestó, sin dejar de revolver el guiso en la sartén—. Pensé que solo querían una demostración.

—No hace falta esperar por la aprobación. —Se sentó en la silla, le gustaba observarla de espalda—. ¿No te emociona continuar?

—¿La verdad? —Cerró la hornilla—. Quisiera procesar la primera.

—Tienes un libro lleno de letras, tenemos mucho material.

—Ago… —Lo miró con tristeza—. Se siente raro aquí —se tocó el pecho.

—Amor, por favor, ya lo hablamos.

—No. —Se abrazó a sí misma—. Esto no debería de haber salido de ese cuaderno.

—Amor. —Le sujetó la cintura—. Ha quedado increíble, déjame compartirla. Tú tienes una voz, no la calles por esas cositas que tienes en la cabeza —dijo con dulzura, y le tocó la raíz del cabello para señalar donde estaban acumulados sus temores.

Elú lo abrazó. No pudo expresar cuánto ardía el dolor en su pecho. Quiso creerle. El miedo le arrebataba la alegría. En su cabeza nunca entendió lo que ocurría, ¿por qué hay tantos pensamientos negativos?, ¿por qué tiene que hacer este sacrificio?, ¿qué valor podría tener? Lo hizo por él. Se lo pedía con insistencia y hacía de todo para convencerla.




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